Juan Pablo Abraham | Universidad Nacional de Villa María 17/05/09
El objetivo de la presente exposición consiste en destacar en la figura de Lucrecio un rasgo que por su peculiaridad poco mesurable ha sido muchas veces postergado. Existen en demasía estudios de tipo ilativos o datísticos que relacionan las ideas de Lucrecio con las de su maestro Epicuro; sin embargo, escasea el intento de volcar en letras aquella experiencia insustituible del lector que transita los seis libros del portentoso poema. De esta manera, hemos tenido en cuenta algunas dificultades que presenta el estudio de la ética, la revalorización de la originalidad lucreciana (no de tipo filosófica), el muy perceptible temple pesimista del poeta, su inconmensurable amor por la verdad y, por último, un intento por captar el sentido profundo del mensaje lucreciano, del cual todo lector potencial se hace dueño y custodio una vez que ha penetrado en el corazón del poeta.
En esta exposición hemos optado por darle a la figura de Lucrecio un rasgo que por su peculiaridad poco mesurable ha sido muchas veces postergado. Existen en demasía estudios de tipo ilativos o datísticos que relacionan las ideas de Lucrecio con las de su maestro Epicuro, sin embargo, escasea el intento de volcar en letras, aquella experiencia insustituible del lector que transita los seis libros del portentoso y magnífico poema. De esta manera, hemos tenido en cuenta: algunas dificultades que presenta un estudio de la ética, un intento de captar la unidad del poema y sus divisiones, la revalorización de la originalidad lucreciana (no de tipo filosófica), el muy perceptible temple pesimista del poeta, y por último, su inconmensurable amor por la verdad.
Trataremos, en fin, de superar el intento de reducir el valor literario y humano de la obra lucreciana; revalorizar la capacidad receptiva y, por lo mismo, el compromiso viviente de nuestro poeta hacia la doctrina epicúrea, como la tensión constante del poeta hacia la verdad.
A. Dificultades que presenta el estudio de la ética en Lucrecio
Básicamente son dos las variables que debemos tener en cuenta a la hora de estudiar a Lucrecio. En primer lugar, la que corresponde a nuestra intención y, por consiguiente, el método elegido para su interpretación. Así pues, si estudiamos a Lucrecio de una manera más o menos erudita y haciendo de su poesía un esquema de ideas epicúreas, perdemos lo asombroso del milagro poético, expresado en imágenes en pleno contacto con lo sensible, enraizado por lo mismo en el espíritu de un hombre que asimila en su pleno movimiento las cosas de la naturaleza. Sin más, entendemos que De rerum natura no es sólo una exposición de la física antigua hecha de manera poética, lo cual no hubiera superado cierto nivel de mediocridad; sino que en la expresión lucreciana se evidencia la nota particular de la imagen, expresada, por ejemplo, en el verbo: et ignem ignes procudunt (II, 1115) [los fuegos forjan el fuego], et belli magnos commovit funditus aestus (V, 1435) [y ha excitado desde el fondo los poderosos torbellinos de la guerra]; o también en la comparación, que es el procedimiento más común: floriferis ut apes in saltibus omnia libant (III, 11) [y como en los bosques floridos las abejas van libando todo], ut picis e coelo demissum flumen ( VI, 257) [semejante a un río de pez caído del cielo], etc., los ejemplos pueden seguir multiplicándose. En síntesis, lo que queremos decir es que más que un estudio pormenorizado e ilativo de las ideas epicúreas, lo cual no sería tan complejo, es necesario que el lector potencial viva con Lucrecio, camine con él, y aquí si se torna más dificultoso y comprometido.
En segundo lugar, y con plena objetividad, surge la complejidad misma del poema, pues, muchos de los puntos centrales aparecen implícitos en su obra y otros casi imperceptibles, es decir, “de las tres partes en que se dividía la filosofía de Epicuro – la canónica, la física y la ética- solamente la segunda es expuesta con detalle por Lucrecio; la referencias a la parte primera no son muy completas y el tratamiento de la parte tercera es esquemática y a veces únicamente implícito en el tono adoptado por el poeta”1.
B. Revalorización de la originalidad lucreciana
Abordemos ahora algunos puntos de su gran poema: En sus seis libros De rerum natura presenta básicamente las teorías de Demócrito y Epicuro, ajustándose más estrechamente a este último, a quien el poeta considera su maestro divino. Las influencias2 de Lucrecio fueron muchas, aunque todo parece indicar que adhiere al hedonismo3 epicúreo. Pero no debemos pensar por esto que Lucrecio es una copia literal de su maestro. Entender la mirada lucreciana no supone hacer sólo una reconstrucción esquemática de la teoría epicúrea – no se abreva de este modo en el sentido interno del poeta -, se requiere además un contacto más profundo que esto, y es ver con los ojos de la razón y del corazón esa capacidad expresiva e intelectiva con que los versos latinos, a pesar de la pobreza lexical de la que se queja el autor, ponen de manifiesto al hombre frente al mundo, al cambio de la realidad material, a la angustia frente al dolor; y es comprender el placer de una doctrina que examina la intimidad de la naturaleza de las cosas y provoca, en consecuencia, una tranquilidad del alma. Por este motivo, si se pretende estudiar el original sentido lucreciano que contiene De rerum natura, no es conveniente despojar al poeta de su privilegiada posición como observador viviente de la naturaleza y atribuirle, por lo tanto, un análisis meramente datístico y almacenador de la ética epicúrea.
Aldo Mieli dice que “todo el poema de Lucretius, no es otra cosa que una amplia exposición de la física de Epikouros, hecha sí en forma poética, pero conservando todas las ideas de su modelo”4. Este comentarista procura ser honesto cuando advierte al lector que no considera a Lucrecio bajo su aspecto literario, y sí bajo un aspecto científico, es decir empírico. No hay duda de su aporte sobresaliente e ilustrado. Pero ¿cómo puede hablar de las amarguras de Lucrecio “adivinadas” por las guerras civiles, y de su “sentimiento completamente materialista y determinista”, y sostener empíricamente que el hombre tiene una “maldad innata”, como lo expresa al finalizar el prefacio? ¿Se puede hablar empíricamente de la “maldad innata del género humano”? Así, vemos cómo fracasa su intento al no cumplir con su advertencia.
Debemos recordar aquí el apego y devoción que los discípulos (Lucrecio en primer lugar) manifestaban hacia Epicuro; así, no surgieron ideas renovadoras del epicureísmo, sino nuevas formas que están dadas por nuevos intereses. Por consiguiente, en el poema lucreciano no existen ideas filosóficas nuevas5. Su valor debe medirse por la capacidad artística dada en la forma poética, en la cual Lucrecio es dueño y maestro.
Sin más, hacemos nuestra la advertencia de G. Carlotti: “Me parece una falta verdadera y auténtica de sentido histórico, una ilusión óptica nacida de proyectar el pasado en nuestra manera de pensar, una actitud del pensamiento ingenuo y acrítico, mediante el cual se atribuyen a una época lejana problemas y términos de nuestro tiempo, que no podían surgir, y menos surgir en la forma como se han planteado a una mentalidad moderna”6.
Entender, pues, de esta manera al autor latino es quitarle lo más profundo de su esfuerzo, el cual es la percepción íntima de la realidad. Es decir “a la estructura, enunciación y prueba de los principios, verificación de los mismos en la realidad sensible, ancho campo de observación y análisis, añádese el descubrimiento y la experiencia personal de una realidad indeterminada, rica y henchida de una vida misteriosa, que es el centro para las miradas del poeta”7 Pues “hay en Lucrecio un materialismo de las cosas, vivas y actuantes, y no un materialismo de la materia muerta, inoperante y negadora”8.
Es ver, por lo tanto, la originalidad misma del poeta, más allá de todos los conocimientos de raigambre atomista; y de esta manera comprender la continuidad espiritual pero no libresca de la obra lucreciana. Nos dice Carlos García Gual: “Aunque el epicureísmo ya había sido divulgado en los círculos latinos, incluso en medios populares, por los escritos de Amafinio y Catio, a comienzo del siglo 1 a. C., y a mediados del mismo siglo goza de una cierta boga en medios intelectuales (…) la empresa de Lucrecio no tiene parangón”9 Y agrega más adelante haciendo referencia al íntimo carácter del poeta: “Pero no sólo hay que hacer un lugar a la personalidad de Lucrecio, sino también al impulso emocional de la poesía, el ímpetu y al fervor del poeta, que va más allá de la prosa doctrinal”10.
Es aquí donde surge la originalidad del poeta, es aquí donde se asimila la doctrina epicúrea con la experiencia espiritual lucreciana. Pues, hay momentos en que los átomos y el vacío quedan atrás en la obra, surgiendo así la mirada del observador viviente y sufriente11.
C. Temple pesimista en De rerum natura
La figura de Lucrecio ha sido considerada a lo largo de nuestra historia de muy diversas maneras. Las palabras que resuenan en forma de eco son: “materialista o atomista”, “ateo”, “pesimista”, “hedonista”, etc.; pero todas estas miradas son parciales si se examina la obra en su plenitud y se dejan caer los prejuicios que ningún investigador debería tener. Que Lucrecio no haya alcanzado una verdad plena o más perfecta, no significa que no la haya buscado ardientemente, y el deber de cualquier investigador sensato, no consiste en aceptar lo que no es verdadero, pero tampoco en no amar al que sin haber llegado a la misma se ha comprometido en su búsqueda. Más aún, hablando de Lucrecio, con sus limitaciones históricas. Por lo tanto, podemos entender de manera más perfecta su obra, si nos reconocemos imperfecto nosotros y también a él. Lucrecio no perfecciona la doctrina de Epicuro encontrando nuevas relaciones, (como ya hemos dicho) lo que él hace con la doctrina de su maestro es heredarla, aceptarla y vivirla intensamente en carne propia.
Acerca de la vida de Lucrecio se sabe muy poco, y lo que se sabe se discute casi todo, inclusive la fecha de su nacimiento y muerte12. Vivió, sin duda, en una época agitada por guerras civiles. Esto queda claro en los fragmentos siguientes: nam neque nos agere hoc patriai tempore iniquo possumus aequo animo (I, 41-42) [pues en tiempo de iniquidad para la patria, no puedo hacer nada con ánimo sereno]. A su vez, Eduardo Valentí comenta: “Estos versos parecen indicar que el poeta escribía en una época de perturbaciones civiles. Se ha sugerido el año 59 a. C. (consulado de César y pretura de Memmio), en el que se agudizó el conflicto entre los triunviros y la oligarquía senatorial”13.
Por otra parte y refiriéndose a lo mismo, opina Tenney Frank: “Lucrecio (…) tenía suficiente edad para observar con cabal comprensión la triste crueldad de las guerras civiles libradas entre las facciones de Mario y Sila, lo cual habría bastado para apartar a un hombre sensible de la vida política”14.
Sin más, la nota trágica dada por el pulso lucreciano nos lleva a comprobar lo dicho. Así, detectamos en Lucrecio una tendencia a sobreestimar el mal. El hontanar de semejante actitud viene dado por la manera en que exagera los desórdenes que produce el temor a la muerte, como anticipó Epicuro. No podemos decir que en nuestro autor existe un pesimismo como doctrina, ya que el pesimismo como doctrina filosófica sostiene que el mal existe en el mundo de un modo primario y substancial, no pudiendo eliminarlo sin eliminar la misma existencia. En este sentido, no encontramos un pesimismo de este tipo en Lucrecio pero sí un temple pesimista. Digamos más bien que “en Epicuro, como en todos los hedonistas el pesimismo estaba implícito, porque el placer requiere una superación continua del dolor; pero ese pesimismo se afirma imperiosamente en el gran discípulo, y se convierte, puede decirse, en el motivo inspirador de su visión de la vida”15.
Comentando la personalidad de Lucrecio dice García Gual: “Lucrecio busca la ataraxia del sabio con un ardor que revela un temperamento exaltado, pasional y propenso a la melancolía. Esa tensión entre la serenidad buscada y la propia naturaleza sentimental confieren un cierto tono trágico a la poesía lucreciana, y su lectura no ejerce un efecto tan consolador como el buscado. Un pesimismo cordial, acerca de la naturaleza, tan cargada de males, y de la sociedad humana, tan brutal y dañina, colorea el mensaje con un tinte dramático”16.
No podemos dejar de considerar la observación profundísima de Disandro, al advertirnos que “… si hay mucho de trágico en Lucrecio no es por cierto a causa de un materialismo ateo, desdeñoso y sacrílego, ni tampoco por esa extraña perduración en el ambiente romano, luego de tan admirables iluminaciones como las de Píndaro, Platón y Aristóteles, de una física mítica, en contraposición a una nueva física de explicación más universal, sino precisamente por esta indestructible transformación de su mundo espiritual a la condición, contenido y límites de su experiencia”17.
D. El amor a la verdadera doctrina
No nos debe sorprender que alabe a su maestro hasta el punto de considerarlo un dios y, pensar que esto va en contra de su originalidad. En efecto, refiere Lucrecio que no por deseo de rivalizar con Epicuro sino que por amor, lo imita y lo sigue en su doctrina, siendo el mismo poeta el que descubre con su carne y sus huesos lo que ha aprendido de su maestro. Por eso nos dice moenia mundi discendunt, tantum video per inane geri res (II, 16- 17) [se desvanecen las murallas del mundo y veo hacerse las cosas por la inmensidad del vacío]. En definitiva, considerar al maestro Epicuro de manera semejante a los dioses con una “divina mente” (15) no le impide dejar a un lado su capacidad intelectiva y poética18.
Más asombroso es el amor que el poeta tiene por la verdad. Verum protrahere inde (I, 409) [sacar de allí la verdad] le dice Lucrecio a Memmio, exhortándolo a buscar y comprender la naturaleza. Aquí vemos el espíritu de Lucrecio, el mismo sabio que no le teme a “los lugares más obscuros” para sacar la verdad. Además agrega la plena libertad del que conoce, pues dice per te tute ipse videre (I, 407) [por ti mismo podrás entender].
Comenta Santayana: “extraordinariamente vívido, inexorable, inequívoco en todos sus detalles, es sobremanera grandioso y severo en su agrupación de hechos. Es la verdad lo que lo absorbe y lo arrastra. Desea que los hechos mismos nos convenzan y sosieguen, que las cosas impongan sobre nosotros su abrumadora evidencia, que impregnen nuestro ser y nos testimonien unívocamente la naturaleza del mundo”19.
Al observar el ímpetu con que Lucrecio ataca la posición heracliteana tomada luego por los estoicos, con algunas modificaciones por cierto, de que el fuego es el origen de todo, vemos su lucha en contra de aquellos que no fueron en pos de la verdad20.
En consecuencia, notamos en Lucrecio no sólo un apego a la doctrina verdadera, que es sin duda la de Epicuro (por eso habla de la vera ratio (I, 51) denotando que la verdadera doctrina es la de su maestro), sino también, una fuerte tensión a la verdad, que sin duda él juzga máxima, y por lo mismo, un intenso deseo de que sea conocida. Dice Tenney Frank: “Sin embargo en su entusiasmo deja traslucir que lo que lo inspira no es un espíritu negativo de predicador, sino el deseo de hacer que todos los hombres conozcan la belleza de la ciencia”21.
Por este motivo “en los proemios el escritor expresa genialmente y con soberano dominio de sus recursos lo que para él significaba la doctrina de Epicuro y la exaltación de sentirse apóstol de esta buena nueva entre los romanos”22.
De este modo, hemos visto el amor del poeta hacia la verdadera razón, hacia la verdad epicúrea. Pero si existe una doctrina verdadera ¿cuál es la falsa? Y ¿quiénes son los que incursionan en algarada hacia ella? La falsa doctrina es sin duda la que no admite la existencia de los átomos y el vacío por no aparecer directamente a la experiencia sensible. Y estos hombres son los que Lucrecio podría llamar stolidi [necios] (I, 641)
Me pregunto si en este siglo se consideraría la postura materialista de Lucrecio una postura autoritaria, elitista e intolerante por ser simplemente un buscador insaciable de la verdad, que él considera objetiva, pues es común a los sentidos. Esto se resolvería de una manera fácil si entendiéramos que nadie se mueve sino en pos de una verdad que nos saca del error, como el poeta mismo lo expresa23.
E. A la búsqueda del sentido lucreciano.
Más allá de la controvertida discusión sobre si debemos ubicar a Lucrecio en la historia de la literatura romana o en la historia de la filosofía, la poesía de Lucrecio tiene un poder trascendente que socava y aturde a quien lo lea. Es necesario, pues, transitar el camino que los seis libros nos muestran, para entrar en el corazón del poeta. Así pues, en De rerum natura detectamos dos ejes que son el núcleo en el cual vive nuestro autor. Existe una primera cosmovisión dada por los principios epicúreos que se muestran en la intelección de los átomos, el vacío etc., pero también, encontramos la mirada propiamente lucreciana que respira y se alimenta en una fusión que vierte presupuestos filosóficos epicúreos en imágenes dadas por las cosas sensibles volcadas luego en los hexámetros. De esta manera, el corazón de Lucrecio puede verse en la más pura asimilación de estas dos vertientes: una nacida de los presupuestos del atomismo y la otra de la experiencia viva del poeta, la misma que describe las cosas de la naturaleza y sus múltiples colores, al hombre con sus miserias y, la irónica mirada que vuelca a sus viles acciones, al amor y su peligro, como también el sentimiento de sentirse y saberse discípulo del “más grande entre los griegos”. Aquí vive Lucrecio más que en los presupuestos epicúreos, que sin duda son la base de su filosofía, y sin los cuales nada hubiera hecho. Así nuestro autor deja que las cosas se muestren, lo busquen y en él aniden. A él no le interesa indagar a fondo las causas de los distintos fenómenos, necesita conocerlos de manera general, aunque esto no tenga un carácter científico (al modo baconiano) pero si un carácter imaginativo inmenso; aquí hay un poder mítico, no al modo de Homero, pero si al modo de los límites precisos que su experiencia le permite y a la consecuente necesidad imaginativa que toma vuelo con la paciente observación.
Sin más, podemos apreciar a Lucrecio por ser el hombre que expuso una teoría física de manera completa, por su voluntad de erigirse por sobre las supersticiones, religiones o tradiciones, pero más debemos tenerlo presente por darnos de manera ininterrumpida los tonos de su sentimiento, una colosal intuición, su amor hacia la verdad de las cosas, que se muestran a los ojos de un observador que intenta comprender la naturaleza para así comprenderse y, consecuentemente, encontrar el remedio de esa vida tan cargada de maldades y miserias.
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1 Ferrater Mora, José. Diccionario de Filosofía. Buenos Aries, Editorial Sudamericana, 1964. Tomo II, p. 95.
2 Véase Levi, Adolfo. Historia de la filosofía romana. Buenos Aires, Eudeba, 1969, p. 67
3 Véase Ferrrater Mora, José, op. cit., tomo II, p. 1576
4 Tito Lucrecio Caro, De la naturaleza de las cosas. Poema en seis cantos. Traducido por José Marchena. Prefacio y notas de Aldo Mieli. Buenos Aires, Espasa –Calpe Argentina S. A., 1946., p. 16.
5 Véase Mondolfo, Rodolfo El pensamiento antiguo. Buenos Aires, Losada, 2007, tomo II, p. 101.
6 Carlotti, G., “L’eleatismo d’Eraclito” En Giornale Critico della Filosofia Italiana, año III, fasc. 4, 1922, páginas 229 – 357. Citado por Farre, Luis, en Parménides – Zenón – Meliso – Heráclito. Fragmentos. Madrid, Ediciones Orbis, 1984, pp. 188-189.
7 Disandro, Carlos A., La poesía de Lucrecio. La Plata, UNLP, 1950, p. 22.
8 Ibidem., p. 33.
9 García Gual, Carlos, Epicuro. Madrid, Alianza Editorial, 2002 p. 233.
10 Ibidem., p. 237.
11 Para comprobar esta asimilación podemos ver : I, 110-111 y 151; II, 1-19; 54-58; 569-580; 1038-1039; 1160-1174; III,59-90; 307-322; 822-829; 912-915; 955-960; 978-1023; 1054-1094; (IV, 580-594; 1084-1096.
12 Véase Levi, Adolfo, op. cit. p. 54.
13 Valentí, Eduardo, Notas, comentarios y explicaciones, en Tito Lucrecia Caro, De la naturaleza (edición bilingüe), Madrid, Alma Mater, 1997-2001, nota 1, tomo I, p. 167.
14 Frank, Tenney, Vida y literatura en la república romana. Buenos Aires, Eudeba, 1961 p. 271.
15 Levi, Adolfo, op. cit. p. 66.
16 García Gual, Carlos, op. cit., p. 234.
17 Disandro, Carlos A. op. cit., p. 41.
18 Ver III, 28- 30. Por otra parte, para relacionar ese amor de Lucrecio a su maestro ver: Mondolfo, Rodolfo, La conciencia moral de Homero a Demócrito y Epicuro. Buenos Aires, Eudeba, 1997, p. 48.
19 Santayana, G. Los tres poetas filósofos, Buenos Aires, Losada, 1943 p. 35.
20 Ver I, 635-644.
21 Frank, Tenney, op. cit., p. 279.
22 Eduardo Valentí. Notas, comentarios y explicaciones. Op. cit., tomo I, p. XXXVI.
23 Ver I, 655-664 y 705-711.
Juan Pablo Abraham es investigador de la Universidad Nacional de Villa María, más concretamente en el Instituto Académico y Pedagógico de Ciencias Humanas en su Centro de Filología Clásicas y Modernas.