Ferran Balsells | Tarragona www.elpais.com 18/04/2010
Tarragona excava en su catedral para encontrar el santuario de Augusto, cuyo rastro se perdió hace siglos.
«Excavaremos justo aquí». Imma Teixell, arqueóloga municipal de Tarragona, clava los zapatos en el corazón de la catedral y a unos cinco pies bajo sus suelas deberían de hallarse las ruinas de un templo perdido durante siglos: el santuario dedicado a Julio César Augusto, heredero de Julio César, primer emperador de Roma, el soberano que encumbró Tarraco hasta la cima del mundo al proclamarla capital, provisional, del Imperio Romano, cuando trasladó allí su sede del 27 al 24 antes de Cristo. No muy lejos de aquellas fechas sus notables dedicaron a Augusto un templo que la era moderna nunca ha localizado con certeza. «Templum ut in colonia Tarraconensis in omnes provinciam exemplum», suspira casi en trance Josep Maria Macies, del Instituto Catalán de Arqueología Clásica. El doctor latinea a Tácito, por cuya obra se asume que el templo se mandó construir el año 15 para dar ejemplo al resto de provincias. «No es un templo, es el templo», precisa Macies.
La mayor incógnita de Tarraco, fuente de hipótesis, riñas y apuestas entre arqueólogos parece próxima al fin. «Está aquí», barre el suelo con el índice Andreu Muñoz, arqueólogo del arzobispado de Tarragona, propietaria de la catedral. Junto a sus colegas, Muñoz completa el triunvirato de entidades que han acordado destripar la iglesia en verano y palpar, por primera vez en siglos, el escurridizo templo de Augusto.
La certeza del hallazgo es casi absoluta, subrayan los arqueólogos. Casi. «Hay muchos indicios de que bajo la catedral se encuentra algo muy parecido a lo que fue el templo de Augusto, pero no se sabrá hasta que lo toquemos», advierte Teixell. Los expertos consideran probado que la iglesia de Tarragona se levantó en el siglo XII sobre los cimientos de una catedral visigótica, a su vez edificada sobre una mezquita árabe que se había sobrepuesto a un templo dedicado al culto imperial romano. Las prospecciones geofísicas realizadas en la catedral en 2007 concluyeron que la estructura de ese templo coincidía con el de Augusto, un recinto de ocho columnas, unos 30 metros de alto y 45 de longitud que en sus días se alzó a casi 25 metros del suelo.
La negociación para acceder al subsuelo de la iglesia ha sido algo farragosa. «Se empezó a hablar hará 10 años, pero algunos eran reticentes a que abriéramos el suelo de la catedral», se limita a detallar Macías. «Confirmados los indicios, ni el arzobispado podía negarse», concede Muñoz. El arzobispo de Tarragona aprobó la excavación bajo la exigencia de que coincidiera con las obras de restauración de la catedral, que se prevén para este verano y limitarán temporalmente el culto religioso. Los tres arqueólogos aprovecharán el cierre del edificio para descubrir unos 25 metros cuadrados. «Los restos precisarán la cronología de la zona, las construcciones de los visigodos y la evolución del Imperio en la Península. Varios siglos en un puñado de metros cuadrados», teoriza Muñoz lo que Macias ilustra de un plumazo: «Leer el tiempo».
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En busca del último templo
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