Alessandro Magrini repasa en un ensayo la fascinante crónica que se esconde detrás de cada una de las letras que componen el abecedario

Irene Hernández Velasco www.elconfidencial.com 01/02/2023

Cuando Zeus, disfrazado de toro blanco, raptó a Europa, Cadmo recibió de su padre la orden de encontrarla y de no volver al reino si no era acompañado de su hermana. Cadmo abandonó entonces Tiro, en Fenicia, y partió en busca de Europa. Tras vivir numerosas aventuras, el propio Zeus le concedió la mano de la diosa Harmonía, hija de Ares y de Afrodita. El día de la boda, todos los invitados obsequiaron a la novia con fabulosos regalos. Atenea, por ejemplo, le entregó un vestido, tejido por las tres Gracias, que podía hacer invisible a quien lo llevara, y Hefesto, un magnífico collar de oro que, sin embargo, estaba maldito.

Llegó el turno de Cadmo de ofrecer a Harmonía su presente nupcial. Abrió una pequeña bolsa de cuero que llevaba colgada en su cinturón y extrajo de ella unas pequeñas y quebradizas piezas, cada una con una forma distinta. Alguno de los invitados llegó a comentar, no sin razón, que aquellos caracteres parecían patas de mosca… “Cadmo llevó a toda Grecia un regalo hecho con voz y pensamiento: fabricó un instrumento en el que resonaban los sonidos mismos de la lengua y, uniendo elementos vinculantes y elementos desvinculantes en una secuencia de armonía connatural, trazó el signo inciso de un silencio que callado no estaba”, dejó escrito en el siglo V Nono de Panópoli, en su poema épico las Dionisíacas.

Orígenes egipcios

Cada día, millones y millones de personas en todo el mundo utilizamos para comunicarnos un pequeño y valioso conjunto de signoslas letras del alfabeto latino. Pero ¿de dónde proceden exactamente esas peculiares grafías que componen las letras y que nos permiten escribir palabras, frases, ideas, pensamientos y emociones?

Esa es justo la pregunta a la que el erudito italiano Alessandro Magrini, licenciado en filosofía clásica y egiptología en la Universidad romana de La Sapienza, trata de dar respuesta en su ensayo El regalo de Cadmo. La increíble historia de las letras del alfabeto , publicado en Italia por la editorial Ponte alle Grazie. Un interesante libro en el que recorre el largo camino de todas y cada una de las letras del alfabeto desde que fueron concebidas hasta lograr la forma y el uso que tienen en la actualidad.

La mitología griega no andaba en realidad descaminada. Cadmo era de origen fenicio y, efectivamente, fueron los fenicios los que llevaron el alfabeto a Grecia. Los griegos lo adaptaron a su lengua y luego los romanos lo trasladaron al latín, exportándolo a todos los territorios bajo su dominio. Con pequeños cambios, es el alfabeto latino el que hoy se usa en buena parte del mundo. Herodoto ya escribía en el siglo V a.C.: “Los fenicios que con Cadmo se establecieron en esta región, entre tantos otros conocimientos, introdujeron en Grecia el alfabeto, desconocido hasta entonces para los griegos”.

Sin embargo, el alfabeto fenicio se basaba a su vez en los jeroglíficos egipcios. Un descubrimiento que se debe sobre todo a Jean-Françoise Champollion, el historiador y egiptólogo francés que consiguió descifrar la escritura jeroglífica gracias fundamentalmente al estudio de la famosa piedra de Rosetta. Champollion se percató de que cada jeroglífico podía tener tres funciones: podía representar una palabra, podía señalar el contexto en que debía situarse la palabra precedente o podía representar el sonido de una palabra indicando solo sus consonantes.

Dicho de otro modo: Champollion descubrió que el sistema de escritura jeroglífica ya incluía en su interior el esbozo de un alfabeto. Algo que el historiador Tácito señalaba en sus Anales : “Los egipcios, antes que las demás naciones, se atribuyen a sí mismos la invención de las letras. De allí los fenicios, a causa de que eran señores de la mar, las trajeron a Grecia, atribuyéndose la gloria de inventores de los trabajos ajenos”.

Efectivamente, los fenicios tomaron prestado de Egipto el método alfabético. Según el arqueólogo Charles Lenormant, de toda la masa de jeroglíficos egipcios, los fenicios eligieron ciertas figuras para componer su alfabeto, pero dando a esos signos un valor y una función distinta a la que le habían atribuido los egipcios. Se trataba sobre todo de que los nombres de las letras fueran fáciles de recordar.

Los egipcios, por ejemplo, representaban al buey con una cabeza de toro con sus dos cuernos. Los fenicios tomaron ese símbolo y, como en semítico buey se pronunciaba alp (aún sigue diciéndose alef en hebreo y alif en árabe), decidieron que ese signo simbolizaría el sonido de la primera letra de esa palabra, es decir, la A.

Los bienes más preciados

La cabeza del buey estaba representada en los jeroglíficos egipcios como un óvalo del que salían dos cuernos. Con el paso del tiempo, esa imagen se fue simplificando y fue también rotando, hasta acabar dándole los griegos la forma actual y bautizándola como alfa. Por cierto: los nombres que los griegos dieron a las letras (alfa, beta, gamma…) no tenían significado alguno, eran simples nombres que comenzaban con el sonido representado por la letra.

¿Pero por qué es la A la primera letra del alfabeto? Amonio, un filósofo de la Antigua Grecia nacido en Egipto, sostenía que era porque el buey estaba considerado el bien más importante para la supervivencia por parte de los fenicios, quienes antes de convertirse en un pueblo de navegantes fueron nómadas y vivían de la trashumancia.

La B es la segunda letra del alfabeto latino, letra que, como todas las demás, los romanos tomaron del alfabeto griego. Y los griegos, del fenicio. En fenicio, bet (que luego los griegos transformaron en beta) significaba casa, el segundo bien más preciado después de un buey. El jeroglífico egipcio que simbolizaba la casa era un rectángulo con una abertura en la parte de abajo, como el plano de una habitación con su puerta. Con los fenicios sufrió diversos cambios hasta convertirse en una especie de P invertida y, con los griegos, adquirió distintas formas según la zona. La forma empleada en Atenas fue la que se impuso y la que ha llegado hasta hoy.

La letra C no está claro de qué jeroglífico egipcio podría proceder. El historiador y erudito bíblico austriaco Robert Eisler lanzó la hipótesis de que pudiera venir de un jeroglífico que representaba un bastón arrojadizo, una especie de bumerán que se empleaba tanto para cazar como arma de guerra.

Sobre la D (llamada delta por los griegos) parece que no hay dudas. Delt dalt, en fenicio, significaba puerta, y la letra en cuestión se representaba con la forma de un triángulo. Pero todo indica que la D fenicia es el resultado de la estilización de un determinativo egipcio, de un signo empleado para indicar que la palabra precedente tenía que ver con apertura o acción de abrir.

Y qué decir de la E. Parece que el origen de esa letra está en un jeroglífico que representaba a un hombre con los brazos en alto, un hombre que exulta y que dice «h». De hecho, en las lenguas semíticas eh era una exclamación que significaba entusiasmo. La versión fenicia de ese símbolo se habría quedado solo con la cabeza y los brazos y habría girado ese símbolo, que luego con los griegos se convertiría en Épsilon. Pero eso fue ya en la época bizantina. Antes, para distinguir la pronunciación entre E y AI —ambos en griego sonaban muy parecidos— se distinguía entre la E psilón (es decir, la E sencilla) y la E díphthongón (la E diptongo). Pero el antiguo nombre de la letra en griego era E, sin más.

“El sonido correspondiente a la E en griego quería decir si, y servía para formular hipótesis o hacer preguntas; lo que en definitiva hacía funcionar la cabeza giraba en torno a esa E”, señala Magrini en su libro.

De hecho, en el santuario de Apolo en Delfos había una enorme letra E de madera. Plutarco, que en sus últimos años fue sacerdote allí, escribió en su tratado Sobre la ‘E’ de Delfos: “Nuestro querido Apolo en cuanto a las dificultades de la vida parece remediarlas y darles una solución pronunciando oráculos a los consultantes. Pero las referidas al mundo del pensamiento, él mismo las suscita y las propone al filósofo por naturaleza, al infundirle en su espíritu un deseo que le arrastra hacia la verdad, como es evidente en otros muchos ejemplos y también en el caso de la consagración de la E”.

Alessandro Magrini repasa en su libro la fascinante crónica que se esconde detrás de cada una de las letras que componen el alfabeto. Porque las letras nos sirven para contar historias, pero también ellas custodian su propia historia.

Cuentan que la boda entre Cadmo y Harmonía fue el momento de máxima aproximación entre los dioses y los seres humanos y que, a partir de entonces, nada volvió a ser igual. “Con el alfabeto, los griegos aprenderían a vivir los dioses en el silencio de la mente, ya no en la presencia plena y normal, como todavía le había correspondido a él [Cadmo], el día de sus nupcias”, señalaba Roberto Calasso en su maravilloso libro Las bodas de Cadmo y Harmonia , en el que repasaba numerosos mitos griegos. “Ya nadie conseguiría borrar aquellas pequeñas letras, aquellas patas de mosca que Cadmo el fenicio había esparcido por la tierra griega, donde los vientos le habían empujado en busca de Europa, raptada por un toro surgido del mar”.

FUENTE: www.elconfidencial.com