Estrella Alonso | Valladolid www.nortecastilla.es 15/01/2010

El Museo de las Villas Romanas Almenara Puras, en Valladolid, incluye un parque infantil tematizado en el que se juega a vivir como hace 50 años.

Subirse en una cuadriga romana o jugar con un cocodrilo son sólo dos de las decenas de actividades posibles en la Villa Romana de Almenara Puras. Es uno de los lugares que más tienen que contar sobre la vida romana en el Bajo Imperio, y lo hace para niños y grandes, de modo que a los espacios más lúdicos para los infantes se unen las actividades más ambiciosas desde el punto de vista científico, dos extremos entre los que cualquier ciudadano puede sentirse cómodo.

Si en Soria, en Numancia, es posible sumergirse en la conquista de una ciudad por parte de los romanos, el salto de 240 kilómetros que la separa de Almenara y Puras, en Valladolid, implica también un salto de unos 600 años en la historia. Lo justo para saber cómo era la vida en una villa en el ocaso del Imperio. Para ello, la Diputación Provincial ha puesto a punto un espacio, físico y didáctico, en el que los datos sobrevuelan el espacio en el que nacieron.

O, al menos, algunos de ellos, ya que lo primero que se encuentra el visitante es una exposición que, a través de siete estadios, brinda un mapa completo del mundo romano. Cómo era ese mundo, cómo funcionaba una villa, qué tipos de villas existían, cómo se estructuraba su vida económica, su vida social e intelectual, su religión… La actividad se desarrolla en el Museo de las Villas Romanas Almenara Puras, que trasciende al propio yacimiento y contiene también piezas de otros museos, reproducciones e, incluso, cartografía.

La exposición ofrece material suficiente como para recordar viejos conocimientos, incluidos los que no se han tenido nunca. Como novedad, en febrero, cuando se reabra el museo tras un obligado parón en enero para acometer ciertos proyectos de restauración, el lugar lo hará con una exposición dedicada a las pinturas murales. Una propuesta monográfica para ahondar en un área concreta.

Los 1.800 metros cuadrados de esta instalación, que acoge también espacios para el ocio, como una cafetería, son la antesala de uno mucho más amplio, el área arqueológica, con 4.800 metros cuadrados. Está cubierta y el visitante, además, habrá de moverse sobre una pasarela, por lo que en ningún momento es posible pisar la excavación ni sus tesoros, como los mosaicos que jalonan las estancias en las que se movieron los habitantes de aquella lujosa construcción, unos habitantes que no se privaron de contar con su propia versión de un balneario: termas.

Los restos, los espacios abiertos, las salas y lugares de paso invitan a dejar volar la imaginación, a intentar levantar unos muros virtuales. Pero alguien ya ha pensado en eso por el visitante y ha recreado lo que fue una residencia lujosa, mobiliario incluido. La realidad se encarga de llenar los huecos de la fantasía en ocho estancias.

Imposible aburrir incluso a los niños, que tras visitar el museo empiezan a disfrutar de su propia experiencia como habitantes de una época en la que el entorno y las principales actividades fueron ancestros de las suyas. Para aprender sentado, el peristilo; para ejercitarse físicamente, el acueducto; para dar rienda suelta a la imaginación, la arena. Incluso los más pequeños pueden jugar a construir con barro en el pueblo romano o columpiarse en un templo en ruinas.

Es la puesta en práctica de lo que han visto en el museo, de la mano de todos los recursos didácticos e informativos puestos a disposición de los visitantes, y muy probablemente una experiencia más difícil de olvidar que la ardua lección del libro de texto.

Mudéjar para completar
La excursión no tiene por qué comenzar y terminar en el mundo romano. El Museo de las Villas Romanas ofrece la posibilidad de adquirir, de forma conjunta, las entradas a otros dos espacios a nueve kilómetros de Almenara y Puras. Se trata del Parque Temático del Mudéjar y del Palacio del Caballero de Olmedo, en la localidad vallisoletana del que toma el nombre.

La villa ofrece, asimismo, lugares en los que alojarse e, incluso, deleitarse gastronómicamente o con una sesión de relax. Balneario, restaurantes o una afamada pastelería ayudan a crear, casi sobre la marcha, un itinerario personalizado.