Francisco Javier Bellido | Salamanca www.diarioliberal.com 22/03/2010
‘Terrārum dea gentiumque Rōma,
cui pār est nihil et nihil secundum’
(Martialis XII,8)

Las sucesivas reformas de las enseñanzas medias y su resultado han propiciado paulatinamente la agitación de opiniones y conciencias sobre los asuntos pedagógicos de la sociedad española. En cada una de dichas reformas se aducen argumentos múltiples, en su mayoría sofismas estúpidos que no resisten un mínimo análisis. Entran en juego, las más de las veces consideraciones administrativas, modernismos sin sustancia, prescripciones psicosociales. Nunca se pone el énfasis en el cuidado de la cultura de la memoria, de la inteligencia, del espíritu. Estamos sacrificando las convicciones de una sociedad milenaria como la nuestra a las convenciones oficiales, a unos irracionales intereses espurios, desertando de nuestro deber para con nuestros antepasados y nuestros descendientes. La cultura occidental nace en Grecia y Roma, y lo que de allí surge es una adquisición para siempre, κτñμα εiς aεi, que decía Tucídides, y no puede ser relegada a un pequeño grupo de sabios cada vez menor.

Surge así la gran pregunta, ¿para qué se estudia latín? Por sorprendente que pueda parecérnoslo, durante muchos y largos siglos el latín fue sinónimo de instrucción, sin aquél no podía darse ésta. A nadie se le hubiera ocurrido preguntar por su utilidad, porque negando la utilidad del latín se hubiera negado la enseñanza misma.

Caído el imperio romano, siguió siendo el latín la lengua universal. Fue instrumento indispensable de cultura, no siendo propiedad de nadie. El Renacimiento vino a resucitar la antigüedad clásica, e hizo soñar a muchos pueblos con volver a ella. Se estudió entonces el latín para sorberse y empaparse la cultura antigua, para dar unidad y forma a los anhelos de la época. Los sueños del Renacimiento dieron paso a una nueva época, en la que el transcendental humanismo fue sustituyéndose paulatinamente por la ideología. Todo fue revestido de ideología, hasta el punto que todo lo que hasta entonces era natural y eterno fue dividido y encajonado, sutilmente ideologizado, técnicamente racionalizado. Así se ha llegado al momento actual, la ideología lo cubre todo. La cultura del espíritu, el cultivo de la mente, de lo que el hombre ha sido y seguirá siendo en un futuro no tiene el más pequeño asiento en los modernos planes de enseñanza de esta nación llamada España.

La lengua griega y latina son monumentos imperecederos de nuestra cultura occidental, a cuyas fuentes hay que acudir para comprender enteramente todas las ciencias: astronomía, botánica, medicina, arquitectura, y muchas otras. Es necesario que entendamos bien el significado del estudio del latín y del griego: su estudio es una gimmnasia intelectual y cultural, una verdadera lógica inductiva aplicada. A partir de hechos fácilmente asequibles, al hablar la lengua, se ejercita el alumno en el saludable rigor del método inductivo. Así se despierta el sentido científico, quebrantando no pocas veces el ansia constante de apelar al sentido común, como el joven en el laboratorio, que mirando a través del microscopio sólo anota aquello que a simple vista puede ver.

Otra cosa es el resultado que de su estudio se ha sacado hasta ahora. Quien ha estudiado latín o griego en el bachillerato únicamente tiene el recuerdo de horas y horas tratando de descifrar un rompecabezas de palabras desordenadas en una frase como Humano capiti cervicem pictor equinam, que parecen haber sido hechas por los antiguos romanos para atormentar a las generaciones actuales. La mayoría de los que estudiaron las lenguas clásicas en el antiguo bachillerato tendrán el lamentable recuerdo de horas perdidas con el insufrible diccionario de latín. Habrá algunos, quizás un buen número que hayan sacado algún provecho, de lo cual me congratulo enormemente.

El gran mal que aqueja al estudio del latín y del griego estriba en los siguientes hechos: en primer lugar, en el tiempo que se le dedica en la enseñanza. Queremos que un alumno, en dos años de estudio, aprenda a traducir “Las Catilinarias” a base de reglas y reglas gramaticales y sintácticas, cuando es incapaz de entender la obra ya traducida. En segundo lugar, en haber dejado las lenguas clásicas como optativas, propiciando la idea de que el estudio de las letras es para los “torpes”, los “listos” hacen ciencias puras. ¿Qué dirían de ésto Gauss, Kepler o Newton, cuya obra fue escrita en latín? En tercer lugar, en que se aprende latín clásico como si fuera una auténtica “lengua muerta”, y su estudio cansa y disgusta a la mayoría de los alumnos por el hastío que les produce la lectura de cosas sin sentido, en las que no ven provecho inmediato.

El enfoque del latín debe ser enderezado, estudiado con juicio y ciencia. Hay que estudiarlo de forma más inductiva que deductiva, como cualquier lengua moderna. Se puede empezar a una edad temprana; no sólo es asequible a la inteligencia de los alumnos de primero de ESO el procedimiento lingüístico, sino que sirve a la vez para ayudar a su memoria. No hay mejor fórmula para la memoria que el enlace lógico de los conceptos paralelo al enlace objetivo de los hechos. Existen manuales del habla latina en Europa, como es el caso de Bélgica o Alemania, donde ya se ha comprobado que muchos alumnos, al terminar sus estudios medios, pueden leer, comprender y hablar la lengua latina. En España, El método Orberg, Lingua Latina per se illustrata, tiene una amplia difusión, y parece ser que supera a los otros manuales en precisión y esmero. No sólo es conocido en España, sino que en Estados Unidos, universidades como Kentucky o Harvard se sirven de este método. En el Colegio Montessori de Salamanca lo llevo utilizando varios años, y ya empiezo a ver resultados satisfactorios. Creo que el ejercicio práctico de hablar la lengua latina es un método inmejorable para entender y leer mejor los textos clásicos.

Podemos preparar a las generaciones futuras para que hagan un uso más racional y seguro de su lengua, que ganaría en precisión, fecundidad y libertad. A la vez obtendrían un grado no menor en cultura intelectual. La lengua latina es un organismo vivo que no sufre imposiciones caprichosas, y cuyo manantial brota del pueblo que puede hablarla. El Latín tiene la capacidad de sobrevivir y renovarse, no es una lengua del pasado, sino del futuro, que ayuda a conocernos a nosotros mismos y a crear nuestras propias identidades: los romanos dieron muchos ejemplos de ello. No son las condiciones de los alumnos el obstáculo para una gran reforma de la enseñanza, en donde el latín y el griego sean asignaturas obligatorias desde primero de la ESO. La gran rémora que impide este cambio son exclusivamente una parte pequeña del profesorado, una más amplia de la sociedad y la mayoría de la clase política, por miedo a encontrarse con una juventud erudita y preparada.

Francisco Javier Bellido, profesor de latín.