Jesús Hernández | Zamora www.laopiniondezamora.es 12/01/2009

«El espíritu era muy importante para Claudio Rodríguez, a quien no le importaba el resultado de la realidad, sino el deslumbramiento que la realidad produce».

Hay una prehistoria literaria de Jaime Siles en Zamora. Se lo decimos. «Sí. Realicé la «mili» en el Regimiento Toledo «Defensa Contra Carros», establecido en el Cuartel Viriato, como alférez provisional. Aquí escribí parte de «Canon». Y fui, de 1976 a 1980, profesor del Colegio Universitario. Impartí la primera lección». Evoca aquellos días con afecto. Da algunos nombres. Pregunta. Vivos y muertos. Vivos que están como muertos y muertos que viven en la memoria y en el afecto. Y lo expresa con el mismo entusiasmo que si defiende el valor y la vigencia de lo clásico, lo que nos hace más libres. Vino a la reunión de expertos sobre Claudio Rodríguez. «Destroza, al trascender, la poesía social», manifiesta al despedirse.

Es catedrático de Filología Latina en la Universidad de Valencia y preside la Sociedad Española de Estudios Clásicos. Participó recientemente en las III Jornadas «Claudio Rodríguez: lo local y lo universal». Este profesor-poeta-crítico-investigador-ensayista, formado en España y en el extranjero, posee importantes distinciones: Premios Nacional de la Crítica, Ocnos, Loewe, Generación del 27… De las que afirman trayectorias. Y dirigió el Instituto Cervantes en Viena.

– Poesía de Claudio Rodríguez: ¿más tradición popular o más tradición cultural, tal vez imbricación de una en otra??
– Imbricación, pero exactísima, de una en otra. Y no sólo eso, sino también superación de ambas. La voz de Claudio es universalizadora, con un lenguaje muy singularizado. Y siempre me atrajo, con respecto a sus compañeros de Generación, ver qué es lo que singularizaba, realmente, ese lenguaje. Creo que es lo siguiente: su interés por la canción infantil, sobre la que realizó su primer trabajo universitario científico, y su visión de la realidad, que es rural. Sus compañeros de Generación, por el contrario, tienen una visión urbana. Eso resulta definitivo. Y yo considero que tal cosa le lleva a la trascendencia de lo cotidiano, a hablar de una cosa y no estar refiriéndose a ella (se trata de una alegoría de otra, que es lo que
importa).

– A la vista de su obra poética, ¿le importaba la materia y le importaba, también, el espíritu?
– El espíritu era muy importante para él. A Claudio no le importaba el resultado de la realidad, sino el deslumbramiento que la realidad produce. Para él, y lo decía, ese deslumbramiento, ese momento anterior al canto es mejor que el mismo canto. Duda del lenguaje, duda de lo que pueda representar, con la exactitud necesaria, ese instante de realidad, de naturaleza vivida, que es de contemplación espiritual.

– ¿El zamorano ofrecía una nueva mirada o una nueva emoción?
– Las dos cosas. No hay una nueva emoción si no existe una nueva mirada.

– La poesía no adoctrina. Sin embargo, la poesía es la morada de la emoción.
– La poesía siempre es, de alguna manera, religiosa, entendiendo por tal un conjunto de contenidos irracionales de la persona, que la lírica pone en movimiento porque el lenguaje es quien los conserva en las palabras de la tribu, en la tradición, en todo nuestro imaginario -inconsciente o subconsciente- colectivo.

– ¿El poeta debe despertar nuestras emociones o situarnos ante las ideas?
– Yo creo que Claudio tenía ideas, y en su poesía hay muchas ideas y existe mucha ideación, pero considero que él nos sitúa, sobre todo, ante la realidad, ante la naturaleza, ante esa materia a la que usted aludía antes, pero que el espíritu trasciende, convirtiéndolo en otra cosa. Y ésa es la magia de la poesía de Claudio. Eso que usted acaba de decir tan bien.

– ¿Y es el que siempre viene de lejos?
– No sé si es el que viene de lejos, pero es el que siempre nos lleva lejos? Cuando todo el mundo se nos ha caído, la palabra poética siempre es lo que queda para defendernos.

– ¿Y mitificamos si decimos que el poeta es el gran mitificador de la palabra?
– No, porque el poeta no es un mitificador de la palabra, sino el que utiliza la palabra para que nosotros nos mitifiquemos a nosotros mismos.

– «La palabra poética nos ofrece la mirada más libre sobre el mundo», ha escrito recientemente Emilio Lledó. ¿Lo del filósofo es una hipérbole?
– No, no. En la Antigüedad clásica, que Lledó tan bien conoce, especialmente en los presocráticos, fue así. En la República platónica, no. Platón expulsa a los poetas líricos. Echa a los dramáticos, que le hacen competencia. Por eso escribe diálogos, que son obras teatrales. En lugar de escribir teatro, formula esa filosofía teatral, con el fin de dar la batalla en su propio territorio… Pero sí es una visión que hace que miremos en un sentido muy claro. Al renovarnos la visión de las cosas, nos hace nuevos a nosotros mismos.

– ¿El poema en manos de los filólogos sólo es lenguaje, o poco más. En ese caso, ¡qué poco!
– No. Yo creo que el filólogo siempre tiene que ser respetuoso con la materia que trabaja. Si es un poema, todavía. Puede descomponerlo, analizarlo, «retematizarlo», parafrasearlo, explicarlo, pero nunca puede, ni debe, destruirlo. El filólogo debe tomar eso como forma de estudio para acercarlo, de la mejor manera y con el mejor de los métodos, a los demás.

– ¿Usted cree que «la poesía es autoexilio»?
–Yo no he dicho eso así de claro. He vivido veinte años en el extranjero. Casi la mitad de mi vida, y sí he creído que el exilio es una experiencia purificadora? Yo considero que el poeta, en cierto modo, al igual que el filósofo, es un «exiliado» de la realidad, porque sólo poniéndose fuera de ella puede analizarla. Digamos que es, a veces, un exilio fingido, pero fingido porque resulta necesaria esa ficción para analizar el objeto que contempla, que es la realidad misma.

– ¿La realidad es, sobre todo, lenguaje?
– Ese es un asunto que me ha preocupado siempre muchísimo. La realidad no es el lenguaje, pero la manera en que los hombres accedemos a conocerla sí es lenguaje. Porque aquella existe en la manera en que nosotros somos capaces de advertirla. Sólo si representamos, las cosas y la realidad, existe.

– ¿Qué seríamos sin los silencios?
– Eso también es interesante. El silencio es muy liberador. Para mí, el silencio forma parte de la palabra. Se trata de un elemento de ella, como la pausa en la conservación.

«El claroscuro es muy civilizador: nos hace ver que todos somos dobles»
– ¿Comienza a ser clásico el descuido de los gobiernos hacia los estudios clásicos?
– No es tan terrible como parece, pero estamos siempre en situación amenazada. Yo soy presidente de la Sociedad Española de Estudios Clásicos, y no es que defendamos el Latín, el Griego, el Indoeuropeo, la Historia Antigua.. per se. No. Los defiende porque estamos convencidos de que todo Occidente, toda la cultura europea, se ha hecho sobre esos cimientos. Y que tales cimientos son campos de experimentación históricos cerrados, donde se puede ver lo que una idea ha generado. Como campo de análisis, es importante para la formación, para la paideia de la Humanidad, especialmente de la occidental. Porque nos ha determinado. Desconocer eso es desconocernos a nosotros mismos, nuestro pasado y, por lo tanto, renunciar a nuestro presente y estar amenazados de cometer graves errores en el futuro.

– ¿Qué seríamos sin la luz y sus claroscuros?
– Fray Luis de Granada ha sido quien más hermosamente ha descrito eso: cómo la luz se extiende sobre los objetos y cuando choca contra ellos, nosotros las vemos. Si la luz no diera sobre ellos, no los observaríamos. Pero el claroscuro de los manieristas y del Barroco nos ha hecho ver, también, que las cosas no son de un solo color, que nosotros somos dobles, como Jano y Bifronte. Y eso civiliza. El claroscuro es civilizador.