Javier Rodríguez Marcos | Madrid www.elpais.com 14/02/2011
El museo madrileño exhibe por primera vez en España la obra de Jean-Léon Gérôme.
El pintor francés Jean-Léon Gérôme era un profesional, esto es, un artista cada vez más raro en un tiempo en el que, a efectos de historia del arte, importaba más el genio que el oficio. Tal vez por eso se evadió en oriente y se refugió en la historia. Entre su nacimiento (1824) y su muerte (1904) estalló el impresionismo y se gestó la revolución cubista, pero él se mantuvo voluntariamente al margen de toda veleidad revolucionaria, subido al trono de las academias. Dicen que, en 1900, cuando el presidente de la república francesa estaba a punto de entrar en la sala dedicada a los impresionistas en la Exposición Universal de París, el artista gritó: «¡Deténgase, señor presidente, aquí está el deshonor de Francia!».
Adorado por eso que llaman el gran público en un tiempo en el que el público todavía no era grande, Jean-Léon Gérôme pasó hace años al limbo de los pintores de género. Desde mañana y hasta el 22 de mayo, el Museo Thyssen expone casi 60 obras suyas entre pinturas y esculturas. El objetivo de la muestra no es «rehabilitar» al artista de Vesoul «ni hacer un alegato en su defensa, sino ponerlo ante nuestros ojos, ante un público de comienzo del siglo XXI que lo conoce poco y mal». Esa ha sido la pretensión de los comisarios de la exposición: Laurence des Cars (directora científica de la Agence France-Múseums), Dominique de Font-Réaulx y Édouard Papel (conservadores jefes del Louvre y del Museo d’Orsay, respectivamente).
Al llegar a las salas subterráneas del Thyssen el visitante se encontrará con una desconcertante bienvenida: La jugadora de bolas (1901), un desnudo de mujer que parece haberse adelantado casi un siglo a la mezcla de pop y kitsch intelectualizado de Jeff Koons. Al menos en sus tiempos de idilio con aquella estrella del porno llamada Cicciolina. La comparación se impone. El universo de Gérôme queda en apariencia tan lejos del gusto moderno que, paradójicamente, la tentación es buscarle referentes contemporáneos. Curioso destino para un «archiacadémico» y «ultrarreaccionario» como él. Las comillas son de Guillermo Solana, director artístico del museo madrileño.
Pese a la tentación, una exposición como esta enseña a valorar en su contexto histórico la obra de un pintor que recorrió todas las estaciones que hasta el siglo XIX recorrían los de su gremio: del trabajo en el taller de un maestro (Paul Delaroche en su caso) a la labor de copia en las salas del Louvre pasando por un viaje a Italia y varios más a Egipto, Argelia o Turquía. Ese viaje termina, ya dijimos que Gérôme fue un profesional, en un lugar muy concreto: el mercado. Lo que no quiere decir que su obra -popularizada en su tiempo por multitud de reproducciones- carezca de esos fogonazos de expresividad que dicen que el dinero no puede comprar. Ahí están obras como La bacante (1853) o el retrato que hizo en una misma tabla de 20 centímetros de lado a su padre y a su hijo entre 1866 y 1867. Sin olvidar su serie de autorretratos en el taller o el desasosegante La Verdad saliendo del pozo armada con su azote para castigar a la humanidad (1896).
Todas ellas pueden verse en el Thyssen durante un recorrido en el que tienen especial protagonismo sus cuadros de tema oriental e histórico. Los primeros, troquelados por el exotismo de la época, son fruto de una mezcla entre los viajes del artista y la demanda de sus clientes. Los segundos nacen tanto de la documentación -de la que Gérôme era un obseso- como de la evocación. Sus cuadros de gladiadores tienen, así, un aire teatral y cinematográfico de película de romanos, más de Cecil B. de Mille que de Suetonio.
MÁS INFO: Jean-Léon Gérôme en el Thyssen. 15 febrero – 22 mayo 2011