Jesús Centeno | Madrid www.publico.es 28/12/2007
El rey de los hunos, que dirigió a su pueblo a la conquista de Roma, fue descrito por los historiadores antiguos como cruel y sanguinario.
Era pleno invierno y las estepas llevaban ya cuatro meses cubiertas de nieve. Mientras, en las tiendas de la tribu nómada de los hunos sólo se habla de la guerra. Las mujeres entonan canciones de armas, los generales despliegan sus mapas y los espías, que acaban de regresar de Bizancio, informan al rey, Atila, cuyo nombre provocaba el terror de los habitantes de los pueblos vecinos.
Los relatos de los historiadores romanos describían a los hunos como unos seres sanguinarios que vivían como animales y que se alimentaban de raíces silvestres y de carne que maceraban entre sus muslos y el lomo de sus caballos.
La realidad es que bajo el mando de Atila, «la encarnación del mal» o «el enviado del infierno», como también era conocido, los hunos -una raza mongólica procedente de Asia- se aprovecharon de la degradación del Imperio Romano, entonces dividido en el Imperio Romano de Occidente (Roma) y el Imperio Romano de Oriente (Constantinopla).
La ira de Atila despertó cuando el emperador romano de Occidente Valentiniano III rechazó la petición de mano de su hermana Honoria. Como represalia, Atila se lanzó, en el 451 y junto a escitas, sármatas, gépidas y ostrogodos, a la conquista del ejército romano.
Preparativos para la guerra
El rey Atila, todo autoridad y pragmatismo, ha soportado «años de tormentas de hielo y vientos del desierto», pero pese a todo continúa cabalgando. «Su red de espionaje, que cubría casi todo el mundo conocido, le informa de la debilidad romana y le asegura que, poco antes, había sufrido el saqueo de los ejércitos godos», explica el escritor e historiador británico William Napier en Atila: Los hunos a las puertas de Roma (La Esfera de los Libros).
Era el momento óptimo y Atila mandó llamar a sus generales: «La hora de la guerra ha llegado». Después de todo, había que entretener a los dioses. Llegó la primavera y el gran ejército se dirigió al oeste. Los días eran ya tan largos como las noches y los hunos alcanzaron los límites de los bosques septentrionales de la Galia.
En el campamento huno, Atila, sentado en un extremo del círculo de su consejo y con los puños apretados, escucha a los chamanes: «Si te enfrentas a los romanos hallarás la derrota, pero en el bando contrario será muerto su principal líder». Tras departir con su general de confianza, Orestes, Atila toma una decisión: entablar combate a campo abierto sin importar las consecuencias.
Sus tropas encararon a los romanos en la legendaria Batalla de los Campos Cataláunicos. En los campo de Châlons, miles de hunos acompañados de mercenarios, la mayoría pobres gentes de los pueblos conquistados, toman la iniciativa. Roma espera impaciente.
Atila frente a Aecio
El general Flavio Aecio era un hombre alabado y respetado del que se decía que prefería morir a romper su palabra. Dirigió la defensa romana, que contó con la ayuda de francos, alanos y visigodos. Comandante severo e implacable, dejó claro a sus soldados que si alguno desobedecía sus órdenes castigaría a la legión entera: sacaría a uno de cada diez hombres escogidos al azar y el resto lo apalearía hasta la muerte. A las órdenes de Aecio no sirvió nunca ningún cobarde.
Tras arengar a sus tropas, Atila atacó a los alanos en el centro, mientras que los ostrogodos embestían a los visigodos. Las flechas derribaron al rey visigodo Teodorico -como se había predicho-, pero los hunos se encontraban en una difícil posición, entre los visigodos de Turismundo y los romanos de Aecio. Al llegar el crepúsculo, Atila, vencido por primera vez, hubo de retirarse. Según las crónicas, quedaron tantos muertos «que sus almas siguieron luchando en el lugar durante varias noches».
A las orillas del río Po
Aecio permitió a los hunos retirarse hasta el Rin. Pero al año siguiente, recuperado de su derrota, Atila dirigió sus tropas hacia Italia hasta asentarse en el Po, a las afueras de Roma. Esta vez, Aecio no pudo detenerle, pero la hambruna y la peste acabaron por expulsarle.
El nuevo emperador romano de Oriente, Marciano, interrumpió el pago de subsidios pactado por Teodosio II y cuando, en el año 453, Atila se dirigió a Constantinopla para atacarle, murió, según Prisco, tras los festejos de celebración de su última boda. Sus soldados le lloraron cortándose el pelo e hiriéndose con las espadas. Jordanes lo recuerda: «El más grande de todos los guerreros no debía ser llorado con lágrimas, sino con sangre de hombres».
Los hunos, un pueblo preparado para la guerra
432: Trono compartido
Los hunos se unifican bajo el rey Rua o Rugila, que muere dos años después. Sus sobrinos Atila y Bleda quedan al mando de la tribu.
440: Los saqueadores de europa
Los hunos negocian con los romanos, que rompen los acuerdos a las orillas del Danubio. Pero el ejército huno aprovecha la ofensiva de los vándalos y toman Sigindunum (actual Belgrado).
442: Operación constantinopla
Una nueva tregua sirve a Teodosio II para traer sus tropas de África y financiar la guerra. De nuevo, Atila y Bleda derrotan a los romanos a las afueras de Constantinopla.
445: Atila, rey de los hunos
Bleda muere y Atila, que queda como único rey, propone matrimonio a Honoria, hermana del emperador Valentiniano. Su rechazo es interpretado como una llamada a la guerra.
450-451: La ofensiva de châlons
Atila llega a Bélgica y toma Metz, obligando a Aecio a darles caza en Châlons, trabando la batalla de los Campos Cataláunicos, que termina con la victoria de la alianza godo-romana.
452-453: Una última batalla
Atila contraataca y saquea Italia a su paso. Se detiene en el Po, con el ejército debilitado por las epidemias. Un año más tarde, Atila muere mientras planea un ataque contra Constantinopla
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