Ramón Besonías Román www.hoy.es 20/07/2010

Se asocia el nombre de Gandhi o de Luther King con el uso de medios pacíficos para conseguir objetivos políticos. Es lo que se denomina ‘resistencia pasiva’. Esta forma de ‘desobediencia civil’ no tiene su origen en un individuo histórico, sino en un personaje de ficción, imaginado por la mente libre del más moderno e incisivo de los dramaturgos de la Grecia clásica: Aristófanes. Nos referimos, por supuesto, a la vindicativa Lisístrata.

El primero en utilizar el concepto ‘desobediencia civil’ fue Henry David Thoreau, escritor norteamericano, abuelo de los derechos civiles, que se negó a pagar impuestos como protesta contra la guerra entre EE UU y México y contra la esclavitud segregacionista. Esta actitud le llevó a la cárcel, pero también a escribir un polémico libro titulado ‘La desobediencia civil’, en donde defiende con convicción la idea de que en democracia los ciudadanos están por encima de los gobiernos. Asimismo, defendió el uso de la resistencia pasiva, no violenta, como medio para defender nuestras convicciones morales, consideradas éstas como superiores a cualquier ley o norma social.

Thoreau se negó a pagar impuestos que alimenten guerras injustas; Gandhi renunciaría a su salud, iniciando una huelga de hambre como protesta contra la dominación británica y el enfrentamiento violento entre hindúes; Luther King animó a la comunidad afroamericana a desobedecer leyes racistas. La Lisístrata de Aristófanes propone, un original y subversivo medio de resistencia pasiva: la abstinencia sexual. Algunos quizá vean en esta estrategia una banalidad que no llega a provocar en el espectador nada allá que una cómplice sonrisa. Pero mirando más de cerca la obra de Aristófanes descubrimos no sólo un convencido alegato contra las guerras injustas -¿cuáles no lo son?-, sino también uno de los personajes literarios en clave feminista más sugerentes y contestatarios que nos ha regalado nuestra cultura occidental, con perdón de Antígona o Medea.

Las mujeres atenienses están hartas de las consecuencias que ha traído la guerra interminable contra los lacedemonios. Así, comandadas por Lisístrata deciden poner cartas en el asunto y urdir una estrategia en apariencia pueril, pero que acabará por desarmar al ejército más aguerrido del mundo civilizado. Juran todas y cada una que hasta que sus hombres depongan las armas y juren no volver a hacer la guerra, no mantendrán relaciones sexuales ni con esposos ni con amantes. El juramento es irrevocable y decidido. No en vano, la guerra ya duraba veinte años, dejando a su paso viudas, hijos sin padre, ruina económica y desolación social y moral. Por ello, las mujeres no están dispuestas a seguir callando la decisión suicida de sus varones. Lisístrata aboga por una resolución pacífica del conflicto; no una paz ingenua, sino una negociación razonada, un término medio razonable.

En la obra de Aristófanes, las mujeres vienen a representar la sensatez y la prudencia, frente la desmesura irracional (‘hybris’) de los hombres. Ya de por sí la elección de estos roles psicológicos es bastante subversiva e inconcebible para la época, y qué decir de los siglos posteriores. Las mujeres griegas estaban relegadas al ámbito doméstico y a la función sexual de meras propiciadoras de descendencia (‘madres’) o de placer masculino (‘prostitutas’). Los asuntos políticos eran exclusivos del varón. En ‘Lisístrata’ los papeles se invierten. Las mujeres asumen el papel de mediadoras políticas; aún más, son políticas. Se dan a sí mismas el rol de representantes de la ‘polis’, mientras sus maridos, ausentes, enfrascados en el basto arte de la guerra, dejan de herencia a la ciudadanía las ruinas causadas por su ardor guerrero. Lisístrata y sus mujeres hablan, discuten, razonan, deciden y actúan. Y lo hacen movidas no por un deseo azaroso o díscolo, asociado hasta el siglo XX con el carácter femenino, sino por un sentido moral de la responsabilidad hacia su comunidad.

La modernidad de ‘Lisístrata’ consiste no sólo en presentarnos por primera vez en la historia de Occidente la asignación de un papel político a mujeres. También dibuja un perfil femenino que asume su sexualidad como algo propio, no un mero juego en manos del varón. Lisístrata dice ‘no’ a mantener relaciones sexuales, su voluntad habla, no se doblega a un papel de mera reproductora u objeto sexual. Más aún, sabe del poder que supone controlar su sexualidad y ponerla libremente al servicio de su voluntad. Esta actitud hace de Lisístrata una precursora literaria, en boca de Aristófanes, de la liberación sexual de la mujer.

Probablemente allá por 411 a.C. nadie hiciera una lectura sexual y política tan arriesgada como la que hoy podemos dibujar. La sociedad griega del momento ofertaba a la mujer un margen de maniobra muy pobre o nulo en lo referente a su libertad sexual o su aportación en los asuntos públicos. La mujer griega queda a cargo del varón desde que nace hasta que muere. No toma decisiones graves sin la mediación masculina. Sólo las hetairas (‘compañeras’) disponían de una libertad de la que el resto de mujeres griegas carecía. Un caso famoso es el de Aspasia, que llegó a crear un espacio no sólo de intercambio de fluidos, sino también de ideas, que llegaría a enamorar hasta al mismísimo Pericles. Aspasia, al igual que Lisístrata, supo que la liberación sexual es un detonante fundamental, una antesala necesaria, para que la mujer consiga justa autonomía y igualdad frente al varón.

Esta demanda es asumida y practicada, cuando menos desde un punto de vista teórico, por gran parte de las sociedades democráticas actuales. Sin embargo, aún se hace necesario seguir escuchando con atención la voz autónoma y decidida de Lisístrata. El uso indiscriminado del cuerpo femenino como icono comercial que alimenta la lubricación de los deseos del varón. El mercadeo inhumano de mujeres provenientes de países con un Estado de Derecho cuando menos dudoso, ofrecidas al turista como carne fresca, joven y barata. La resistencia masculina a compartir responsabilidades tanto en el ámbito doméstico como en el empresarial o el político.

Aristófanes nos regala un espejo a través del cual mirarnos cara a cara. Merece la pena acercarse y repensarnos como especie. ‘Lisístrata’, de Aristófanes. Adaptación a cargo de Jérôme Savary y Joaquín Oristrell. 56 edición del Festival de Teatro Clásico de Mérida. Del 29 de julio al 1 de agosto y del 3 al 8 de agosto.

(*) Ramón Besonías Román es profesor de Filosfía en el IES ‘San José’ de Badajoz