Jorge Álvarez www.labrujulaverde.com 27/10/2017

Los que disfrutaron viendo Gladiator, tienen un recuerdo especial de la escena inicial que abre la película: la batalla entre las legiones comandadas por Máximo y las tribus bárbaras que se les oponen. En un momento dado esos feroces enemigos entonan un sobrecogedor cántico de guerra que por la magia del cine tiene truco: en realidad se trata de una pista de sonido sacada de Zulú, film que le gusta mucho al director Ridley Scott. Los cantos zulúes dan el pego perfectamente en boca germana, incrementando su impresionante apariencia. Desde luego, nada que ver con lo que cuentan algunas fuentes clásicas respecto a los llamados Groans of Britons, es decir, los Gemidos de los Britanos.

Evidentemente, los britanos eran bárbaros a ojos romanos pero no germanos. Habitaban el sur de Albión, la actual Gran Bretaña, siendo de cultura céltica y lengua britónica (uno de los grupos lingüísticos célticos junto al goidélico de escotos y gaélicos). No pudieron impedir la invasión de Roma, que llevó a cabo Julio César dos veces, en los años 55 y 54 a.C, el primero como reconocimiento probablemente y el segundo para reponer en el trono a su aliado Mandubracio. Después, Augusto planeó otras tres campañas de conquista que no se concretaron por necesitar las tropas en otros sitios o por acuerdo con los autóctonos. También Calígula lo tenía todo listo pero al final puso a sus solados a recoger conchas y fue Claudio quien finalmente ocupó las islas en el año 43 d.C.

Los líderes britanos Togodumno y Carataco opusieron resistencia aunque al final se impuso la maquinaria bélica romana. A partir de ahí empezó una etapa de asentamiento, pacificación y expansión que ocasionalmente rompían esporádicas rebeliones, de las que la más famosa fue la protagonizada por la reina Boudica entre los años 60 y 61. No obstante los romanos llegaron a Caledonia, la actual Escocia, donde levantaron el Muro de Adriano como frontera porque el coste de mantener el control en esa región superaba los beneficios.

Por supuesto, ese limes resultó relativamente eficaz mientras las legiones se encargaron de su custodia. Pero cuando el Imperio Romano de Occidente empezó a desmoronarse arrastró con él toda su obra política y militar, siendo necesarios todos los recursos bélicos para proteger los límites de la propia Roma. En ese contexto, pictos y escotos, los pueblos que habitaban las tierras altas al norte de la muralla, encontraron la oportunidad de saltar ésta y caer sobre el sur. Los primeros eran descendientes de los caledonios mientras que los segundos procedían originariamente de Irlanda; ambos estaban considerados muy belicosos y solían realizar rápidas incursiones que, sin oposición, sembraron el terror entre los britanos.

Más tarde se les unieron los misteriosos attacotti y a ello hubo que sumar las razias que desde el continente iniciaron los germanos sajones y los francos. El caos que supuso la decadencia del poder de Roma se incrementó con las bandas de britanos indígenas e incluso de legionarios desertores -hubo muchísimos-, caracterizando el panorama a partir del siglo IV. El emperador Valentiniano nombró Comes Britanniarum (algo así como Conde de Britania) a Flavio Teodosio, general y padre del futuro emperador homónimo -que le acompañó en este episodio-, para solucionar lo que se había dado en llamar la Gran Conspiración (porque todos aquellos enemigos parecían haberse puesto de acuerdo y en algunos casos así era).

Flavio Teodosio llevó consigo tropas germanas formadas por bátavos, hérulos, jovios y victores. Desembarcó en Britania en el año 368 y astutamente ofreció una amnistía a todos los legionarios desertores que, al ser aceptada masivamente, le permitió recomponer las guarniciones mermadas. Luego avanzó de forma implacable hacia el Muro de Adriano empujando a los invasores al otro lado para, a continuación, restablecer el orden romano, creando además la nueva provincia de Valentia como tapón. A muchos amotinados los mandó ejecutar pero a otros los incorporó a su ejército, caso de los attacotti, empleándolos en posteriores campañas continentales.

La tranquilidad duró algo menos de un siglo, al cabo del cual volvieron a reproducirse los males. Fue debido a que Constantino III, cada vez más necesitado de efectivos, retiró a su ejército del archipiélago en el año 407 y con él su administración, quedando los britanos abandonados a su suerte. En el 451 llegó a oídos de Roma lo que se bautizó como Gemitus britannorum, el Gemido de los britanos, una dramática petición de ayuda que hacían los gobernantes al sur del limes para afrontar aquel peligro. Según cuenta el clérigo britano Gildas en su obra De Excidio et Conquestu Britanniae (Sobre la ruina y conquista de Britania), escrita en el segundo cuarto del siglo VI y que constituye un testimonio de la situación apocalíptica que vivía el país, el destinatario del mensaje era el general Flavio Aecio.

Aecio, veterano de la Batalla de los Campos Cataláunicos y uno de los últimos soportes que le quedaban al tambaleante imperio hasta el punto de hacerse acreedor del apodo el último romano, se perfilaba como el más adecuado para reconducir las cosas. Haber rechazado a los imparables hunos de Atila suponía un aval inmejorable, desde luego; aunque fuera merced a una gran coalición, lograrla también tenía su mérito. En realidad no sabemos si Aecio era realmente el destinatario del S.O.S, como también ignoramos su respuesta si es que la hubo, pues el texto de Gildas no menciona exactamente su nombre sino el de Agitius, y las fuentes posteriormente tampoco aclaran gran cosa porque toman su obra como base, como por ejemplo la Historia ecclesiastica gentis Anglorum (Historia eclesiástica del pueblo de los Anglos) de Beda el Venerable, monje benedictino que vivió en la centuria siguiente.

Así que al tal Agitius se le identifica con Aecio, poniendo como fecha el período entre el año 446, en que recibió su tercer consulado, y el 454, cuando inició el cuarto. No obstante, hay autores que creen que Gildas se refería más bien a Egidio, otro militar que se había distinguido en la Galia enfrentándose a los visigodos y reinando de facto en el norte de esa provincia al negarse a reconocer la legitimidad del emperador Libio Severo. El problema de esta interpretación es que Egidio nunca fue cónsul. Ahora bien ¿de verdad llegaron a estar las cosas tan graves?

Algunos historiadores dicen que no, que el registro arqueológico no lo indica y que Gildas utilizaba un tono hiperbólico en su narración. Era un cronista de cultura superior, educado por maestros y no en un monasterio, que empleaba un latín difícil y que, sobre todo, pese a ser nativo de Britania, estaba profundamente romanizado. En esos momentos Roma, aunque decadente, seguía siendo el faro del mundo y de la cristiandad. Su ausencia significa caos por definición y es probable que magnificase las noticias de algunos períodos conflictivos que le habrían llegado por vía oral.

En De Excidio et Conquestu Britanniae los britanos son presentados como demasiado impíos y desunidos para defenderse de la amenaza de pictos y escotos. Sólo obtuvieron algún éxito cuando se pusieron en manos de Dios pero fueron momentos puntuales y únicamente se encauzó el asunto cuando el rey Vortigern contrató como mercenarios a anglos, sajones y jutos, pueblos germánicos procedentes de Anglia, Sajonia y Jutlandia respectivamente.

Lo que pasa es que los recién llegados, una vez terminado el trabajo, decidieron quedarse y crear allí sus propios reinos, haciendo que Vortigern quedara como el tonto que les había abierto la puerta y fuera destituido por su propia gente.

Sin embargo, ya se habían reclutado anglosajones anteriormente, tras la marcha de las legiones en la primera década del siglo V; incluso habían dado origen a algunas comunidades germánicas en suelo britano, tal como como demuestra la arqueología. Sea como fuere, aquella oleada con su consiguiente emancipación, que no está claro si se impuso o se mezcló con el sustrato britano nativo, sentó las bases de lo que sería la Heptarquía medieval inglesa del siglo VII, formada por los cuatro reinos principales (Wessex, Mercia, Anglia Oriental y Northumbria) y tres menores (Sussex, Kent y Essex). De su fusión, aderezada por el aporte vikingo, surgió la Inglaterra ya unificada del siglo X.

Y todo por un gemido.

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