Vicente Molina Foix www.elpais.com 17/07/2010

Ensayo. Alberto Manguel, a quien no he visto nunca en persona, escribe unos libros tan habitables que uno tiene a menudo al leerle la sensación de conocerlo de toda la vida. Para afirmar esa impresión todavía más, Manguel cultiva tanto el ensayo como la novela, haciéndolo con gran soltura en al menos dos lenguas (el que aquí reseñamos en inglés, bajo el título original de Homer’s The Iliad and The Odissey). Se añade a la confianza lectora que instintivamente despierta este argentino de nacimiento el hecho conocido de que es un hombre afortunado en su biblioteca, gigantesca y adivinamos que de gran altura, pero sobre todo bien colocada; yo, que tuve que ponerles a mis libros un piso para ellos solos en una casa de vecinos de Madrid, envidio con algo de rabia el granero abacial que Alberto Manguel les ha puesto galantemente a los suyos a la orilla de un río en Francia.

No parece posible que nuestro autor haya leído todos los que posee, y ésa precisamente es la razón por la que se guardan, para poder leerlos llegado el momento de la apetencia. No cabe duda, en cualquier caso, de que los que ha leído los ha leído muy bien y sacándoles un gran provecho, puesto que los títulos manguelianos más vendidos tienen que ver con el libro, con la lectura, con las bibliotecas. En justa reciprocidad por el generoso trato que les dispensa, ellos le han dado asimismo merecida gloria.

El legado de Homero no resulta tan apasionante como La biblioteca de noche, Una historia de la lectura o esa inclasificable Guía de lugares imaginarios (escrita en colaboración con Gianni Guadalupe), hermosísimo libro de consulta que cura la ignorancia, la curiosidad más ansiosa, el deseo de irse de uno mismo y ser a ratos otro. La obra de Homero, que ocupa, de un modo quizá excesivamente sumario, las primeras cuarenta páginas del libro, enseguida pasa a convertirse en el cuerpo de un deseo por el que el poeta griego ha sido a lo largo de los siglos buscado, investigado, sospechado, odiado, matado ritualmente y eternamente resucitado. Manguel, que sabe de eso, como lector, antólogo y autor (dos de sus mejores novelas, Noticias del extranjero y Todos los hombres son mentirosos, son pesquisas), le aplica a su ensayo el molde detectivesco, en el que no faltan los celos, la persecución, el escamoteo, la saña. Quizá el más distinguido papel de villano del libro lo tenga William Blake, que mostró en sus furiosos escritos una mezcla de reverencia y odio hacia el autor de La Ilíada, satán pagano que hacía, según él, una poesía «robada de la Biblia y desvirtuada, no por azar, sino intencionadamente, por los reyes de Persia y sus generales, por los héroes griegos y, finalmente, por los romanos».

Chesterton, citado por Manguel, decía que no es necesario haber leído a los clásicos para saber que lo son, dando así por sentado que autores como Shakespeare, Cervantes o Dante son importantes no sólo por sus escritos sino por su imperecedera relevancia. El legado de Homero recorre con saber y amenidad esa estela del poeta griego, recogiendo, entre otras sabrosas evocaciones, los recelos moralizantes de san Agustín, las lecciones bien aprendidas por Montaigne y Racine, las peregrinas razones de Samuel Butler para creer que La Odisea sólo podía ser obra de una mujer ignorante de la náutica y la cetrería. En el corazón del libro, y en cada una de sus páginas, late la paradoja de que esa «figura fantasmagórica a la que damos el nombre de Homero» haya sido desde su oscura distancia la inspiración o el modelo de tantos escritores, desde el José Hernández del Martín Fierro hasta el Joyce del Ulysses, por citar dos nombres antagónicos. También es agradable enterarse, en las páginas dedicadas a las traducciones homéricas, de que Alexander Pope se hizo rico por Homero. Su Ilíada en inglés, publicada en seis volúmenes, le reportó 5.320 libras con 4 chelines, que, sumados a las 3.500 que ganó el poeta dieciochesco por la de La Odisea, dan una cifra de casi nueve mil, un dineral entonces. «Gracias a Homero», dijo Pope, «puedo vivir y prosperar sin deber nada a ningún príncipe ni a ningún igual» (cito siempre por la buena traducción de Carmen Criado).

Le deseamos a Alberto Manguel fortuna semejante con esta obra, aunque sólo sea para que pueda seguir comprando libros y lugares no imaginarios donde guardarlos, para deleite suyo y tal vez algún día de los lectores que sigan confiando en la palabra escrita sobre el papel.

El legado de Homero, Alberto Manguel
Traducción de Carmen Criado
Debate. Barcelona, 2010.
284 páginas. 18,90 euros

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