Arístides Mínguez Baños www.papeldeperiodico.com 22/06/2013
Sí, padre, lo confieso: soy de Clásicas. Filólogo Clásico. Latinista, que no pendolista, para ser más exacto. Y no he pecado, creo. Es cierto que amo las lenguas y el mundo clásico, y que gozo con ellos cual marrano hozando un sotobosque en busca de trufas. A las Clásicas les debo cuanto soy. Como persona bien nacida, que me considero, he de ser también persona agradecida: a ellas, a las Lenguas y Culturas Clásicas.
Y lo que es peor: hago proselitismo. He contaminado con mi estigma a mis dos hijos e intento contagiar del amor a lo grecolatino a todos cuantos alumnos (y no alumnos) se me acercan.
Tengo claro que “ser de clásicas” ha sido, es y, por desgracia, será nadar siempre contracorriente. Somos unos bichos raros, unos estrafalarios que se emocionan con unas lenguas, a las que quieren muertas, pero que se resisten a ser enterradas. Unos pringados que se ilusionan viendo cuatro piedras tiradas por el suelo, arrumbadas de cualquier manera. Unos colgados que se estremecen recitando versos de autores desaparecidos hace milenios.
Y, sobre todo, lo de las piedras. Vamos que tiene guasa eso de viajar a ver piedras, con lo agusto que se está tirado a la bartola en la piscina del Resort, donde te sirven mojito y sólo con llevar la pulsera roja. O comiéndote en el chiringuito unas gambas, que de rojas tienen solamente los polvos que le echaron en el chino, donde las compraron en tiempos de Confucio.
Luego, pasa lo que pasa. Como cuentan que le sucedió a un pobre y “honesto” vecino de mi pueblo, hombre cabal y trabajador, hecho a sí mismo y forrado a millones porque supo escalar, en un solo peldaño, de maestro de obras a promotor inmobiliario. Y retirarse a tiempo antes del estallido de la burbuja. Para que no lo tildaran de “paleto o cateto” se apuntó a un viaje cultural a Atenas.
Partenón
Tras visitar el pedazo de roca esa a la que decían la Necrópolis, allá en todo lo alto, con el sol cayendo a pico y espuertas, acordándose de lo bien que estaría tomándose ahora en su playa. ¡Vamos, que después de la ‘panzá’ de subir, sudando a chorros y encontrarse con un puñado de piedras y columnas tiradas de eso que llaman el Paredón! Todo lleno de grúas, pero sin un solo albañil encaramado al andamio.
El guía estaba entusiasmado, hablándole de no sé qué santa Tenea a la que le iban a hacer una estatua de marfil y oro de doce metros de alta. ¡Vaya con los griegos! Luego dicen que están en crisis, pero les pasa como a los españoles que para sacar panza poniendo enjoyada a su virgen no escatiman.
Así, acalorado hasta la extenuación, hubo de soportar, encima, que el guía le preguntara emocionado qué le había parecido la visita al Partenón. Para quitárselo de encima y evitar que le siguiera dando la tabarra con más historias de esos griegos, le soltó la primera respuesta de compromiso que le vino a la mente: “Está muy bien, muy bonito todo, pero seguro que quedará precioso cuando acaben con las obras y pongan todas las piedras en su sitio. Entonces sí que merecería la pena volver a verlo ‘tó’ entero. Es más, me contratan a mí, me traigo a una cuadrilla de mis indios y mis moros y lo rematamos en un pis pas”. Doy fe de que es verdad o, al menos, como tal me lo contaron.
Sí, tiene tela eso de ser de clásicas. El ir justificándote siempre ante la sociedad cuando te preguntan si todavía se estudia latín y griego, que para qué sirve eso, que si es que vas para cura o monja. Y, encima, si eres profesor, tienes que luchar contra la indiferencia y el menosprecio de no sólo una parte de tu alumnado, sino, sobre todo y más doloroso, de tus propios compañeros y, en especial, de la Administración, que cual Santa Inquisición nos somete de cuando en vez a autos de fe.
FUENTE: http://papeldeperiodico.com/lo-reconozco-soy-de-clasicas
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