Jacinto Antón www.elpais.com 27/10/2010
«Vale, pero aparte del latín, las carreteras, los baños, el derecho, la civilización, ¿qué han hecho los romanos por nosotros?». Vienen a la cabeza las palabras de aquel faccioso judío en La vida de Brian al ver lo malos, malísimos que son los conquistadores en la serie Hispania. Me atrevo a decir que se les ha ido la mano. Es verdad que en el episodio histórico que es el marco de la serie, las cruentísimas guerras con los lusitanos, Roma se excedió muchas veces, pero hay que recordar que los lusitanos, como los celtíberos, eran gente brusca habituada a la guerra y a la razia y que los romanos, en líos con los cartagineses y los macedonios, no estaban para sutilezas. Rompamos una lanza por la romanización: de no ser por ella estaríamos pastando cabras y decapitando arévacos.
Desde el punto de vista de la verdad histórica, Hispania no engaña en absoluto al mostrar la rapacidad del pretor Servio Sulpicio Galba, su doblez y codicia -además, nos dice Apiano, era tacaño-, pero convertirlo en un ser despreciable, un genocida sádico y libidinoso, capaz de cegar a sus propios legionarios e incluso ¡de pagar a los traidores!… Cicerón admiraba su oratoria, lo que ya es algo. El personaje (que llegó a cónsul) al menos sirve para que ese gran actor que es Lluís Homar disfrute de lo lindo componiendo un villano de aromas (doblemente) clásicos. Es lo mejor de la función. Viriato (Roberto Enríquez), en cambio, ha quedado un poco Maciste. La cadena de mando romana está a la altura moral del pretor y su tribuno Marco (Jesús Olmedo), mata, azota y humilla por doquier. Abundante desnudo (alguna Miss Túnica Mojada), sexo y mucha violencia, en la línea de Roma, y verdaderos surtidores de sangre, como manda la nueva moda romana en novelas y películas.
La escena central del primer capítulo, la también rigurosamente histórica de la trampa a los guerreros lusitanos, está resuelta con notable pulso, aunque se nota la influencia de 300 (la nube de flechas) y que la mayoría de las cohortes han sido generadas por ordenador. Bravo por el avance de las legiones acuchillando con los gladius y por la decisión de ceñirse a la indumentaria histórica del 150 antes de Cristo, aunque pueda desconcertar al espectador: los legionarios visten cota de malla y no la conocida lorica segmentata, muy posterior, y escudos ovalados, no los típicos rectangulares. Los lusitanos, con sus pertinentes espadas falcata y sus torques. En cambio, es raro que un centurión use un silbato y que un decurión ordene «¡alto el regimiento!». El diálogo incluye loables referencias al garum o a las turmas de caballería pero, en general, predominan, ay, los gritos.