Los ataques contra el latín se han agudizado en estos últimos años. No nos interesa, de momento, entrar en la razón o sinrazón de estos ataques. Nos basta con dejar constancia del hecho y luego tratar de contrarrestarlos más con realidades que con palabras.

Tal vez el argumento más fuerte que lanzan los impugnadores del latín es la ineficacia y casi esterilidad de su enseñanza. Esta acusación, aunque desorbitada en muchos casos, no deja de tener su confirmación en muchos otros, por desgracia.

El diagnóstico, en cada caso concreto, de las causas de la inoperante enseñanza del latín no es fácil darlo con precisión. Lo que si puede decirse, en términos generales, es que hay que hacer hincapié en lo referente al método. Si queremos dar eficacia a la didáctica del latín urge revisar, actualizar y vivificar su metodología. Todas las disciplinas han renovado sus métodos, incluso las lenguas vivas. ¿Por qué habrá maestros que se empeñen en seguir con procedimientos anticuados, sobre todo teniendo en cuenta la disminución en el horario de clases y el desinterés de la sociedad actual y de los mismos alumnos por el latín? Forzoso es rejuvenecer el viejo árbol de la enseñanza de esta noble disciplina si queremos recoger mejores frutos. La batalla planteada en torno al latín no la ganaremos con discursos ni apologías más o menos contundentes. Hay algo mejor que la propaganda verbal o escrita: la calidad y el provecho de nuestros alumnos. Ellos son los que tienen que defender el latín mostrando a sus detractores que no es una disciplina inútil e inane, sino pieza clave en todo sistema humanistico de educación, que es el que necesita la clase dirigente ya para la cátedra, ya para la técnica, ya para los puestos de gobierno. Con datos en la mano interesa demostrar que el latín ha servido de ayuda para escalar los primeros puestos en los diferentes caminos por donde se desenvuelve la vida de la juventud estudiosa.

Urge, pues, una renovación profunda en la enseñanza del latín, a base de métodos más modernos, pero sin perder el espíritu que inspiró a los grandes maestros del Renacimiento y que les permitió llegar a un dominio tal de esta lengua sabia, que aún hoy día causa general admiración. No hay motivo para seguir enseñando el latín como lengua muerta, ni menos para continuar con una didáctica que sólo engendra en los alumnos el tedio y la repulsa de la asignatura. Entre tantas cosas que conviene reformar y actualizar, tal vez sea lo más importante amenizar la enseñanza, crear ambiente de simpatía hacia el latín, entusiasmar a los muchachos por esta disciplina. Esto, unido a un uso discreto y sabio de la gramática, a la necesidad de hacer desde los primeros años un buen acopio del vocabulario y orientar en lo referente a la traducción, sin descuidar el ejercicio de hablar y, sobre todo, de escribir latín, de tan frecuente uso en otros tiempos y de resultados tan maravillosos si se hace como es debido, no podrá menos de darnos excelentes frutos. Al proponer estos remedios tengo presentes las orientaciones de carácter pedagógico fijadas en los votos del Congreso Internacional en pro del Latín Vivo celebrado en Avignon en septiembre de 1956.

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