Arqueólogos
griegos
han
encontrado,
junto
al
monte
Atos
y
bajo
el
mar,
restos
de
la
flota
persa
que
el
año
492
antes
de
Cristo
se
dirigía,
al
mando
del
general
Mardonio,
contra
Eretria
(en
Eubea)
y
Atenas
para
castigarlas
por
la
ayuda
que
habían
prestado
a la
sublevación
de
los
griegos
de
Asia
el
año
500.
No
mucha
ayuda
ciertamente,
el
envío
de
veinte
trirremes
de
Atenas
y
cinco
de
Eretria.
Las
soluciones
intermedias
suelen
ser
las
peores:
a
Atenas
se
le
venía
ahora
encima
este
nublado
—trescientas
trirremes
y
20.000
hombres,
según
Heródoto—
y se
le
vino
el
490
el
de
la
expedición
de
Datis
y
Artafernes
y el
480
el
de
la
de
Jerjes.
Expediciones
derrotadas
en
Maratón,
Salamina
y
Platea.
Grecia,
al
final,
salió
victoriosa.
Salvó
a
Europa
de
Persia,
salvó
nuestro
modo
de
vida
y de
gobierno.
Europa
pudo
ser
Europa.
Aquello
acabó
mal
para
los
persas,
pero
había
empezado
mal
ya
en
la
expedición
de
Mardonio
el
492,
aquella
cuyos
restos
se
han
encontrado
ahora.
Oigamos
a
Heródoto
(VI,
44):
«Partiendo
de
Acanto,
intentaron
doblar
el
Atos.
Sin
embargo,
mientras
lo
estaban
costeando,
se
abatió
sobre
ellos
un
violento
huracán
del
Norte,
imposible
de
capear,
que
diezmó
terriblemente
la
flota,
pues
lanzó
a
gran
parte
de
las
naves
contra
el
Atos.
Según
cuentan,
los
navíos
que
se
fueron
a
pique
fueron
unos
trescientos,
mientras
que
las
pérdidas
humanas
ascendieron
a
veinte
mil»
(traducción
de
Carlos
Schrader).
Sigue
hablando
de
las
«fieras
marinas»
(sin
duda
tiburones)
y de
los
ahogados.
Quizá
Heródoto
exagere
y
sucumba
a su
gusto
por
el
tremendismo.
Eso
piensan
los
historiadores.
Lo
que
es
claro
es
el
terror
de
los
persas
al
Atos,
desde
entonces.
En
el
490
Datis
y
Artafernes
llegaron
a
Eretria
y
Maratón
a
través
del
Egeo,
de
isla
en
isla;
en
ambos
lugares
pueden
verse
todavía
sus
huellas.
En
el
480
la
flota
de
Jerjes
excavó
nada
menos
que
un
canal
en
el
istmo
del
Atos,
para
que
la
flota
pasara
por
él,
sin
exponerse
a
riesgos.
Pero,
ecologista
«avant
la
lettre»,
Esquilo
explica
que
la
naturaleza,
así
violada,
hizo
que
la
expedición
terminara
en
catástrofe.
En
fin,
Europa
se
defendía
de
gentes
hostiles
de
Asia
(con
más
éxito
que
ahora)
y
los
elementos
la
ayudaban.
Hallamos
ahora
restos
del
naufragio
persa.
Y es
impresionante
la
vista
del
monte
Atos,
de
casi
dos
mil
metros
de
altura,
en
una
península
de
45
kilómetros
de
largo
y
sólo
dos
de
base,
el
istmo.
Hoy
es,
como
se
sabe,
una
república
monacal,
que
guarda
preciados
tesoros
bizantinos.
Pero
no
para
las
mujeres,
a
las
que
les
está
vedado
entrar.
Cuando
estuve
allí
en
el
último
Congreso
Internacional
de
Estudios
Clásicos,
desembarcamos
nosotros
y
disfrutamos
de
la
sobria
hospitalidad
de
los
monjes
(un
vaso
de
agua
y un
dulce).
Las
mujeres
se
quedaron
en
el
barco.
Se
bañaban
y lo
tomaban
con
humor.
No
se
imaginaban
que
estaban
encima
de
la
flota
de
Mardonio.
El
Monte
Atos
y
las
mujeres
La
expedición
arqueológica
también
tuvo
que
sortear
algunas
dificultades
que
a
los
expedicionarios
extranjeros
bien
pudieron
parecerles
increíbles
en
los
albores
del
siglo
XXI.
Resulta
que
el
Monte
Atos,
la
famosa
comunidad
monástica
ortodoxa
dependiente
del
Patriarcado
de
Constantinopla,
está
habitado
exclusivamente
por
hombres,
ya
que
está
consagrado
a la
Virgen.
De
hecho,
hasta
épocas
muy
recientes
esa
comunidad
monástica
la
integraban
monjes
eunucos.
Ninguna
mujer
puede
pisarlo
ni
acercarse
siquiera
a
sus
costas.
El
barco
de
investigación
«Egeo»
no
sólo
llevaba
a
bordo
a su
tripulación
profesional
y a
los
arqueólogos
griegos,
canadienses
y
norteamericanos,
todos
ellos
varones,
sino
también
a
tres
mujeres:
la
directora
griega,
Katerina
Delaporta,
una
arqueóloga
de
su
departamento
y la
directora
del
equipo
canadiense.
Aunque
el
«Egeo»
estuvo
siempre
fuera
de
las
aguas
territoriales
del
Monte
Atos,
de
cuando
en
cuando
un
monje
se
acercaba
en
una
embarcación
a
recordarles
que
ellas
no
podían
dejarse
ver.
Las
tres
mujeres
fueron
muy
discretas
y
apenas
salían
a
cubierta,
de
forma
que
en
ningún
momento
la
presencia
femenina
alteró
la
paz
de
tan
castos
monjes.