Anoche
tuvo
lugar, en
el teatro
romano de
Sagunto,
la
representación
de
Spartacus,
ballet de
Aram
Khachaturian
por el
Gran
Ballet
Clásico
de Moscú.
Antes,
como
viene
siendo
habitual,
se
realizó
un
coloquio
en torno
a la
figura
protagonista,
Spartacus
en este
caso, su
época,
las
versiones
cinematográficas,
operísticas
y de
ballet
que dicho
capitán
de
esclavos
ha
inspirado
a lo
largo de
la
historia.
Algunas
de estas
versiones,
por su
importancia,
fueron
analizadas
con más
detenimiento.
Así se
hizo con
la famosa
película
de Kubrik
desentrañando
el
mensaje
que dicho
film
quería
transmitir
en el
momento
de su
rodaje.
De ahí se
pasó a
analizar
la figura
del jefe
de
gladiadores
en la
Rusia
soviética.
Asistieron
al
coloquio
los
directores
y
coreógrafos
de la
obra:
Nataliya
Kasatkina
y
Vladimir
Vasilov,
antiguos
bailarines
del
ballet
que ahora
dirigen.
Ambos
pusieron
bien de
manifiesto
que en
ningún
momento,
en su
ballet,
han
querido
ni
pretendido
hacer
historia,
aunque
saben lo
que
opinaba
de él
Carlos
Marx y
Apuleyo.
Ellos,
según
confesaron,
querían
dirigirse
a la
sensibilidad
del
público;
deseaban
despertar
emociones
y crear
un
espectáculo
que
fuera,
ante
todo,
plástico
y bello.
Para eso
contaban
con la
música,
la
coreografía
y los
bailarines.
Nos
descubrieron
que
gracias a
los
nuevos
vientos
que
corren en
Rusia se
puede
hacer
ahora un
final
trágico.
Antes
estos
estaban
censurados:
el final
necesariamente
tenía que
ser un
final
feliz.
Según
Vasilov
tienen
ahora
mucha
democracia
pero
pocos
rublos.
No se
notó en
el
montaje.
Sí acaso,
aunque
eso no es
achacable
a él, ni
al ballet
clásico
de Moscú,
en la
falta de
una
orquesta.
Evidentemente
una
orquesta
acompañando
a los
bailarines
haría,
tal vez,
insoportable
el gasto
de una
gira como
ésta. Nos
tenemos
que
conformar
con
música
enlatada,
música
que nunca
sonó más
enlatada
que
anoche.
No se
crecía ni
se
emocionaba
con los
bailarines...
Tal vez
de actuar
con una
orquesta
se
pondría
más de
manifiesto
lo que
resulta
más que
evidente
aun sin
ella: la
falta de
espacio
en el
escenario
del
teatro
para
llevar a
cabo
semejante
obra. A
Spartacus
le
sobraban
piernas y
saltos, o
le
faltaba
escenario.
En las
escenas
de la
lucha,
cuando se
entrecurzaban
gladiadores
y
legionarios,
varias
veces,
como en
una plaza
concurrida,
estuvieron
a punto
de
chocar. Y
un piso
mal
preparado
hizo
trastabillar
al actor
principal
y casi
caerse a
una
bailarina.
Quizás se
debería
tener en
cuenta
todo esto
en vez de
centrarnos
con las
inútiles
discusiones
de si
derribar
el teatro
o no. Tal
vez ante
ballets
como éste
se
pudiera
aprovechar
el inútil
espacio
de la
orkestra.
Creo que
son cosas
que se
deberían
tener en
cuenta.
Por lo
que
respecta
a la obra
en sí,
pudimos
disfrutar
de un
primer
acto con
un ritmo
trepidante,
con un
colorido
y una
plasticidad
envidiable.
Un primer
acto en
el que al
espectador
no se le
daba ni
un
momento
de
respiro.
Lleno de
imaginación
y
sensibilidad,
y con
unos
bailarines
excelentes.
De entre
ellos
cabe
destacar
a Nikolay
Tchevytchelov,
aunque no
desmerecen
en nada
el resto
de sus
compañeros.
Un
espectáculo,
en fin,
digno de
ver,
aunque
para ello
haría
falta un
escenario
más
grande, y
una
orquesta.
O llevar
semejantes
espectáculos
a otros
lugares y
por más
tiempo.
Pese a
todo, fue
una
delicia,
con unos
cuadros,
la
fiesta,
el
sacrificio
en el
templo,
etc.,
memorables
y llenos
de
encanto.
Hasta nos
hicieron
olvidar
los
altavoces
y la
falta de
espacio.
Ha sido
una
suerte
disfrutar
de
semejante
espectáculo,
aunque
con las
limitaciones
apuntadas.
No
olvidemos
quiénes
somos ni
donde
estamos.