www.periodistadigital.com 18/02/2008

A los niños Romanos les gustaba jugar. No es extraño, un crío es un crío ahora y hace 2.000 años. Pero resulta algo más extraño el observar la cantidad de juegos que hemos «heredado» de los tiernos infantes de la antigua Roma.

Tanto los niños como las niñas romanas, de las clases acomodadas, recibían una buena educación y se les enseñaba (como mínimo) a leer, a escribir y a comportarse como es debido en sociedad. Pero también se divertían y tenían juguetes.

Los preferidos tanto de niños como de niñas eran los pequeños animales que podían ser de lo más variopinto, desde insectos como cigarras o grillos, a otros algo más grandes como perritos, corderos, pajaros, conejos, patos, gansos… estas pequeñas mascotas, que alegraban a los pequeños,recibían el nombre de delicium o deliciae y se les tenía tanta estima que cuando un crío moría, acostumbraban a representar a su mascota en sus sepulcros o al menos a nombrarla.

Las niñas se entretenían con pequeñas vajillas y cocinitas y también con muñecas, algunas incluso articuladas.

Los niños eran un poco más «brutos» y gustaban más de representar batallas o entablar luchas. También hacer casitas de piedra o enganchar ratones a pequeños carros e incluso, cuando son un poco más mayores, construirse un carro grande tirado por un perro.

Había muchos juegos que practicaban todos y en muchos casos los seguirían practicando de adultos, como el juego de pelota. La morra, que era un juego parecido al de los «chinos», donde había que adivinar cuantos dedos sacaría el contrario.

Las tabas, que eran pequeños trozos de hueso, la peonza, el aro, las canicas, a la «gallina ciega» o al escondite. Tenían distintos tipos de juegos de mesa, algo que a muchos les acompañaría toda la vida y en ocasiones con mucho dinero de por medio. Los romanos eran muy «jugones».

También nos han llegado relatos de chavales bastante traviesos a los que les gustaba gastar bromas. Como por ejemplo, la de pegar una moneda en el suelo y mofarse del que se agachara a recogerla. En fin…. Que qué poco hemos cambiado.