Juan Dañobeitia | Santander www.eldiariomontanes.es 02/11/2007
Italia es un museo abierto al cielo; infinitos lugares en los que abrir los sentidos ante el tiempo detenido; carreteras que separan, entre los cipreses de la Toscana, más de 1.000 años de historia: del auge del imperio romano, al fervor del Renacimiento; de Roma a Florencia conduciendo entre viñedos; de Florencia a Cinque Terre pasando por entre acantilados que conducen a un mar intensamente azul. Italia es magia, es caos, es cultura, es belleza, es el paroxismo del turismo.
Italia es todo lo que una persona con ganas de mirar, necesita para ser feliz durante mil y una noches. Y su capital, Roma, es la ciudad eterna por algo: porque uno necesitaría cien vidas para disfrutarla entera. Supongo que por eso existe la Fontana de Trevi, porque siempre ha de quedar la esperanza de que se podrá volver.
Santander-Roma. Apenas 80 euros ida y vuelta, con tasas incluidas y dos horas de avión. Nunca tuvimos a la ciudad eterna tan cerca de nuestra vida. Merece la pena ir por el mero de saber que algún día necesitaras volver. Son tantas y tantas cosas las que pasear por la capital empedrada, que uno nunca se cansa de quedarse ensimismado. El primer consejo para quien quiera pasar unos días en Roma, es tener cuidado con el hotel que se elija. La conclusión que deja la hotelería italiana es que en España somos tremendamente afortunados. Si uno quiere disfrutar de los paseos y saber que puede regresar tranquilo al hotel para descansar, merece la pena buscar hoteles a partir de las cuatro estrellas. Si a esto le añadimos una situación céntrica, el precio sube hasta los 200 euros por noche. En definitiva, caro.
¿Por qué es tan importante el centro? Por varias razones. La primera, porque el servicio de autobuses del aeropuerto nos dejará en Termini, la inmensa estación de tren de Roma, situada en pleno corazón de la ciudad. En segundo lugar, porque no se puede perder un segundo entre metros que no te dejan en el corazón de la capital (cada vez que se abre una zanja en Roma, aparece un resto que coparía por sí solo cualquier museo de arqueología). Y en tercer lugar, porque el centro es el centro. Y en Roma más que en ningún sitio.
Con unas buenas playeras y una mochila atada al pecho (nadie podrá desvincular a la ciudad eterna de su fama de carteristas), llegaremos al hotel mediada la tarde. Primera visita, la Plaza de España, uno de esos lugares en los que todo visitante tiene que hacerse una foto. Parte de ella está siendo restaurada, pero cuando uno viaja a Italia debe ser consciente de que, al menos el 20 por ciento de las cosas que ha marcado en el mapa, van a estar rodeadas de andamios. Es lo que tiene el precio de la historia.
De allí a la plaza del Popolo, tras haber recorrido Vía Condotti y Vía del Corso, dos de la grandes arterias de compras de lujo de la ciudad. Una vez en la plaza y si no ha entrado la noche, uno puede mirar alrededor y quedarse fascinado con la inmensidad de las construcciones que la rodean. Seguimos andando, dirección el Vaticano. ¿Por qué llegar de noche? Por una razón bien simple: ya está casi vacío. No se podrá entrar a ver la Capilla Sixtina, pero si uno no ha reservado entradas con anterioridad, se va a perder una mañana aguardando la cola. ¿Merece la pena perder un día en Roma por la Basílica de San Pedro? Depende de cada cual. Por cierto, con el plano en la mano, la ruta idónea para ir del Popolo al Vaticano es aquella que pasa por el Castelo San Angelo, otra de esas construcciones impávidas.
Gastronomía
Continúa la ruta, esta vez con destino la Piazza Navona. Daremos un rodeo para pasar junto al Ara Pacis (no está de más informarse sobre la exposición que se aloje durante nuestra visita; actualmente, una en la que se muestran diseños de Valentino, uno de los máximos exponentes de la haute couture). Para llegar hasta la Piazza, no está de más perderse unos minutos entre callejones plagados de trattoria, pequeños restaurantes casi siempre con terraza (en Italia está prohibido fumar en el interior de todos los locales de hostelería y hotelería) y en los que, cumpliendo el tópico, se come una pasta deliciosa. Un antipasto (entrante que suele constar de queso, ensaladas o prosciutto, parecido al jamón ibérico, pero menos curado) y un par de segundos platos son suficientes. El precio medio, incluyendo vino, un postre y el inevitable café (expreso, macchiato o cortado, capuchino o con mucha espuma o el caffe latte, que es un café con leche pero a lo bestia), no tendría por qué superar los 20 o 25 euros por persona, siempre que se haya elegido bien el lugar (Italia es más caro que España; hay que tenerlo en cuenta). Un taxi o un paseo y de vuelta al hotel, porque los horarios son europeos y en el centro histórico no merece la pena salir de marcha.
La segunda mañana hay que dedicarla a andar. Y mucho. Comenzamos la ruta en la Plaza de la República, para tomar dirección hacia el Quirinale, lugar en el que reside el presidente de la República. Se recomienda pasar por la Via delle Quattro Fontane. Y de allí, a uno de los lugares convertidos en inolvidables por el cine: la Fontana de Trevi. Que nadie espere una plaza inmensa rodeando una fuente gigantesca. Se accede entre callejuelas y te la encuentras casi sin querer. Pero si la compañía es la idónea, es uno de esos lugares perfectos para dar un beso y decir te quiero. Será un cliché, pero hay que tirar la moneda. Nunca le cierres la puerta a una posible vuelta a Roma. Siempre quedará algo por ver. Ya sea por primera vez, por segunda, por tercera .
El Coliseo
El camino nos conduce ahora hacia el monumento a Vittorio Emanuele II. Inmenso, como casi todo lo que sigue en pie de Roma. En obras, como muchas de las fotos de Italia. Indispensable, como cualquier esquina de un país infinito. Y si uno tiene buena vista, ya podrá vislumbrar, a lo lejos, el Coliseo. Una de las grandes referencias no sólo de Roma, sino del mundo entero. Coronada como una de las siete maravillas del mundo, la pregunta que uno se hace al pie de ese inmenso pedazo de historia es simple: ¿cómo? Tiene 2.000 años de historia y su aforo superaba los 50.000 espectadores. Las piedras que asoman a casi cincuenta metros de altura hacen pensar la cantidad de pobres romanos que debieron morir tratando de posarlas con calma. Se celebraron juegos durante cinco siglos y fue construido en apenas ocho años. Repito: ¿cómo? Yo, al menos, no lo sé. La fila es una de esas esperas que merece la pena hacer (apenas media hora). Además, el precio de la entrada da derecho a acceder al Palatino, donde vivieron, entre otros, Tiberio, Calígula o Nerón. Muy cercano (a unos dos minutos andando) y rodeado por los majestuosos arcos de Tito y de Constantino.
Emprendemos de nuevo el camino, dirección Trastevere. Pasaremos, entre medias, por la boca de la verdad (quién puede olvidar la cara de Audrey Hepburn al ver a Gregory Peck tras haber perdido la mano en ‘Vacaciones en Roma’). Se encuentra en la iglesia de Santa María in Cosmedin, tras haber cruzado la Via del Cerchi, que nos conduce por el Circo Máximo. No extrañarse al ver la fila de espera para hacerse fotos. Casi tan típica como aguantar la Torre de Pisa, pero nunca está de más, ahora que existen las tarjetas de un giga.
Y de allí, al Trastevere. En cualquier ciudad, se hablaría del casco viejo, pero Roma es Roma. Callejuelas empedradas en las que se suceden las plazas con pequeños restaurantes y que conducen, todas ellas, a la plaza de Santa María del Trastevere. Comer, descansar y coger fuerzas de nuevo, para después encaminarse hacia la iglesia de San Pietro in Montorio, muy cerca de la Piazzale de Garibaldi. Fotos, más fotos, cambiar la tarjeta y a descansar al hotel, para después, por la noche, acercarse de nuevo a la Piazza Navona, a cenar de nuevo pasta (también se puede disfrutar de una buena carne, pero entonces hay que preparar la visa para un viaje sin retorno).
Al día siguiente, sólo quedará ser consciente de que el fin de semana se ha terminado. Si la salida del vuelo lo permite, no estaría de más acercarse al Ara Pacis para ver la exposición (como antes se comentó) y tomarse un último café bien cerquita del Tíber. Hacer la maleta y apuntar en rojo sobre un mapa lo que no ha dado tiempo a visitar: el interior de la Basílica de San Pedro, Villa Borghese, las catacumbas, el Capitolio Quién sabe, de haber alquilado una Vespa, a lo mejor le habríamos ganado unas horas a Roma, pero cuando les ves conducir, sólo queda pensar: ¿¿¿están locos estos romanos!!!
ENLACES:
Roma, en la Wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Roma