Carlos Garrido | Palma www.diariodemallorca.es 22/01/2009

«Rostres de Roma» reúne en Ses Voltes piezas procedentes del Museo Arqueológico Nacional.

Si tenemos unos antepasados en los que reconocernos, son los romanos. A pesar de que las Islas fueron un territorio secundario, el Imperio constituye el retrato de nuestros orígenes culturales. El rostro más remoto en el que podemos reconocernos. En estos momentos podemos disfrutar de una hermosa exposición de la retratística romana. Se llama «Rostres de Roma» y reúne en Ses Voltes piezas procedentes del Museo Arqueológico Nacional. Aquí se pueden contemplar quince retratos imperiales y otros tantos del ámbito privado. Una galería de personajes solemnes, silenciosos, pero que al mismo tiempo nos resultan extraordinariamente cercanos. Son nuestros ancestros.

Los griegos fueron unos maestros en el arte escultórico, pero a veces le daban más expresión a los pliegues de un manto que al propio rostro. Hasta la época helenística no interesó el «pathos», el sentimiento (de ahí la tan impropiamente utilizada palabra «patético»: capaz de expresar sentimiento). Los griegos buscaban un ideal, una perfección y un equilibrio lejanos a la realidad más terrestre.

Los romanos, en cambio, muy pronto acercaron la escultura al retrato privado, al rostro humano con su carácter, su sentimiento, incluso sus imperfecciones. En un régimen imperial como aquél, la estatua gigante del emperador ejercía una función simbólica y casi coercitiva. Simbolizaba la potencia del imperio. Por eso a los retratos oficiales se le añadían virtudes como la contención, la serenidad, el valor.

Ses Voltes, con su suelo crujiente de madera, nos ofrece un viaje extraño al pasado. Al no ser un recinto demasiado visitado, uno está casi a solas con los penates de hace dos mil años. Puedes acercarte a ellos, mantenerles la mirada, dejarte llevar por el hálito de esa piedra trabajada hace tanto tiempo.

Muchas veces he pensado cómo nos deben de ver esas estatuas de ojos ciegos. En su día contemplaron a los cortesanos, los militares, los notables del imperio. Luego cayeron en la destrucción y el olvido. Estuvieron enterradas. Las rescató un anticuario del siglo XVIII. Y desde entonces contemplan en cámara rápida como unas vidas futiles y diminutas -las nuestras- pasan por delante de su eternidad de mármol. Como un soplo.