Carles Gosálbez | Tarragona www.diaridetarragona.com 03/04/2010

El ‘Diari’ se adentra en las interioridades de la ciudad, de la mano de la Societat d’Investigacions Espeleològiques. A varios metros de profundidad hay un sorprendente mundo por descubrir.

Nadie que no haya pisado la Cova Urbana y cruzado sus lagos puede imaginar qué se esconde en las entrañas del casco urbano de la ciudad, a varios metros de profundidad.

Debajo del Mercat Central, del Fòrum de la Colònia, de la Rambla Nova, de la calle Fortuny o de Caputxins discurre un laberinto de galerías subterráneas de dimensiones impensables, algunas bañadas por agua cristalina que se enturbia cuando se introduce el primer pie.

Un grupo formado por periodistas, fotógrafos y maquetistas del Diari se ha introducido en la Cova Urbana para poder relatar la experiencia vivida y exponer sus sensaciones bajo tierra, en un paraje que parece de alta montaña pero que está en el centro de la ciudad.

La cita era a las 9.30 horas de la mañana en el Bar Pallars, localizado en la calle Gasòmetre. Después de desayunar, la expedición ascendió sólo unos metros acera arriba y entró por la puerta que conduce al párking de un bloque de viviendas. Cuatro plantas más abajo esperaban los trajes de neopreno, los cascos y los miembros de la Societat d’Investigacions Espeleològiques de Tarragona (SIET) Josep Lluís Almiñana, Àngel Samaniego y Tomàs Merin, que ofrecieron unas nociones básicas e imprescindibles sobre las características de la cueva. Unos minutos después el grupo se dirigió hacia la oscura boca de la Cova Urbana.

Fueron unos acompañantes de lujo. Conocen el subsuelo de Tarragona como nadie. La Cova Urbana fue descubierta a finales de 1996, cuando la promotora Benso inició los trabajos de rebaje de terreno para hacer los cimientos de un inmueble de nueva planta. El solar albergó en años anteriores un circuito de kárting donde niños de varios colegios de la ciudad aprendían las normas de circulación.

Una de las salas de la Cova Urbana fue bautizada con el nombre de Forné, en agradecimiento al promotor, quien ofreció todo tipo de facilidades para que la SIET pudiera investigar su interior.

Íberos y romanos
El hallazgo se produjo varios metros por debajo del nivel de la acera de la calle Gasòmetre. Íberos y romanos conocían la existencia de las galerías, a las que habían accedido varios siglos antes, probablemente en busca de agua.

Una vez dentro, los metros iniciales que recorrió el grupo del Diari fueron a través de un estrecho pasadizo –cuniculus, en latín–, abierto a pico por los romanos.

Un descenso utilizando una cuerda, la fuerza de las manos y los pies como punto de apoyo, y la aparición de los primeros espacios inundados. Fue el comienzo de una experiencia inolvidable. Estrechos pasadizos, un sifón que obliga a sumergirte y amplias galerías. Al final del trayecto de ida, una bolsa de agua. Es la entrada a la Sala Rivemar. A partir de este punto, sólo los espeleobuzos más preparados tienen autorizado el acceso. En el extremo opuesto, continúan las galerías. Hace menos de dos meses los espeleobuzos de la SIET descubrieron dos galerías nunca antes vistas por el hombre.

El regreso a la boca de salida es más sencillo y ayuda a realizarlo el conocimiento que en esos momentos ya tiene la persona primeriza.