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artículo
16/02/2004 |
Eduardo
Alperín ●
espndeportes.espn.go.com |
Historia
de los
JJ.OO. -
Parte II |
La
aparición
del
Barón de
Coubertin
y la
Restauración
de los
Juegos
Olímpicos.
BUENOS
AIRES.-
Todo es
cíclico.
Las
acciones
de las
empresas
comerciales
suben y
bajan.
Las olas
en el
mar
vienen y
se van.
Los
Juegos
Olímpicos
no
podían
ser
menos.
Desaparecieron
y
revivieron.
Entre
uno y
otro
momento
transcurrieron
1.502
años y
durante
ese
enorme
periodo
muchas
cosas
sucedieron
en la
constante
evolución
de la
humanidad.
Mil años
después
de ser
Olimpia
destruida
y
enterrada
por los
terremotos,
Europa
vivía la
época
del
Renacimiento.
Al
influjo
del
descubrimiento
de la
imprenta
y a
través
de las
publicaciones
de las
obras
maestras
de los
genios
de la
Antigüedad,
se
produjo
un
creciente
interés
por
conocer
la
verdad
de la
Grecia
clásica
y esa
corriente
se
popularizó
cuando
la
invención
del
grabado
dio a
conocer
las
obras de
arte.
ATRACCIÓN
POR EL
DEPORTE
El
interés
por el
Grecia
clásica
hizo
que,
especialmente
en
Inglaterra,
esa
corriente
se
extendiera
también
hacia el
deporte
heleno.
Pero la
sociedad
ya era
otra.
Rechazó
los
torneos
medievales
(espada,
lanza,
mazo,
arco) y
dieron
paso a
otras
disciplinas
que
pusieron
en
marcha
en 1604
a los
Olympic
Games,
con sede
en
Cotswald
y en
ellos
podían
participar
tanto
los
nobles
como los
plebeyos
del
lugar y
sus
alrededores.
El
programa
era
mucho
más
amplio
de lo
imaginable
desde la
perspectiva
actual.
Había
carrera
lisas y
de
obstáculos,
lanzamientos,
saltos,
esgrima,
levantamiento
de
piedras,
carrera
de
caballos,
caza e
incluso
ajedrez.
Las
pruebas
se
celebraban
el día
de
Pascuas
y se
alternaban
con
fiestas
y
comidas.
Sobre la
base del
deporte
como
fórmula
educativa,
Inglaterra
se pone
a la
cabeza
de las
inquietudes
deportivas
de toda
índole.
Y así
renació
el boxeo
en 1720
bautizado
como
"noble
arte".
También
por
aquellos
años
(quizás
por
contraste)
se
imponía
entre
los
aristócratas
el lawn-tennis,
inspirado
en el
medieval
juego
francés
de Paume.
EL
PASTOR
DEL
RUGBY
Pero el
auténtico
artífice
de la
revolución
deportiva
fue el
pastor
anglicano
Thomas
Arnold,
director
de la
Universidad
de Rugby
desde
1828 a
1842.
Por
aquellos
tiempos
los
colegios
y las
universidades
inglesas,
donde se
preparaba
la
sociedad
del
futuro,
se
habían
convertido
en
lugares
donde
reinaba
la
perversión.
Los
estudiantes
se
dedicaban
al
alcohol,
los
juegos
de azar,
la
violencia
y la
homosexualidad,
más que
al
estudio.
Arnold
se apoyó
en el
deporte
para
reeducar
a la
clase
estudiantil.
Predicó
el amor
al juego
físico,
a la
superación
en la
noble
lucha,
junto
con el
respecto
al
compañero
y al
contrincante.
Su
pedagogía
se
sustentó,
sin
olvidar
las
actividades
individuales,
en los
deportes
de
equipo,
como el
fútbol,
el
hockey,
el remo
y un
incipiente
rugby,
que
acababa
de
inventarse
en la
misma
ciudad
donde
impartía
su
docencia
y había
dado su
nombre a
la nueva
modalidad.
La tarea
del
pastor
anglicano
encontró
sus
detractores.
Debió
enfrentar
las
críticas
de
médicos,
educadores
e
inclusive
otros
clérigos,
que no
comulgaban
con sus
"revolucionarias"
ideas
pedagógicas,
especialmente
cuando
los
sábados
las
universidades
comenzaron
a
enfrentarse
entre
sí.
Pero
Arnold
acabó
triunfando
y la
nueva
mentalidad
estudiantil
se fue
extendiendo
a otras
capas
sociales,
para
saltar
luego a
Europa y
cruzar
el
Atlántico
hasta
los
Estados
Unidos,
recién
salidos
de su
guerra
civil y
con todo
el país
por
hacer.
LAS
RUINAS
DE
OLIMPIA
El
movimiento
deportivo,
cada vez
más
fuerte,
empezó a
coincidir
y a
despertar
e
interés
por la
desparecida
Olimpia.
Hubo
varios
intentos,
algunas
evidencias
al
identificar
las
piedras
del
templo
de Zeus,
que
había
presidido
el
escenario
olímpico,
pero fue
en 1829,
al
concluir
la
guerra
(una
más)
entre
griegos
y
turcos,
cuando
topógrafos,
hombres
de
ciencias
y
arquitectos,
dirigidos
por Abel
Blouet,
uno de
los
constructores
del Arco
de
Triunfo
de
París,
localizaron
los
últimos
restos
del
templo
de Zeus
y las
primeras
escultoras,
hoy
propiedad
del
museo
del
Louvre.
Toda
Europa
se hizo
eco de
los
importantes
descubrimientos,
unidos
al valor
simbólico
de la
ciudad
sagrada.
Especialmente
en
Grecia,
sumida a
la
pobreza
por
tantas
luchas
internas,
que
soñaba
con la
grandeza
de
antaño.
Un
millonario
aportó
el
dinero
para la
realización
de los
Primeros
Juegos
Panhelénicos
Contemporáneos,
pretendiendo
fueran a
modo y
manera
de los
antiguos.
El 15 de
noviembre
de 1859
se
inauguraron,
junto
con una
exposición
agrícola
y
ganadera.
En el
programa
había
carreras
de
distintas
distancias,
saltos
de
obstáculos,
lanzamiento
de disco
y
jabalina
(con una
cabeza
de buey
como
diana),
carreras
ecuestres
y
gimnasia
de
equilibrio,
en unión
con
pruebas
tan poco
olímpicas
como
trepar
una
cuerda o
las
carreras
de
sacos.
Hubo
otros
tres
Juegos
Panhelénicos,
el
último
en 1889.
Esta se
puede
decir
que fue
el fin
de la
etapa
previa a
la
aparición
de los
Juegos
Olímpicos
de la
Era
Moderna.
Prácticamente
estaban
a la
vuelta
de la
esquina.
Exactamente
faltaban
siete
años
para su
debut.
Tres
siglos
habían
pasado
entre el
descubrimiento
del
deporte
y las
excavaciones
que lo
unían
espiritualmente
con la
vieja
mitología.
Sólo
faltaba
el
hombre
capaz de
atar el
hoy con
el ayer,
separados
por
treinta
siglos o
más,
según la
fecha de
partida
que se
desee
tomar.
Y
FINALMENTE
LLEGÓ EL
HOMBRE
Por la
tradición
familiar
debió
ser
militar.
Por
vocación
fue un
pedagogo
excepcional.
A los 20
años,
Pierre
de Fredi,
barón de
Coubertin,
un
idealista
y
soñador,
se
vuelca
intensamente
a los
sistemas
educativas
y
encuentra
el
camino
abierto
por los
conceptos
de
Arnold
en
Rugby.
Cruzó el
Canal de
la
Mancha y
sobre el
terreno
constató
los
excelentes
frutos
logrados
por el
plan del
pastor
anglicano,
después
de 40
años de
su
implantación.
Visita
Estados
Unidos y
encuentra
la misma
respuesta.
Y
comienza
su gran
lucha.
Primero
hizo
frente a
la vieja
teoría
de la
escuela
de
gimnasia
reinante
en
Francia,
su país
de
nacimiento,
sustentada
en que
el
deporte
se debía
practicar
en
privado
y sin el
menor
afán
competitivo.
A
continuación,
lo
iluminó
la
visión
de la
restauración
de los
Juegos
Olímpicos.
Por esa
visión
trabajó
sin
pausas
mientras
tuvo
vida.
Para
romper
el
obsoleto
esquema
francés
pretendió
organizar
una
regata
internacional
en el
río Sena
y
fracasó.
No se
detuvo.
Escribió
un
artículo
en el
diario
El
francés
denunciando
el viejo
sistema
pedagógico
de su
patria y
la
creación
de la
Liga de
Educación
Física y
del
Comité
para la
Propagación
de los
Deportes
Escolares
de remo.
La
novedosa
idea y
la
publicación
causaron
sensación
en
agosto
de 1987
y, a la
postre,
constituyeron
la
primera
piedra
de su
gran
obra
revolucionaria.
Aprovechó
una
reunió
de la
Asociación
Francesa
de
Deportes
Atléticos,
en la
Soborna
en 1892,
y ante
el
estupor
general
anunció
la
restauración
de los
Juegos
Olímpicos.
Lo
aplaudieron,
le
desearon
buena
suerte,
pero no
lo
comprendieron.
Lo
tomaron
como un
iluso
general
al
comando
de un
ejército
sin
soldados.
Pero ese
general
de 29
años
poseía
miles de
soldados
dentro
de él y
continuó
su
batalla.
Se las
ingenió.
Buscó
adherentes
en los
profesores
de
educación
física
de
Inglaterra
y
Estados
Unidos.
Con el
pretexto
de
tratar
temas
del
amateurismo,
consiguió
que la
Soborna
fue
escenario
de un
congreso
internacional
y, sin
que
nadie lo
advirtiese,
en el
último
punto
figuraba
"Congreso
para la
restauración
de los
Juegos
Olímpicos".
LA
OBRA
MAESTRA
Pero el
genial
Pierre
Fredy
sabía
que eso
no
bastaba.
El
relato
de la
puesta
en
escena
de su
obra
maestra
en sus
Memorias
lo dice
todo:
"Dentro
del
prestigioso
marco
del gran
anfiteatro,
entre
una
bella
oda y un
eurito
comentario,
precedidos
por un
discurso
académico,
la
audición
de la
armonía
sagrada
(el coro
de la
Opera de
París
cantó el
himno a
Apolo,
recién
descubierto
en las
ruinas
de
Delfos)
sumergió
a la
concurrencia
en el
ambiente
deseado.
"Difundióse
una
especie
de
velada
emoción,
como si
la
antigua
euritmia
traspasara
la
cortina
de los
siglos,
para que
el
helenismo
pudiese
infiltrarse
en el
vasto
recinto.
En ese
momento,
yo sabía
que, en
adelante,
concientemente
o no,
nadie
votaría
en
contra
de la
restauración
de los
Juegos
Olímpicos".
Así fue
proclamado,
sin
oposición,
el 23 de
septiembre
de 1893.
El iluso
general
había
triunfado.
Eduardo
Alperín es
periodista
deportivo
desde
1958.
Fue
prosecretario
de
deportes
del
diario
La
Nación
de
Buenos
Aires y
cubrió
los
Juegos
Olímpicos
de
Montreal
76,
Moscú
80, Los
Angeles
84, Seúl
88,
Barcelona
92,
Atlanta
96 y
Sydney
2000.
Fue jefe
de
prensa
del
Comité
Olímpico
Argentino
entre
1995 y
2002.
Actualmente
es
asesor
de
prensa
de la
Asociación
Argentina
de Polo,
cubre el
área de
prensa
de ESPN
Sur y es
columnista
de
ESPNdeportes.com.
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