Francisco León Báez Córdoba www.diariocordoba.com 17/10/2011

El latín ha sido la lengua de la cultura y la razón una vez que desapareciese como lengua hablada tras la caída del Imperio Romano de Occidente. Habrá que esperar casi siete siglos desde esta caída, al siglo XI, para encontrar las primeras palabras escritas al castellano en las famosas glosas silenses y las emilianenses, y aproximadamente un par de siglos más para esperar a un texto completo en castellano, el Cantar de mío Cid . Desde estas obras, el latín comienza a relegarse hacia los campos científicos y se mantiene en el campo religioso, sobre todo en el seno de la Iglesia Católica, siempre como lengua entre hombres cultos y con educación. Así ha sido hasta el siglo XIX, y durante gran parte del siglo XX el latín ha permanecido vivo en las escuelas y en las misas, entrando hacia los años 50 en un enorme declive.

Ahora, el latín está completamente extinto, salvo como una asignatura minoritaria a finales de la ESO y cierto bachillerato, claramente capitidisminuido dentro del sistema educativo, como el griego clásico. Para unos, el latín debería de convertirse ya definitivamente en una lengua muerta; traducirse cuanto quede de aquella lejana época de togas y filosofía obsoleta para la consulta de algún aspirante a doctor de alguna disparatada filología y centrarnos en otras cosas. Pero para otros el latín debería resurgir con la fuerza de aquella que fue una lengua que se habló desde la provincia de Lusitania (aproximadamente el actual Portugal) hasta Dacia (parte de la actual Rumanía), desde Britania hasta Egipto.

Aunque no lo parezca, hay muchos e interesantes grupos que tratan de devolver al latín no a la condición de lengua universal europea (lo que superaría lo utópico) sino a esa posición de lengua entre las lenguas, de lingua mater , para pensadores y humanistas que ostentó en el Renacimiento. Los ejemplos más claros de estos intentos pueden verse en Internet, donde incluso en la Wikipedia podemos acceder a artículos en latín, o al método inductivo contextual planteado por Hans Oerberg para aprender latín como una lengua viva (método que he sufrido con resultados relativamente convincentes) mediante la lectura de textos en latín dotados de soltura y cotidianidad, alejados de la retórica ciceroniana o la historiografía de César.

Personalmente, he de posicionarme ante estos segundos. Siempre tendemos a olvidar las raíces de las cosas con nefastas consecuencias. Y en este caso, el olvido no es sólo del latín (aunque probablemente el abandono de esta lengua sea uno de los síntomas más evidentes) sino el olvido de toda la cultura clásica que dió, junto con el cristianismo, la forma a la sociedad occidental. Así, no ya solamente en los niveles de educación básicos y elementales, sino en los nuevos grados donde al primar más la aplicación de los contenidos al mundo laboral que los contenidos teóricos reducen materias como Derecho Romano en Derecho o el propio latín en Filología Hispánica a unas meras asignaturas de paso, despojándolas del valor real que pueden aportar al conjunto de los estudios.

Aparte de la importancia del conocimiento del mundo clásico, el mundo de la traducción puede ser sencillamente apasionante. Aquellos que nunca han traducido latín desconocen la cantidad de matices que puede tener esta lengua, y las cantidades de traduciones libres que no hacen sino destrozar el significado de lo que el autor realmente quiso expresar. Al traducir, se siente la fuerza viva de devolver a la vida las palabras, las auténticas palabras que pudo escribir, por ejemplo, Cicerón hace más de dos mil años, de un hombre que ha dejado una marca indeleble en la Historia. Y lees lo que él dijo, no lo que un traductor, cuya labor es más que encomiable, ha traducido y matizado de tan extraordinaria lengua y tan excelso autor. Y como he dicho, esa sensación es indescriptible y maravillosa.

(*) Francisco León Báez es estudiante.

FUENTE: http://www.diariocordoba.com/noticias/opinion/latin-lingua-aeterna-_670911.html