María Antonia Sánchez-Vallejo http://blogs.elpais.com/ruinas-griegas 04/11/2011
Grecia es el alumno díscolo de la UE, pero su crisis no se explica únicamente mediante gráficas con perfil de precipicio o estadísticas de infarto. La actual es también una crisis social, cultural y política; está en juego su modelo de anclaje en Europa, pero también el reto de conservar su idiosincrasia en un mundo global.
Hace unas semanas, Anzula, recepcionista de un pequeño hotel en la isla de Mitilene (noreste del Egeo), relataba con mucha guasa y algo de coraje una anécdota ocurrida a finales de junio, cuando Grecia aprobó in extremis el segundo plan de ajuste. “Estábamos una compañera y yo en el mostrador, riéndonos a carcajada limpia por no sé qué. Se acercó una pareja de turistas alemanes y él, muy serio, nos soltó: ‘Parece mentira que aún tengan ganas de reírse. Su país está al borde del abismo, y ustedes aquí, de broma. ¿Cómo es posible?”. Respuesta: “Pero oiga, ¿qué quiere? ¿Que nos cortemos las venas? ¿Que nos tumbemos a esperar la muerte?”.
Esta diferencia de pareceres ante la vida explica uno de los ingredientes de la crisis griega, y hasta algunas de las razones que subyacen en la convocatoria de un referéndum sobre el segundo rescate europeo: por más que se empeñen Berlín o Bruselas, Grecia no será nunca como Alemania. Ni siquiera como otros países de Europa, porque ni puede ni quiere. Pero tampoco un protectorado, y a eso suena en el país la superioridad germana –tanto la del Bundesbank como la del herr equis de turno de turismo en las islas. El penúltimo ejemplo ha sido la propuesta de la canciller Angela Merkel de establecer una delegación permanente de la troika en Atenas para supervisar los deberes de mates de estos zascandiles tan poco aplicados.
En el sorprendente órdago de Yorgos Papandreu –hace dos meses, en un discurso en Salónica, descartaba someter a consulta popular el segundo rescate- hay un intento evidente de recuperar la autonomía y la capacidad de decisión nacionales, tras meses de críticas de buena parte de la opinión pública por gobernar al dictado de Bruselas y Washington y por la evidente cesión de soberanía que suponen medidas de ajuste como confiar la gestión de algunos puertos a la multinacional china Cosco (la mayor naviera del mundo).
Privatizar a cambio de unos cuantos euros los puertos del Pireo, Salónica o Patras, por citar sólo los tres más importantes de Grecia –tendiendo una alfombra roja a todo lo que, bueno o malo, venga de Oriente-, se vive con el mismo sentimiento de desdoro nacional que la venta del paquete mayoritario de acciones de OTE, la telefónica griega, a Deutsche Telekom, o la liquidación de Olympic, la compañía aérea de bandera, a un grupo local que es propiedad de un fondo de inversión de Dubái (operación esta última fraguada durante el anterior Gobierno conservador). O igual de mal que se sobrellevan las visitas de la troika a Atenas: en el imaginario popular, como auténticas bajadas de pantalones.
El sentimiento nacionalista, oportunamente vehiculado por la Iglesia ortodoxa, permitió a una arrumbada provincia del Imperio Otomano que siglos ha había sido la cuna de Europa, alcanzar la independencia como Estado-nación en el siglo XIX. Luego, alentó su supervivencia como país pequeño y pobre rodeado de enemigos grandotes (Turquía) o bárbaros: hasta la entrada de Bulgaria en 2007, Grecia era el único miembro de la UE que no compartía frontera con ninguno de sus socios. El nacionalismo le sirvió de autoestima.
Rampante en las soflamas de partidos ultras como Laos (cuarta fuerza política del país), el nacionalismo es un factor que infiltra la opinión pública y articula el lenguaje de la clase política. Y como buen sentimiento inflamable que es, prende como la yesca en épocas de crisis. ¿Un ejemplo? Los griegos han desempolvado los baúles y recuperado la palabra jaratsi, de origen turco y que durante la dominación otomana designaba el tributo que el sultán aplicaba a cada vasallo “por el simple hecho de existir”, cuenta Kostas Pliakos, editor del diario Eleutheros Typos. “Y hoy los críos, sólo por nacer, tienen ya su jaratsi: es una condena, una deuda vitalicia. Así es la deuda de Grecia”. Con los datos en la mano, cada griego, bebés de horas incluidos, debe casi 35.000 euros… sólo por el hecho de existir. Por eso jaratsi significa mucho más que impuesto: afrenta, oprobio. Yugo.
Las palabras de la canciller Merkel llamando vagos a los pueblos del sur, o las campañas de la prensa alemana sensacionalista (¿de dónde se han sacado que el Partenón está en venta?), no han contribuido a mitigar la urticaria nacionalista, sino todo lo contrario. En los años cuarenta del pasado siglo, la esvástica ondeó en la Acrópolis de Atenas durante la ocupación nazi de parte del país. Una ignominia indeleble para un país orgulloso de sus raíces, que viene a ser tanto como decir de sus ruinas (la actual incluida).
FUENTE: http://blogs.elpais.com/ruinas-griegas/2011/11/el-parten%C3%B3n-en-venta-nein-danke.html