Jerez (Cádiz) www.diariodejerez.com 29/10/2006

En un artículo anterior nos enfrentamos al tema de la muerte hace dos mil años con la intención de «cuantificar» la esperanza de vida de quienes habitaban en la circunscripción jurídica romana conocida como Conventus Gaditanus, en su zona más occidental (lo que más o menos correspondería a la actual provincia de Cádiz).

Jerez (Cádiz) www.diariodejerez.com 29/10/2006

En un artículo anterior nos enfrentamos al tema de la muerte hace dos mil años con la intención de «cuantificar» la esperanza de vida de quienes habitaban en la circunscripción jurídica romana conocida como Conventus Gaditanus, en su zona más occidental (lo que más o menos correspondería a la actual provincia de Cádiz).
Hoy nos vamos a centrar en la literatura epigráfica de esta zona en relación con la muerte. Hemos elegido este título, pero muy bien podría haber sido el de «la actitud ante la muerte en la región gaditana hace dos mil años».
Existía, casi como ocurre hoy, lo que podríamos llamar una fórmula tradicional que podía leerse en las lápidas sepulcrales. Ésta era la del praenomen, nomen, «hijo de» más el praenomen del padre, la tribu, el cognomen, la edad del finado, la condición, el oficio o el cargo público (duúnviro, séviro augustal o prefecto de cohorte, entre los que hemos consultado). Suelen figurar también las iniciales H S E (hic situs est), «aquí está enterrado», que a veces iban precedidas por D M (Di[i]s Manibus), «(dedicado) a los dioses Manes», los «benévolos» o espíritus de los difuntos divinizados; y la leyenda finalizaba con las conocidas siglas S T T L (sit tibi terra levis), «que sea para ti la tierra ligera» (que te pese poco: ¡ah, qué prácticos los romanos!). Aconsejamos de nuevo una visita a nuestro coqueto Museo Arqueológico Municipal.
Como en toda fórmula, encontramos sobre el esquema múltiples variantes. Recordemos que hasta muy avanzado el siglo II después de Cristo, el rito funerario más común entre los hispanorromanos era la incineración: las cenizas y los huesos resultantes de la cremación del cadáver se recogían en unas urnas o en un vaso, que se colocaban bajo tierra o en una pared con nichos pequeños, conocidos como columbaria (es decir, «palomares»). Luego, a partir del III siglo de nuestra era se va extendiendo la inhumación. Los cementerios romanos o necrópolis se alineaban a lo largo de los caminos de salida de la ciudad, por lo que la invocación se hacía a los caminantes y viajeros (Siste, viator: «párate, caminante»), a los que se pedía la lectura del epitafio.
Nuestra principal fuente documental es el corpus de inscripciones gaditanas recogidas primero por el profesor Julián González y posteriormente por los profesores M.ª D. López de la Orden y Antonio Ruiz Castellanos. Hemos consultado en torno a los 200 epígrafes en los que puede leerse al menos parte de la información que buscamos. Hay piezas realmente bellas y muy emotivas y son las que hemos seleccionado. Traemos aquí de la ciudad de Gades una inscripción (pieza hoy desaparecida) que tiene un mensaje muy actual: «Te lo ruego, caminante: come, bebe, diviértete y aproxímate».
En Gades, en el famoso templo de Hércules se practicaban dos curiosos cultos, uno dedicado a la Vejez, y otro asociado al primero, a la Muerte (nos lo dicen Filóstrato y Eliano). Los gaditanos además estaban convencidos de que la vida de los moribundos no se extinguía mientras las mareas subían, sino que les llegaba la muerte con la bajamar. Quizá el altar gaditano a la feliz Vejez tenga un contexto legendario en la fama de longevos que teníamos entre griegos y romanos, personificada en la existencia del rey tartesio Argantonio (del que hablamos el curso pasado), con sus 120 años de vida.
Sin embargo, la realidad cotidiana era muy cruel y en nada difería de los regímenes demográficos antiguos que nos han regido hasta bien entrado el siglo XX. La mortalidad infantil, como adelantamos la semana pasada, era muy alta, aunque no podamos precisar una tasa concreta por falta de datos estadísticos. Además, de los que llegaban a la adolescencia, sólo una tercera parte tendrían posibilidades de alcanzar los cincuenta años; los otros morían en plena juventud, antes de haber cumplido los treinta. Esta edad era la encrucijada fatal: en torno a ella se quedaba casi la mitad de la población.