Miguel Ángel Cerdán 8/07/2018 www.elmundo.es
En su magnífico libro ‘La Edad de la Penumbra; cómo el Cristianismo destruyó el mundo clásico’, Catherine Nixey nos recuerda cómo, merced al Cristianismo triunfante, sólo un uno por ciento de la literatura latina sobrevivió a los siglos, cómo el noventa y nueve por ciento se perdió y cómo se destruyó la mayor Biblioteca del Mundo, con 700.000 volúmenes.
Tal vez si el furor destructivo no hubiese sido tan acusado, si la losa interesada del olvido no hubiese sido tan pesada, se entenderían plenamente las relaciones entre las religiones mistéricas y el Cristianismo, y lo poco original de esta última doctrina.
Las religiones mistéricas habían sobrepasado ya ampliamente en fervor popular en el siglo I d.C. a la religión olímpica tradicional, la de Zeus y Júpiter, Hera y Juno, Atenea y Minerva. Y es que las religiones mistéricas ofrecían la posibilidad de salvación y de vida futura tras la muerte a sus fieles, algo que no hacía la olímpica. Estas religiones, como la de Perséfone en Eleusis o la de Isis, tenían como característica común, según cuentan Santero y Gascó, la revelación divina, que se manifestaba siempre en una encarnación, un padecimiento ritual, una muerte y una ulterior resurrección, con lo que la divinidad correspondiente quedaba glorificada, ya se trate de Osiris o Dionisos. Y esa muerte y la resurrección gloriosa llevaban consigo la salvación de los seguidores del dios. ¿Les suena de algo? Como dicen Santero y Gascó «los rituales iniciáticos de estas religiones mistéricas transmiten al fiel la posibilidad de compartir con el dios el destino de salvación mediante la identificación con él». Por ello los rituales de iniciación de estas religiones son tan importantes, e incluyen un bautismo de agua o sangre, una investidura, y otros, tras los que el iniciado se integra en la comunidad de fieles y puede participar en la comida ritual consistente en pan y vino, y a veces leche, miel y carne, en la que el dios se convierte en alimento de sus fieles y pasa a formar parte de ellos mismos, transmitiéndoles su poder salvador. Es lo que ocurría por ejemplo con las ménades de Dionisos, que ingerían un cabrito que representaba al dios.
En este ambiente, un judío helenístico, como es Pablo de Tarso, logró que una secta judía como era el cristianismo primitivo se convirtiese en una religión universal. Y seguramente que triunfase. Y para ello, además de eliminar la circuncisión como obligatoria, adoptó sin duda grandes rasgos de las religiones mistéricas triunfantes en la época. La cuestión es: ¿por qué se impuso el Cristianismo al resto de religiones mistéricas? ¿Por qué desplazó al todas las demás? Pues seguramente porque no exigía guardar ningún secreto sobre los rituales de iniciación, y porque éstos eran extremadamente sencillos, a diferencias de los mistéricos, y prácticamente consistían en un simple bautismo de agua. Sin duda, además, el contenido social y preocupación por los más pobres del cristianismo primitivo, y las redes que mantenían los judíos por todo el Imperio hicieron buena parte del resto.
La cuestión por otro lado de su triunfo definitivo en el siglo IV, de cómo se convirtió en una religión perseguidora del paganismo, y de cómo consiguió convertirse en una religión de Estado y convertir al resto de creencias religiosas en «ilícitas», da para otro artículo. Y en el libro de Nixey se narran extremadamente bien.
FUENTE: http://www.elmundo.es/comunidad-valenciana/castellon/2018/07/09/5b431874468aebfd398b4608.html