Lorenzo Silva 07/07/2020 Diario Sur
La reforma educativa aparca el legado clásico, que explica nuestra manera de entender el mundo
En los últimos días recibo frecuentes mensajes de personas que me agradecen haberles descubierto la obra de Tucídides y me cuentan que se disponen a sumergirse o se han sumergido ya en su lectura. La sola razón de esta correspondencia es haber hecho un par de citas de su 'Historia de la guerra del Peloponeso' en una novela reciente, cuyo título, 'El mal de Corcira', contiene también un guiño al historiador ateniense. Cuando pienso que Tucídides va a tener gracias a mi labor como novelista lectores que no tenía, me invade una sensación contradictoria. Por un lado, una enorme satisfacción: estoy tan seguro de que va a ser para todos ellos una experiencia enriquecedora que por una vez en la vida siento que mi trabajo tiene una utilidad indudable. Por otro lado, sin embargo, lo constato con amargura. Que sea un ignorante como yo el que les descubra a no pocas personas instruidas la existencia y la excelencia de uno de los prosistas y narradores más sensacionales de todos los tiempos atestigua la indigencia y la insuficiencia de nuestro sistema educativo.
Gracias a Tucídides, además de los hechos que son objeto de su crónica, el mundo recuerda el discurso de Pericles en el que el estadista ateniense advierte que nadie puede considerarse afortunado en medio de la desgracia de su ciudad; o las razones del prudente Diódoto para disuadir a la asamblea de Atenas de descargar sus iras sobre Mitilene, porque más vale ganar aliados por la clemencia que retenerlos por el terror; o la bella arenga de Nicias a los supervivientes de la fuerza expedicionaria ateniense en Sicilia. Tres pasajes entre muchos que deberían enseñarse a nuestros alumnos antes que tantas tonterías que aprenden sólo porque vienen dictadas por la agenda del político de turno.
Pero resulta que el legado clásico, ese que explica nuestra lengua, nuestras instituciones y nuestra manera de entender el mundo, se considera un contenido prescindible no sólo para la población en general, sino incluso para nutrir el bagaje de su fracción culta e ilustrada. Por eso se ha derivado el estudio de la lengua y la herencia de griegos y romanos hacia vías marginales de nuestra enseñanza, y en la reforma educativa que viene, ya sin tapujos, se lo envía a una vía muerta donde sólo accederán a él unos pocos frikis, asegurando así que su contribución sea irrelevante para formar una ciudadanía crítica y consciente.
Defendamos a Tucídides, y a tantos otros, de este destino abominable. Nos van en ello la memoria, el derecho y la libertad.
FUENTE: Diario Sur