Los
romanos
acaudalados
disponían
a veces
de una
casa en
la
ciudad y
otra en
el
campo,
de
dimensiones
mayores
y con
nuevas
dependencias,
puesto
que
incorporaban
otros
espacios
como un
jardín o
un
huerto. Aunque la
fundación
de
Córdoba
se
atribuye
a los
cartagineses,
su
pasado
romano
se
remonta
al año
169
antes de
Cristo,
cuando
Claudio
Marcelo
estableció
una
colonia
que
llegaría
a ser
muy
próspera.
A partir
de este
momento
se
inicia
un
reparto
de
tierras
para su
explotación
agrícola
y para
fomentar
su
colonización
con
población
itálica
que con
el
tiempo
daría
lugar a
lo que
conocemos
por
villas
romanas.
Al
principio,
los
veteranos
del
ejército
eran los
poseedores
de estas
parcelas,
a las
que
acudían
todos
los
días,
desplazándose
desde la
ciudad,
para
trabajarlas.
Los
terrenos
se
fueron
fundiendo,
dando
lugar a
algunas
muy
amplias,
que
acabaron
propiciando
la
construcción
de
viviendas.
Unos se
trasladaron
a vivir
al campo
(a las
villas);
otros
tenían
viviendas
tanto
fuera
como
dentro
de la
ciudad,
como era
el caso
de los
romanos
más
acaudalados.
En las
villas
rústicas
se
incorporaban
nuevas
dependencias,
puesto
que
había
más
espacio;
y así,
éstas
solían
tener
jardines
y
estancias
para
trabajar
los
productos,
guardar
herramientas
o
almacenar
los
alimentos.
Eran
también
frecuentes
las
villas
suburbanas,
las que
estaban
construidas
a
extramuros
aunque
cerca de
la
ciudad,
que
compartían
características
con las
de tipo
urbano
(pero
eran
mucho
más
espaciosas)
y a la
vez con
las
rústicas.
El
tiempo
ha
demostrado
que la
tradición
de las
villas
se ha
perpetuado
en los
parcelistas
cordobeses.
Aunque
en la
época de
los
romanos
había
villas
que
producían
a gran
escala,
existían
muchas
otras
viviendas
de tipo
unifamiliar
que no
diferían
demasiado
de los
modelos
de los
chalés
actuales:
los
romanos
también
disponían
de una
huerta
propia
que
tenía
como
único
fin
producir
los
alimentos
para la
subsistencia.
Las
casas
romanas
solían
tener
todas
una
traza
básica
semejante.
La
puerta
principal
se abría
al atrio
o
vestíbulo
(atrium),
con un
lucernario
para
iluminar
y un
surtidor
con una
pileta
en el
centro
del
pavimento.
El agua
caía al
compluvium
a través
de
canalones
que
podían
tener
formas
de
animales,
y de ahí
caía a
la pila
que
estaba
encajada
en el
suelo (impluvium).
En la
parte
trasera
solía
haber un
jardín
con
columnata,
que
contribuía
a la
impresión
aireada
que daba
el
conjunto
(esta
arquitectura
aliviaba
cuando
había
altas
temperaturas).
Normalmente,
las
casas se
distribuían
en torno
al
patio,
que
solía
estar
cubierto,
aunque
tenía un
agujero
en el
centro
por el
que caía
la
lluvia
sobre
una pila
colocada
en el
suelo.
Alrededor
del
patio se
articulaban
las
habitaciones,
a las
que se
accedía
por un
corredor
(fauces)
con un
dormitorio
a cada
lado.
A los
otros
lados
del
patio
había
más
habitaciones.
En el
centro
solía
estar
una
estancia
grande (tablinum)
que
originariamente
correspondería
a la del
señor,
pero que
a veces
quedaba
convertida
en sala
principal
de
recepción
y
oficina.
Era
común
también
incluir
un
jardín
porticado
(peristyle)
-que a
menudo
tenía
varias
fuentes
e
incluso
estatuas
(ninfeos)-,
así como
podían
disponer
de un
comedor
al aire
libre.
En torno
al
peristilo
se
disponían
las
estancias
más
importantes
de la
casa,
entre
las
cuales
se
encontraban
la sala
de
representación
del
cabeza
de
familia
(triclinium),
que
muchos
expertos
identifican
con el
comedor,
y las
habitaciones
de
descanso
(cubicula).
Las
estancias
estaban
bien
ordenadas
y eran
elegantes,
con
altos
techos y
amplias
puertas,
pero
pocas
ventanas.
Las
paredes
solían
estar
pintadas
de vivos
colores,
y los
suelos
estaban
decorados
con
valiosos
mosaicos.
Otra
curiosidad
es que
los
romanos
poseían
pocos
muebles,
a pesar
del lujo
de las
villas:
camas,
canapés,
mesitas
y
cofres,
fundamentalmente.
En
cuanto a
las
cocinas,
solían
consistir
en poco
más que
un fogón
y un
fregadero.
Los
retretes,
por su
parte,
desembocaban
en pozos
negros.
Algunas
casas
podían
disponer
además
de una
estancia
donde el
cabeza
de
familia
ofrecía
a los
dioses
diariamente
oraciones
y
regalos.
Esta
sala de
dioses
domésticos
(lararium)
escondía
un altar
realizado
a
madera.
Dependiendo
del
alarde
de
riqueza
del
señor,
las
villas
podían
presentar
variantes,
así como
disponer
de
varios
patios,
varios
jardines
o varios
comedores.
En una
villa
romana
se
distinguía
la parte
pública
-en la
que se
hacían
actos o
se
recibía
a los
visitantes-
y la
parte
privada,
vinculada
a los
dormitorios,
en la
cual
suelen
cobrar
importancia
los
mosaicos
y donde
se
podían
hallar
lugares
para
recibir
a los
amigos
íntimos
e
incluso
realizar
negocios
confidenciales.
Se trata
de
espacios
de
prestigio
y otros
domésticos
que
reflejan
la
estructura
de las
clases
superiores
romanas;
es
lógico
que los
grandes
espacios
de
recepción
se
encuentren
sólo en
las
villas
de las
familias
influyentes
de la
ciudad,
puesto
que los
pobres
no los
necesitaban:
eran
ellos
los que
hacían
las
visitas
a los
poderosos,
como
apuntan
los
historiadores.
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