Miriam Rubio www.elconfidencial.com 02/02/2008

En ocasiones sucumbimos ante los encantos de la naturaleza, y es que ésta es, alguna que otra vez, caprichosa. Si bien es cierto que el hombre lo es aún más, y ni que decir tiene, si este hombre es, además, emperador romano. Es el caso de las Médulas. Este paraje de tierras leonesas el paisaje se lo debemos al ser humano y a su codicia.

En esa contradicción se basa la grandeza de las médulas. Un paisaje natural que la mano del hombre destrozó para lograr sacarle su valor pecuniario, ha dejado paso a uno nuevo, magnífico e impresionante, que no sería tenido en cuenta hasta varios siglos más tarde cuando se hiciera una revisión de su valor histórico y cultural, que es incalculable.

Y es que Las Médulas se las debemos a los romanos y a sus intentos por lograr hacer que cada recóndito lugar del imperio fuese útil. Este paraje no es otra cosa que el resultado de su búsqueda de oro para sufragar los inmensos gastos que generaban en las arcas romanas guerras e invasiones. Al parecer, en la comarca leonesa del Bierzo tuvieron suerte, porque había mucho oro. Tanto que en época del emperador Octavio Augusto (entre los años 26 y 19 A.C.), cuando consiguió conquistar en batallas que dirigió personalmente en el norte de la península, estas minas consiguieron llegar a ser la fuente de la mitad del oro del vasto territorio romano.

En aquellas campañas de conquista el imperio no escatimó en crueldades, tanto es así que en las crónicas destaca la acción llevada a cabo en el monte Medulio (de donde probablemente proceda el nombre actual de Las Médulas), en la que cántabros y astures prefirieron darse muerte antes que dejarse llevar ante las milicias romanas. Del trabajo realizado en esta zona ha quedado constancia gracias a la labor de Plinio el Viejo, quien se convirtió en cronista de excepción, ya que actuó como administrador de esta mina en época de Vespasiano. Gracias a Plinio y su labor de narrador, han llegado hasta nuestros días las condiciones en las que cambiaron la orografía de esta zona. Así en su Naturalis Historia habla sobre el sistema Ruina Montium (Derrumbar los montes) con el que extraían en oro de estas colinas.

El sistema era de planteamiento (que no de realización) muy simple: desviar y acumular agua proveniente de La Cabrera y del Teleno, realizar túneles (llamados Corrugi) que atravesaran las montañas y, en el momento oportuno, hacer correr el agua de los cauces desviados por ellos para obtener así el oro. En la ejecución de este sistema morían a menudo los obreros, según cuenta Plinio “por muchos meses no se ve la luz del día. A menudo se abren grietas, arrastrando a los mineros en el derrumbamiento”.

Ese derrumbe se producía de forma inmediata en cuanto dejaban correr el agua por los túneles. Así, continúa relatando, “se anuncia el derrumbe y el vigía colocado en la cima de la montaña es el único que se da cuenta de él. En consecuencia, da órdenes con gritos y con gestos para poner en aviso a la mano de obra y, a la vez, él mismo baja volando. La montaña, resquebrajada, se derrumba por sí misma a lo lejos, con un estruendo que no puede ser imaginado por la mente humana”.

Y Las Médulas son, dos mil años más tarde, el resultado de aquella brutal y provocada erosión. Casi 70 hectáreas declaradas Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1997, que albergan cuevas, túneles e historia en cada recodo. Aunque según los expertos no podamos encontrar oro puesto que se calcula que los romanos sacaron de estas colinas alrededor de 1.500 toneladas, la gama cromática del preciado metal ha quedado impregnada en el ambiente.

Dicen los entendidos, aquellos que han pasado toda su vida contemplando estas inmensas moles de arena roja, que la mejor hora para observarlas es el atardecer, cuando los rayos del sol inciden de tal forma sobre el paisaje que el color de la arena destaca, en continuo y simbiótico contraste con el de los castaños y robles que pueblan la zona. Aunque podemos subir hasta lo más alto de estas derruidas cumbres con un vehículo, lo más recomendable es realizar al menos el último kilómetro y medio a pie para dejar que el paisaje, el aire del campo y la flora y la fauna nos rodeen. Es la única forma de estar preparados para sumergirnos en la historia y en lo que significan cada uno de esos pasadizos.

Muy cerca nos espera el castillo de Cornatel y el lago de Carucedo con su leyenda. El castillo, instalado en lo alto de un risco, ha visto pasar nueve siglos y se resiste a morir. Aunque el tiempo, que ha tratado mejor a sus vecinas Las Médulas, parece haberse encarado con él. Por su interior, que pide en silencio una voz para contar su historia, han correteado nobles, damas y caballeros templarios, cuyo paso por el Bierzo leonés es innegable.

Pero no podemos quedarnos en Cornatel. No hoy, no ahora que el hambre acucia y el botillo nos espera allá en Ponferrada, la capital berciana, acompañado por un vino de la tierra, intenso, de sabor rotundo como lo es el alma de los habitantes de esta zona. Mientras cenamos, sólo algo se mantiene en vigilia, la luz del castillo templario, cuida desde lo alto que no olvidemos lo aprendido hoy.

Hoja de ruta
Cómo llegar: En coche: hasta Ponferrada por la NVI y allí tomar el desvío a Priaranza donde indicará las localidades de Borrenes, Carucedo y también las Médulas.
Donde dormir: Para aquellos que les guste el campo, el centro de turismo rural Camino de las Médulas y para los urbanitas, Hotel AC Ponferrada.