Rosana Torres | Mérida www.elpais.com 15/08/2009

El director Tomaz Pandur y la actriz Blanca Portillo estrenan en el Festival de Mérida una Medea neorrealista en permanente fuga.

La primera vez que se representó Medea fue en el 431 antes de Cristo. Desde entonces se conoce esa tragedia de desamor y venganza con aquel texto de Eurípides o con el de otros creadores que han contado esa historia a su manera, como Séneca, Corneille, Pasolini, Anouilh, Ovidio y Heiner Müller, sin olvidar versiones operísticas (Cherubini y Theodorakis) o parodias musicales que llegaron a Broadway.

Medea ha marcado también a directores y actrices. Y al Festival de Teatro de Mérida, inaugurado y creado en 1933 por Margarita Xirgu, con una versión que Miguel Unamuno hizo de esta obra, basándose en Séneca. El Teatro Romano emeritense ha visto 16 Medeas interpretadas por actrices emblemáticas como Nuria Espert, Montserrat Caballé y Manuela Vargas. El próximo jueves ese escenario recibirá una nueva. Blanca Portillo, actriz que ha entrado por derecho propio en el universo de las grandes y elegidas, transita una vez más por el universo del esloveno Tomaz Pandur, con quien se encontró en Barrocco y Hamlet.

Fundador de la compañía Pandur Theaters, el director se ha convertido en uno de los más reclamados por teatros internacionales. Su propuesta cuenta con un prólogo y un epílogo en los que deja claro que Medea invita a soñar. Sueño que ha puesto en pie con su equipo de cabecera: los dramaturgos Darko Lukic y Livia Pandur, la música de Silence (más el Lacrimosa de Mozart), escenografía de Numen, coreógrafo Ronald Savkovic, vestuario de Angelina Atlagic y sus dos actores fetiche en España: Blanca Portillo y Asier Etxeandía. Junto a ellos dos importantes nombres de la escena: Julieta Serrano y Alberto Jiménez. Y un puñado de actores como argonautas y como mujeres de la Cólquide. Ellos trabajan la tierra en tiempos de paz. Ellas tocan y cantan músicas inquietantes con aires de sones de los Balcanes.

Su Medea es una mujer anónima, una refugiada, una exiliada que lleva 3.000 años caminando por el mundo. El poeta, al hablar de ella, se preguntó si puede haber mayor dolor que el de perder la patria. Pandur no oculta que su Medea tiene mucho de autobiográfica: «Yo he perdido mi país, que jamás volverá a existir. Soy yugoslavo, lo seré siempre, pero llevo 18 años tratando de encontrar mi país; Medea hace lo mismo hasta que se da cuenta de que no existe, que está en su corazón. Yo tengo el teatro, donde creamos nuestros propios mundos, donde escapamos de una realidad, para alcanzar otra en la que podemos creer, Medea es un homenaje, una deuda que tengo con el teatro». Pandur dice que, de tener patria sería el teatro: «Un lugar donde puedes ser tú, con todo el dolor, la rabia, la ternura; y aunque el ser apátrida te hace ser más fuerte, nunca estás en una situación confortable, lo que te hace arrastrar un complejo de inferioridad con el cual te levantas cada mañana y al tiempo que tomas el café tienes que enfrentarte a eso y tratar de superarlo». Guarda silencio. Portillo le mira asombrada, consciente de que Pandur está hurgándose las entrañas. El director continúa: «Eso de ¡qué buenos y talentosos somos! es todo mentira, lo de superar el complejo de inferioridad es lo brutal y lo importante, y decirte existo, soy, en lo bueno y en lo malo».

En su montaje, puesto en pie en la sala de ensayos del Teatro Español de Madrid, quedan cosas por matizar. Sabe que la obra durará menos de dos horas en las que Jasón y Medea se ven atrapados en mundos que evocan al neorrealismo italiano, atmósferas metafísicas e incluso esotéricas, imágenes de pinturas clásicas o los mundos de aislamiento, soledad y melancolía de Edward Hopper. «Es una Medea del cielo y de la tierra, con los pies sólidos, pero los brazos tan altos que pueden sostener el cielo», explican Pandur y Portillo en una conversación entre ellos. Pandur suelta cosas en español, menos cuando quiere afinar una idea que lo hace en inglés. Ella cuando quiere ser bien entendida, le habla en un inglés fluido. «Medea es una diosa, una protagonista de la mitología, pero también es protagonista de su propia vida. Intentamos traer 3.000 años de memoria emocional hasta hoy y para ello hay que tocar arquetipos básicos de la civilización que llevamos dentro; nuestro espectáculo está dedicado a aquellos que están en fuga, hablamos también de los refugiados del alma», señala Pandur para quien Medea representa el exilio en todos los sentidos. Portillo asiente y añade: «Los mitos están para ser destruidos, ella es un icono de estos tiempos, no es una mujer que se queje de su destino, no culpa a otras fuerzas».

«Como director es una oportunidad maravillosa para cocrear imágenes que una vez surcaron la superficie de los ojos de Medea», asegura Pandur quien de nuevo se enzarza a codeclarar con Portillo. «Hay seres humanos que nunca pertenecerán a paraísos concretos, para ser ellos quienes son se autoexpulsan, y eso molesta, es incómodo. Ése es el exilio interior de Medea, frente a Jasón que se mueve por un sueño abandonado a mitad camino, ahí está la traición a Medea», dicen ambos.

Pandur cree que la lectura que hacen en el montaje está entre lo apolíneo y lo dionisiaco. «El que la libertad de ella esté por encima de todo es la razón por la que Eurípides la salva, estamos ante un autor revolucionario», apunta Pandur mientras Portillo, menos nietzscheana y más freudiana, apostilla: «Ella es una Medea madre, no está enamorada por encima de sus hijos, simplemente no quiere para ellos una vida mediocre e indeseable y se dice ‘yo les di la vida, yo se la quito’; y Jasón no sabe lo que está buscando, no sabe que el Vellocino de Oro es ella».

Ambos son conscientes de que a las piedras de Mérida hay que tenerles mucho respeto: «Es un sitio conectado entre la tierra y el cielo, como Medea, sabemos que es un lugar sagrado, pero nuestro trabajo está hecho con honestidad y amor». Ello no quita que Portillo en un ataque de sinceridad añada: «Yo me cago viva por sistema y en Mérida, pues más». La tranquiliza que Pandur tenga amplia experiencia en anfiteatros griegos y romanos.

Julieta Serrano, que ha visto muchas Medeas, confiesa que ésta le impresionó nada más leer la versión de Darko y Livia. Ella es de las poquísimas actrices que ha conseguido trabajar siempre con grandes innovadores de la escena y el cine. Aún hoy, ya septuagenaria, siguen reclamándola los vanguardistas del teatro. «Me halaga, me pirria y las propuestas de Pandur me han estimulado mucho; lo fascinante es que tras llevar a cabo sus sugerencias que no siempre entendía, me daba cuenta luego de por qué las hacía, es de una imaginación sobresaliente y nunca gratuita».

Asier Etxeandía, que transita por dos personajes, un Centauro pasoliniano y un chulazo mediterráneo, dice: «Pandur es lo más cercano al arte que yo conozco». Destaca la profunda investigación que Pandur ha hecho en torno a cuestiones culturales, sociales, geográficas y políticas de la época en la que se sitúa la acción.

Los únicos dos actores que tienen la experiencia de haber trabajado en el Teatro Romano de Mérida son Serrano y Alberto Jiménez. «Esta Medea está marcada por el esfuerzo por humanizar los personajes, intentando reconocer qué hay de cotidiano en lo que les pasa», dice Jiménez, quien al hablar de una escena entre él y Portillo sostiene que podría haberla escrito Almodóvar: «Y es de Eurípides, este montaje tiene algo de budismo balcánico, lo que pretende contar Pandur tiene que ver con el encuentro de comunión máxima entre dos seres humanos, está siendo un viaje alucinante; he oído por ahí decir que Pandur es un esteta, cuando lo que pasa es que tiene una concepción global de lo que es un espectáculo, no quiere tanto actores, si no artistas que sepan tocar, bailar, cantar…; he trabajado con gente muy interesante, pero esta mirada tan global y este empeño de tocar algo tan profundo, nunca lo había visto».

Darko Lukic, profesor de la Academia de Arte Dramático en Zagreb (Croacia) y uno de los grandes dramaturgos y novelistas de la antigua Yugoslavia, comenta que él y Pandur se plantearon una Medea contemporánea. «Eurípides es un gran clásico al que podemos leer, admirar, respetar, pero con modos muy contemporáneos, la historia de Medea trata de inmigrantes y apátridas de un mundo civilizado y bien organizado, pero no abierto a los diferentes, y ser mujer en una civilización muy masculina y machista es el viaje de una tragedia». Tanto Pandur como Lukic sostienen que el secreto de este mito aún no ha sido desvelado: «Un velo de misterio aún lo cubre, permanece aún sin resolverse, y también es la historia de una tragedia íntima de un amor desgraciado».

Medea. Festival de Teatro Clásico de Mérida. Teatro Romano. Del 20 al 23 y del 25 al 30 de agosto.