Arirl David | Anguillara Sabazia (Italia) | AP 20/07/2007

A los «tombaroli», o profanadores de tumbas, su trabajo les resultaba bastante fácil en Italia.

Pietro Casasanta no tenía que hacer fugas tipo Indiana Jones, escapar a furibundos nativos o sobrevivir las trampas de los templos. Trabajaba a plena luz del día con una máquina excavadora, sin que nadie lo molestase, haciéndose pasar por un obrero de la construcción, y llegó a ser uno de los ladrones de tesoros arqueológicos más exitosos del país.

Arirl David | Anguillara Sabazia (Italia) | AP 20/07/2007

A los «tombaroli», o profanadores de tumbas, su trabajo les resultaba bastante fácil en Italia.

Pietro Casasanta no tenía que hacer fugas tipo Indiana Jones, escapar a furibundos nativos o sobrevivir las trampas de los templos. Trabajaba a plena luz del día con una máquina excavadora, sin que nadie lo molestase, haciéndose pasar por un obrero de la construcción, y llegó a ser uno de los ladrones de tesoros arqueológicos más exitosos del país.

Cuando no estaba en la cárcel, operó durante varias décadas desde su residencia en las afueras de Roma, beneficiándose de la escasa vigilancia en los sitios históricos y excavando estatuas, cerámicas y otros artefactos, que vendía por millones de dólares en el mercado ilegal de antigüedades.

«A nadie le importaba y había mucho dinero de por medio», manifestó Casasanta en una entrevista con la AP. «Siempre trabajé de día, en las mismas horas que los obreros de la construcción, porque de noche era más fácil llamar la atención y cometer errores».

En tiempos recientes, no obstante, las autoridades les han complicado la vida a los tombaroli y aumentan las detenciones de personas acusadas de vender artículos robados o antigüedades excavadas ilegalmente, que terminan en los mejores museos del mundo o en las colecciones más importantes.

El general Giovanni Nistri, quien dirige la unidad de carabinieri encargada de combatir el robo de obras de arte, dijo que en el 2006 fueron descubiertas menos de 40 excavaciones ilegales, comparado con las más de mil que se llegaron a descubrir a fines de la década de 1990.

«Debe de haber algunas excavaciones que no son descubiertas, pero ha habido una merma significativa», afirmó Nastri en una entrevista.

En la última década fue lanzada una intensa campaña contra el robo de obras de arte. Se aumentó la vigilancia de los sitios arqueológicos y fueron encarcelados conocidos excavadores ilegales como Casasanta. Fueron allanados en Suiza depósitos repletos de tesoros obtenidos ilegalmente. Y el gobierno italiano ha estado presionando a museos estadounidenses para que devuelvan artefactos.

El ex director del Museo J. Paul Getty de Los Angeles, Marion True, y el corredor Robert Hecht están siendo juzgados en Roma, acusados de recibir a sabiendas decenas de tesoros arqueológicos obtenidos ilegalmente. Ambos niegan las acusaciones.

El Museo Metropolitano de Nueva York y el Museo de Arte de Boston han aceptado devolver antigüedades a cambio del compromiso de que les presten otros tesoros por prolongados períodos.

La campaña italiana ha hecho que museos y mercados internacionales de arte sean más respetuosos de las reglas que rigen estas adquisiciones y corten sus lazos con comerciantes que sospechan pueden comprarles a los tombaroli, según Nistri.

Los efectos de esta campaña se han hecho sentir en el mercado en tiempos recientes y los compradores buscan más que nada objetos provenientes de colecciones privadas u otras fuentes legítimas, de acuerdo con Mieke Zilverberg, presidenta de la Asociación Internacional de Comerciantes de Arte Antiguo, con sede en Amsterdam.

«Los precios jamás bajarán», expresó. «Los precios ya estaban subiendo un poco y, con las complicaciones surgidas por la campaña de los italianos, todos quieren comprar bienes de procedencia legítima, lo que quiere decir que los precios están en alza».

Zilverberg dijo que comerciantes y museos han aprendido su lección, pero acotó que parte de la responsabilidad de los saqueos es de las autoridades, que no vigilaron lo que estaba sucediendo.

«Por años se dejaron estar y no ejercieron control sobre los excavadores ilegales», expresó en una entrevista telefónica.

Casasanta coincide en que ya no es tan sencillo hacer excavaciones ilegales.

«No surge gente joven, resulta más difícil excavar y vender. La red de compradores ha desaparecido», manifestó en una entrevista desde su casa en Anguillara Sabazia, al norte de Roma.

En sus inicios, en la década de 1950, Casasanta vendía sus artículos en pequeños puestos en las calles de Roma. De origen humilde, no pudo estudiar, pero se compró libros usados sobre arqueología, disciplina que le apasionó de entrada.

Hijo de un albañil, su interés en las reliquias antiguas nació cuando tenía 14 años y comenzó a acompañar a un agrimensor en sus salidas a los alrededores de Anguillara, zona rica en restos etruscos y romanos. Con frecuencia encontraban trozos de cerámicas y esculturas.

«Me di cuenta de que había un mundo subterráneo», comentó. «La arqueología es una enfermedad. Cuando uno palpa su belleza y la fascinación del mármol antiguo, se hace adicto. Es como enamorarse de una mujer. No hay esperanzas».

Pronto aprendió a distinguir los sitios promisorios.

«Cuando cavo, a menudo sé de antemano lo que voy a encontrar, porque aprendí a descifrar los secretos de la tierra», señaló. «Por ejemplo, si uno ve que crecen zarzas altas y amarillentas, sabe que las raíces se apoyan en muros enterrados».

Si bien la palabra «tombaroli» deriva de «tomba», o tumba, se usa para describir a todos los saqueadores de antigüedades.

Casasanta dice haber pasado nueve años en la cárcel o en libertad bajo palabra y que, al recuperar la libertad, reanudó sus actividades ilegales, en vista de que las autoridades concentraban su atención en el crimen organizado y el terrorismo político, desatendiendo la protección del patrimonio cultural.

Ganó millones, aunque no dice exactamente cuánto, y perdió la mayor parte de su fortuna en el juego y en confiscaciones.

Incapaz de costear los gastos de abogados, se retiró con su esposa y vive en una pequeña residencia de Anguillara, cerca del lago Bracciano. La gente del pueblo lo trata con mucho respeto y le dice «professore».

A los 69 años, se apoya en un bastón y asegura que hizo excavaciones únicamente en sitios amenazados por proyectos edilicios que hubieran destruido los artefactos antiguos.

Pero el fiscal Paolo Ferri dice que los «tombaroli» son una plaga para el patrimonio cultural italiano no sólo porque sus hallazgos son enviados al exterior, sino porque a menudo usan métodos de excavación muy dañinos.

«Casasanta se siente un héroe, y es cierto que hizo descubrimientos excepcionales. Pero los tombaroli cavan en busca de objetos específicos, los más importantes. Se llevan eso y destruyen lo demás», expresó.