15-08-2003

Festival de Sagunto ● Vicente Adelantado Soriano

Orfeo en los infiernos

No se puede negar que la calidad media de los espectáculos de este año de Sagunto está siendo muy elevada. Comenzamos con Historia del soldado, poema de Rafael Alberti correctamente escenificado, seguimos con una Electra modélica, y con Spartacus. Anoche, para no desmerecer, pudimos ver Orfeo en los infiernos, de Jacques Offenbach en una versión de El Terrat, dirigida por Joan Antoni Rechi.

Con Orfeo se plantea el viejo problema que surge siempre a la hora de montar a los clásicos: hacerlo tal como se hizo en vida del autor, con lo que llegamos a la arqueología teatral, que no deja de ser una interpretación, quizás la más fácil, o actualizar la obra, posición que pone bien a las claras que se trata de una versión, de una visión particular, pero con lo cual se le devuelve al texto, y a la música, toda la frescura, crítica o el toque de atención que tuvo en su época. Como explicó el mismo Joan Antoni Rechi en el coloquio que precedió a la visión de la obra, La traviata, ópera de Verdi, fue escrita en un largo arrebato de ira y como respuesta a los insultos que recibía la mujer que vivía con él, a la que la buena sociedad, siempre atenta a la moral del otro a fin de poder denigrarlo, consideraba una puta. ¿Cómo montar hoy La traviata para que semejante planteamiento quede claro? Similar problema fue el que tuvo a la hora de llevar a escena Orfeo. Tanto el propio Offenbach como Héctor Crémieux y Ludovic Halévy, sus libretistas, querían poner de manifiesto la doble moral de su sociedad, la hipocresía reinante. Para ello se sirven de un mito clásico, al que parodian, pero también de una música popular con sus toques de música clásica. Está claro que de interpretar la música popular de entonces, el espectador de hoy se hubiera quedado sin percibir el matiz irónico de muchas partes de la obra. Por lo tanto se ha recurrido a la música actual. Es el fenómeno curioso que podemos constatar con el costumbrismo, por ejemplo: el lenguaje que entonces era de la canalla, de los bajos fondos, hoy es un vocabulario sólo conocido por los eruditos. Sirva como ejemplo los cuentos de Estébanez Calderón. Al refrescar ese vocabulario, esa música en el caso que nos ocupa, la obra recupera toda su ironía, los guiños hechos al espectador. Ha sido, por lo tanto, una decisión acertada. Recordemos que los griegos no veían teatro con actores vestidos de griegos. ¿Por qué, por lo tanto no puede aparecer Antígona vestida como una niña consentida de hoy en día? No quiere decir eso que Offenbach no exija nada del público. Admirador como era de la ópera de Gluck, Orfeo y Eurídice, también recurre a un conocido pasaje de dicha obra.

Al acierto de esta versión se debe añadir el de un conjunto de actores y cantantes que están perfectos en todos sus papeles. Actuaciones así lo hacen a uno amar al teatro por encima de todas las cosas. Oímos a una Fanny Marí, en el papel de Eurídice, realmente maravillosa. El conjunto de actores-cantantes está tan bien trabado que resulta difícil, a veces, saber distinguir a unos de otros: no en balde estamos en el mundo de la opereta. Un mundo, no lo olvidemos, desenfadado y crítico, pero que nunca llega a la moralidad, a dar soluciones o a decir cómo se deben hacer las cosas. Es un mundo indulgente con los pecados y los pecadores, y que revisa la mitología clásica para dar una nueva visión de aquello que nos parece tan serio: Orfeo estaba más que harto de Eurídice, y ella lo que deseaba en el fondo era permanecer en los infiernos, no ser rescata por un hombre al que no amaba. Por supuesto Orfeo desciende al Hades empujado por la Opinión pública, interpretada por una Eva Barceló llena de ironía y en ocasiones con un toque de sal gruesa, pero en un perfecto equilibrio, ya que en ningún momento se cae en lo vulgar o chabacano.

En la opereta también reside todo el encanto de las viejas revistas de varietés. Así no falta un vestuario brillante, con sus lentejuelas y sus plumas, los trajes llenos de fantasía y de unos colores capaces de despertar a la misma Perséfone. Los decorados están en consonancia: el Infierno tiene todo el aire de un club de alterne con sus luces alegres, sus brillos y sus seducciones. Por él se mueve un John Styx, Boris Ruiz, con una magnífica interpretación, como el resto de sus compañeros: David Ordinas, Ofeo, Jaume Roca, Plutón, Maia Planas, Cupido, Carles Canut, Júpiter y Mingo Ráfols, Juno.

Por si todo esto fuera poco, la música era un directo y en vivo. Así que también pudimos disfrutar de la compañía de unos jóvenes músicos a los que no cabe sino felicitar y desear que sigan interpretando. En fin, tuvimos la ocasión, anoche, de disfrutar de una opereta de Offenbach, actualizada y muy bien interpretada, tanto desde el punto de vista del actor como del músico. Un espectáculo altamente recomendable.

 

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