Luis Pancorbo http://elviajero.elpais.com 12/07/2008

Entre el mar Rojo y el Nilo se encuentran los yacimientos de granito y pórfido con los que se levantaron templos, columnas, foros y villas.

Justo frente a las playas de Hurghada, y sus peces de colores, se despliega un cordón montañoso donde empieza el desierto Oriental, el gran tampón de arena entre el mar Rojo y el Nilo. El mayor monte de la zona, el Yebel Shaayib, parece arañar el cielo con los siete dedos de una garra. Sus 2.242 metros lo convierten en la cumbre más alta de Egipto fuera del Sinaí y quizá por eso pretende tener algo de magia. En lo alto de sus riscos se encontraría un árbol de la luz que puede curar la ceguera. Eso decían los viejos beduinos; pero nuestra idea no es subir a comprobarlo, sino viajar al pie de esa montaña, por el principio de un desierto, el Oriental o Arábigo, que escapa del mar y busca el Nilo con lentitud.

Se necesita un vehículo todoterreno y un buen conductor que conozca pistas casi sin huellas. El caso es que en un par de horas llegas a las canteras que surtían a Roma de piedras fabulosas, el granito de Mons Claudianus y el pórfido de Mons Porphyrites. Dos lugares abandonados de todo excepto de algún rumor imperceptible, el hueco que deja en la historia un martillo a punto de descargar sobre una columna. El emperador Claudio (41-54 después de Cristo) declaró las canteras propiedad imperial y la explotación fue masiva en tiempos de Trajano, de Adriano, de los Severos y hasta de Diocleciano, en el año 300. Roma, lejana sólo en apariencia, conocía el secreto mejor guardado del desierto egipcio, sus rocas de granodiorita, el granito del foro, y el pórfido, la piedra púrpura. Con granito egipcio, lleno de puntos de oro, se levantaban templos, villas y foros de la urbe. Con el intrigante pórfido de color vino se esculpían estatuas de dioses y sarcófagos.

Impresiona en Mons Claudianus un silencio que no rompe ni una mosca. Las montañas parecen arrugarse y contraerse ulteriormente para parir la gran cantera de granito que surtía la capital del mundo antiguo. Hoy no se ve ni un cardo ni un lagarto. Abajo se extiende el esqueleto de lo que fue Fons Claudianus, una población de canteros y militares. Quedan cuellos de ánforas rotas y muros hechos con piedra seca.

En algunas casas resisten las largas vigas de granito del techo y en otras no se han derrumbado los dinteles. Hay restos de unos baños y de un cuartel. En Fons Claudianus se comía pescado y lentejas, cebollas y carne de burro, y se bebía vino, no sólo agua salobre, porque a Roma le importaba, y mucho, la calidad de un granito con el que se tallaron columnas para el Panteón, la villa Adriana y el inacabado templo de Venus. Fons Claudianus era en realidad un hydreuma, un pozo fortificado para impedir asaltos y garantizar el trabajo de la piedra. Pero ni siquiera faltaban huertos para plantar vegetales, como han demostrado las excavaciones realizadas por el profesor Jean Bingen, de la Universidad de Bruselas, de 1987 a 1993.

Rocas plutónicas
Ya en la cantera de Mons Claudianus, que apenas dista un kilómetro de Fons Claudianus, la ciudad en ruinas, mi guía Salama me enseña algo. Coge un guijarro del suelo, lo rompe y sale la verdadera faz del granito local, un blanco lechoso con pintas negras entre las que destellan motas doradas. No hay mayor misterio. Se trata de rocas plutónicas, o ígneas, que acabaron sirviendo para sostener templos y vanidades en la antigua Roma. Muchas columnas han quedado apenas esbozadas en sus cavidades. El viento del desierto sigue perfilando aún mejor su curvatura.

Por fin, a poca distancia de esa cantera espectral, ves la mayor sorpresa. Es Umm Dikal, la madre de las columnas, apenas un superlativo para una dorada y torneada columna de 22 metros de longitud, dos y medio metros de anchura y un peso de 250 toneladas. Una especie de barco encallado que nunca llegó al Nilo. Tiene una gran raja en la parte superior: tal vez por eso se desistió de seguir trabajándola y ahí se quedó, desafiando a los escorpiones.

Los romanos no veían especial dificultad en la magnitud de las distancias. Tenían tiempo y esclavos. Y una técnica segura para llegar un día a Roma: hacer etapas de pozo en pozo por el desierto. Luego les esperaba el Nilo y, más tarde, el Mare Nostrum. Usaban trineos, carretas de hasta 12 ruedas, hombres, animales y mucha disciplina. Cerca de la cantera manaba Bir Amudghal, el gran pozo que surtía a Mons Claudianus y sus canteros. En un recodo aparece Bir Basha, una casa, un pozo de agua nada salobre y un árbol de corteza blanca y hojas un tanto lloronas, tal vez por ser lo único verde en muchas leguas. Ésta es zona de los beduinos ma’aza, que significa cabra. Las cabras domésticas les dan leche, su vida.

La otra gran cantera, Mons Porphyrites, se encuentra a unos 50 kilómetros de Mons Claudianus y al pie del Yebel Dokhan, o Monte del Humo. Ahí se sacaba el fabuloso pórfido imperial, una roca de color púrpura con cristales blancos que hacía las delicias de los emperadores romanos. De pórfido se hacían las togas de los patricios y de los emperadores en las estatuas bicolores romanas. Esa piedra tan preciada de Egipto fue a parar a las columnas de Santa Sofía en Constantinopla.

La cantera de Mons Porphyrites fue descubierta por un legionario, Caius Cominius Leugas, en el año 18 y explotada desde el 28 hasta el 335. Hasta 1823 no fue redescubierta por el británico John Wilkinson. Era un lugar sin presencia humana desde el tiempo de los romanos. Luego, el rey Faruk explotó el pórfido para decorar algunos edificios de El Cairo. Pero el hombre más desinteresado y apasionado por el lugar fue el poeta y arqueólogo aficionado Christopher Scaife. Se ponía una toga para comer en las ruinas del templo de Serapis, construido entre los años 117 y 119 junto a Mons Porphyrites. Y recitaba poemas («fantasmas de viejos deseos…») por la cantera como si estuviese junto a las rubias orillas del Támesis.

Guía
Cómo ir:
– Hurghada, frente al Mar Rojo, es el mejor punto de partida para llegar a las canteras.
– Egyptair (902 27 77 01; www.egyptair.com) tiene vuelos en julio entre Madrid y Hurghada, con una escala, desde 710,58 euros, tasas incluidas (841,41, en agosto). Desde Barcelona, a partir de 720,76 euros (841.41, en agosto).
– En las agencias y en los grandes hoteles de Hurghada se puede contratar un 4×4 con un conductor-guía que organiza la excursión. Ésta lleva unas seis horas de carretera, entre ida y vuelta.
– Red Sea Desert Adventures (www.redseadesertadventures.com; 0020 123 99 38 60) ofrece una ruta de seis días desde Hurghada, pasando por Mons Claudianus, Mons Porphyrites y otros asentamientos de la zona, siguiendo las rutas romanas por las que se transportaba la piedra. Para obtener información y presupuestos hay que enviar un correo electrónico a: inquire@redseadesertadventures.com.

Información:
– Turismo egipcio en Madrid. (915 59 21 21) Pl. de España, 18. Planta 5. Oficina 3.

Más información en la guía de Egipto de EL VIAJERO: http://elviajero.elpais.com/guia/egipto/EGY/

(*) Luis Pancorbo (Burgos, 1946) es autor de El banquete humano (Siglo XXI). Dirige en Televisión Española el programa Otros pueblos.