Crítica: Vicente Adelantado Soriano

Muchos han sido los escritores que se han basado en la Biblia para escribir sus obras, o para dar una nueva interpretación de algunos de los hechos narrados allí. Así de repente podemos citar a Thomas Mann con José y sus hermanos, o a don Miguel de Unamuno con la historia de Caín y Abel, que daría lugar a su conocida novela Abel Sánchez. Por lo que respecta al teatro, tenemos un ejemplo ilustre, entre otros, con don Jacinto Grau y su obra El hijo pródigo, donde mezcla esta historia con la de Caín y Abel y con el clásico mito de Fedra.

Crítica: Vicente Adelantado Soriano

Muchos han sido los escritores que se han basado en la Biblia para escribir sus obras, o para dar una nueva interpretación de algunos de los hechos narrados allí. Así de repente podemos citar a Thomas Mann con José y sus hermanos, o a don Miguel de Unamuno con la historia de Caín y Abel, que daría lugar a su conocida novela Abel Sánchez. Por lo que respecta al teatro, tenemos un ejemplo ilustre, entre otros, con don Jacinto Grau y su obra El hijo pródigo, donde mezcla esta historia con la de Caín y Abel y con el clásico mito de Fedra.
Siempre resulta arriesgado escribir sobre estos personajes, retomarlos, pues de conocidos cada uno de nosotros tenemos una imagen, una idea, y si no coincide con la nueva propuesta, la obra se puede convertir en un fracaso. Bien es cierto que los personajes bíblicos apenas si están dotados de una mínima psicología, ya que interesan como ejemplo, como aquello que se debe o no se debe hacer, y eso por seguir o no seguir ciertos mandatos divinos. Por eso mismo resulta tan complicado mantener un odio tan cerrado a otra persona a lo largo de toda una novela. Si se odia a una persona, se pone tierra de por medio si se puede, o se la evita al máximo. Pero no tiene sentido odiar a alguien y estar con él todos los días a lo largo de páginas y páginas. Cosa distinta es contar ese odio en dos o tres líneas. El lector no llega a cansarse.
En el caso de Salomé, Óscar Wilde se enfrenta a una figura que apenas si tiene relevancia o entidad propia. Toda su importancia radica en haberse tropezado con Juan el Bautista, y en haber pedido su cabeza a su padrastro el tetrarca de Judea. En la Biblia se quiere dejar claro el poder de la lujuria, de la cual nos tenemos que guardar, pues hasta los reyes, por ella, comprometen su palabra. Igualmente se podía hacer la lectura contraria: es muy peligroso denunciar a los poderosos porque la cabeza del denunciante, convenientemente separada del cuerpo, siempre termina en un frutero o cosa similar.
No van por ahí los planteamientos de Wilde. Salomé, en su obra, no pide la cabeza del predecesor de Cristo porque éste ha denunciado a su madre Herodias, sino porque la rechaza a ella. Salomé siente un irresistible atractivo por ese hombre que su padre tiene encarcelado, al que hace sacar de la prisión para verlo de cerca, al que tienta, y por el que es rechazada. Ella que es objeto de deseo de su padrastro. En eso, y en poco más, radica toda la novedad del drama de Wilde.
Alguien dijo que una obra de teatro es un director. Y la dirección de la obra que pudimos ver en el teatro romano de Sagunto, fue impecable, así como la interpretación, genial, con grandes registros y modulaciones de voz, por parte de Millán Salcedo en el papel de Herodes Antipas, como por parte de María Adánez en el complicado de Salomé. Una Salomé que juega con una aparente inocencia y el odio de la mujer despechada. Mención especial merece el baile, la famosa danza de los siete velos, muy bien resuelto por parte de María Adánez, con una excelente coreografía de Víctor Ullate. Todos los movimientos de escena estuvieron muy logrados. Y fueron ellos, la dirección de Miguel Narros, y las actuaciones las que salvaron una obra que, la verdad, no es nada del otro jueves. Ciertamente una obra es un director. Y unos buenos actores. A ver si algún año tenemos suerte y lo ponen todo al servicio de los clásicos y podemos disfrutar de un buen Cervantes, Lope, Calderón o Valle-Inclán, por ejemplo. Esperemos.
Valencia, 21 de agosto de 2006