No se
puede
negar que
la calidad
media de
los
espectáculos
de este
año de
Sagunto
está
siendo muy
elevada.
Comenzamos
con
Historia
del
soldado,
poema
de Rafael
Alberti
correctamente
escenificado,
seguimos
con una
Electra
modélica,
y con
Spartacus.
Anoche,
para no
desmerecer,
pudimos
ver
Orfeo en
los
infiernos,
de
Jacques
Offenbach
en una
versión de
El
Terrat,
dirigida
por Joan
Antoni
Rechi.
Con
Orfeo
se plantea
el viejo
problema
que surge
siempre a
la hora de
montar a
los
clásicos:
hacerlo
tal como
se hizo en
vida del
autor, con
lo que
llegamos a
la
arqueología
teatral,
que no
deja de
ser una
interpretación,
quizás la
más fácil,
o
actualizar
la obra,
posición
que pone
bien a las
claras que
se trata
de una
versión,
de una
visión
particular,
pero con
lo cual se
le
devuelve
al texto,
y a la
música,
toda la
frescura,
crítica o
el toque
de
atención
que tuvo
en su
época.
Como
explicó el
mismo Joan
Antoni
Rechi en
el
coloquio
que
precedió a
la visión
de la
obra,
La
traviata,
ópera
de Verdi,
fue
escrita en
un largo
arrebato
de ira y
como
respuesta
a los
insultos
que
recibía la
mujer que
vivía con
él, a la
que la
buena
sociedad,
siempre
atenta a
la moral
del otro a
fin de
poder
denigrarlo,
consideraba
una puta.
¿Cómo
montar hoy
La
traviata
para
que
semejante
planteamiento
quede
claro?
Similar
problema
fue el que
tuvo a la
hora de
llevar a
escena
Orfeo.
Tanto el
propio
Offenbach
como
Héctor
Crémieux y
Ludovic
Halévy,
sus
libretistas,
querían
poner de
manifiesto
la doble
moral de
su
sociedad,
la
hipocresía
reinante.
Para ello
se sirven
de un mito
clásico,
al que
parodian,
pero
también de
una música
popular
con sus
toques de
música
clásica.
Está claro
que de
interpretar
la música
popular de
entonces,
el
espectador
de hoy se
hubiera
quedado
sin
percibir
el matiz
irónico de
muchas
partes de
la obra.
Por lo
tanto se
ha
recurrido
a la
música
actual. Es
el
fenómeno
curioso
que
podemos
constatar
con el
costumbrismo,
por
ejemplo:
el
lenguaje
que
entonces
era de la
canalla,
de los
bajos
fondos,
hoy es un
vocabulario
sólo
conocido
por los
eruditos.
Sirva como
ejemplo
los
cuentos de
Estébanez
Calderón.
Al
refrescar
ese
vocabulario,
esa música
en el caso
que nos
ocupa, la
obra
recupera
toda su
ironía,
los guiños
hechos al
espectador.
Ha sido,
por lo
tanto, una
decisión
acertada.
Recordemos
que los
griegos no
veían
teatro con
actores
vestidos
de
griegos.
¿Por qué,
por lo
tanto no
puede
aparecer
Antígona
vestida
como una
niña
consentida
de hoy en
día? No
quiere
decir eso
que
Offenbach
no exija
nada del
público.
Admirador
como era
de la
ópera de
Gluck,
Orfeo y
Eurídice,
también
recurre a
un
conocido
pasaje de
dicha
obra.
Al acierto
de esta
versión se
debe
añadir el
de un
conjunto
de actores
y
cantantes
que están
perfectos
en todos
sus
papeles.
Actuaciones
así lo
hacen a
uno amar
al teatro
por encima
de todas
las cosas.
Oímos a
una Fanny
Marí, en
el papel
de
Eurídice,
realmente
maravillosa.
El
conjunto
de
actores-cantantes
está tan
bien
trabado
que
resulta
difícil, a
veces,
saber
distinguir
a unos de
otros: no
en balde
estamos en
el mundo
de la
opereta.
Un mundo,
no lo
olvidemos,
desenfadado
y crítico,
pero que
nunca
llega a la
moralidad,
a dar
soluciones
o a decir
cómo se
deben
hacer las
cosas. Es
un mundo
indulgente
con los
pecados y
los
pecadores,
y que
revisa la
mitología
clásica
para dar
una nueva
visión de
aquello
que nos
parece tan
serio:
Orfeo
estaba más
que harto
de
Eurídice,
y ella lo
que
deseaba en
el fondo
era
permanecer
en los
infiernos,
no ser
rescata
por un
hombre al
que no
amaba. Por
supuesto
Orfeo
desciende
al Hades
empujado
por la
Opinión
pública,
interpretada
por una
Eva
Barceló
llena de
ironía y
en
ocasiones
con un
toque de
sal
gruesa,
pero en un
perfecto
equilibrio,
ya que en
ningún
momento se
cae en lo
vulgar o
chabacano.
En la
opereta
también
reside
todo el
encanto de
las viejas
revistas
de
varietés.
Así no
falta un
vestuario
brillante,
con sus
lentejuelas
y sus
plumas,
los trajes
llenos de
fantasía y
de unos
colores
capaces de
despertar
a la misma
Perséfone.
Los
decorados
están en
consonancia:
el
Infierno
tiene todo
el aire de
un club de
alterne
con sus
luces
alegres,
sus
brillos y
sus
seducciones.
Por él se
mueve un
John Styx,
Boris
Ruiz, con
una
magnífica
interpretación,
como el
resto de
sus
compañeros:
David
Ordinas,
Ofeo,
Jaume
Roca,
Plutón,
Maia
Planas,
Cupido,
Carles
Canut,
Júpiter y
Mingo
Ráfols,
Juno.
Por si
todo esto
fuera
poco, la
música era
un directo
y en vivo.
Así que
también
pudimos
disfrutar
de la
compañía
de unos
jóvenes
músicos a
los que no
cabe sino
felicitar
y desear
que sigan
interpretando.
En fin,
tuvimos la
ocasión,
anoche, de
disfrutar
de una
opereta de
Offenbach,
actualizada
y muy bien
interpretada,
tanto
desde el
punto de
vista del
actor como
del
músico. Un
espectáculo
altamente
recomendable.