Agustí Fancelli | Barcelona www.elpais.com 02/02/2009

‘L’incoronazione di Poppea’ llega al Liceo a los tres siglos de ser estrenada.

Con tres siglos y medio de retraso sobre su estreno veneciano (1642), llega este martes al Liceo L’incoronazione di Poppea, de Claudio Monteverdi (1567-1643), drama sobre el sexo, el poder y todo cuanto suele rodearles: envidias, codicias, celos, traiciones, venganzas. Lo peor del género humano. Pero, como en un cuadro de Carpaccio, este cielo amenazador, se abre de repente para iluminar una escena íntima de delicada, incluso inflamada, poesía o bien un cuadro satírico, en el que los sirvientes convierten en farsa descarnada las cuitas dramáticas de sus amos. Una visión total del mundo, de aliento shakespeariano. No en balde el libretista, Giovanni Francesco Busenello (1598-1659), patricio veneciano consagrado a las letras, ha sido considerado por la crítica a la altura de Da Ponte o Hofmannsthal.

El título se convirtió en mascarón de proa del llamado «Renacimiento barroco» de los años sesenta y setenta del siglo pasado, de la mano de autoridades en la interpretación con instrumentos originales como Nikolaus Harnoncourt o René Jacobs. Y valía la pena devolverlo a la actualidad porque señala la culminación del recitar cantando, el estilo que dio origen a la ópera y que concedía una preeminencia absoluta a la palabra en la música, en un visionario intento por resucitar el teatro clásico griego. Por lo demás, L’incoronazione di Poppea es puro teatro de pago, fundamento del espectáculo moderno: Venecia revolucionó Europa en el siglo XVII, abriendo el derecho universal al consumo cultural, previo paso por taquilla. De ahí que esta obra sea un gran friso en el que intervienen por igual los dioses, los elegidos para la gloria y los que nunca accederán a ella: el público se había hecho heterogéneo y había que repartir escenas para todos los gustos.

«En esos primeros 30 o 40 años de la historia de la ópera se produjo lo mejor, luego ya tomó la pendiente», bromeaba en un encuentro con los medios la semana pasada el director de escena neoyorquino David Alden, responsable del montaje que se verá en el Liceo, coproducido por las óperas de Múnich y Cardiff (la próxima temporada, el Real también presentará la obra en otro montaje). «El sarcasmo y la humanidad que se encuentran en esta ópera configuran un collage posmoderno bastante más actual que las óperas de Verdi», decía provocador Alden en una sede tan verdiana como el Liceo.

La historia, basada en Tácito y Suetonio, entre otras fuentes antiguas, narra la trama de asesinatos -incluido el suicidio inducido de Séneca- que desencadena la cortesana Poppea -una institución muy del gusto veneciano- en su afán por casarse con Nerón y ser coronada emperatriz, cosa que logra y celebra en un lascivo dúo final. Una obra de dudosa moralidad. «Es una obra muy ambigua, nadie es completamente bueno, ni siquiera Séneca, que colabora con el régimen dictatorial. Pero junto a todo eso, hay pasajes muy líricos y otros muy cómicos, en los que la risa resulta liberadora». Alden toma partido en el montaje, por ejemplo caricaturizando descaradamente a los dioses: una Fortuna amanerada y caprichosa, una Virtud hosca y rígida, un Amor que gira sobre sí mismo. No esconde el director que ha intervenido para acercar la pieza antigua a la sensibilidad contemporánea. Cuando el montaje se estrenó, en 1997, algunos quisieron ver en la relación entre Nerón y Poppea una alusión al affaire entre Clinton y Monica Lewinsky. «No la había de manera directa, pero la combinación de sexo y poder produce unos comportamientos constantes. Yo opto por la abstracción, más que por la alusión».

Para estas representaciones se ha creado la Orquesta Barroca del Gran Teatro del Liceo, con especialistas en instrumentos antiguos, que estará a las órdenes de Harry Bicket. El director británico explicó que su interpretación no se basaba tanto en el revival de los años sesenta, cuanto en el espíritu de la partitura original, que conocemos por una transcripción atribuida a Francesco Sacrati (compositor de la misma época que Monteverdi) y que tiene completadas únicamente las partes vocales y unos pocos pasajes instrumentales, pero cuyo grueso orquestal queda confiado a un bajo cifrado, una suerte de base armónica sobre la que los intérpretes improvisan las melodías, muy al estilo del cañamazo (canovaccio) sobre el que los actores de la Comedia del Arte repentizaban los diálogos.

«Tratamos de recuperar el espíritu abierto de la interpretación de la época, construirla durante las representaciones», dijo Bicket, y añadió que entre el primer y el segundo reparto, que irán alternándose en las 10 funciones hasta el 15 de febrero, habría muchas diferencias, porque la Poppea incorporada por la sueca Miah Persson es como un sueño bergmaniano, mientras que la que hará la libanesa Isabel Bayrakdaran será como su reverso sombrío: «Los dos trazos conviven en Poppea». «Realmente, no sabemos quién es», corroboraba Persson, «vive instalada en un extraño sueño, como una fantasía erótica».