Con sus victorias sobre persas y ostrogodos, Belisario hizo realidad el sueño de Justiniano de restaurar la antigua grandeza del Imperio romano, pero eso no impidió que acabara cayendo en desgracia ante el emperador.

Pere Maymó i Capdevila www.historia.nationalgeographic.com.es 02/02/2023

En el año 530, un imponente ejército persa se dirigió hacia Dara, una fortaleza situada cerca del Éufrates, en la frontera oriental de los dominios de Justiniano, soberano del Imperio romano de Oriente (o Bizancio, como también conocemos este reino). El monarca sasánida Kavades I había reunido una fuerza que duplicaba la de sus enemigos: 50.000 hombres, casi todos catafractos (jinetes acorazados) y arqueros montados. El éxito de los sasánidas, enfrentados con Roma desde hacía siglos, parecía asegurado.

Pero Belisario, el comandante de las fuerzas bizantinas, supo responder al desafío. Ordenó cavar una línea de trincheras no lejos de las murallas de Dara y desplegó así sus tropas: la infantería en el centro, detrás de las estacas y la fosa; en las alas, los arqueros hunos a caballo; y en la retaguardia, la caballería imperial y los bucelarios, la guardia personal de Belisario. La táctica funcionó. Cuando los persas intentaron romper las líneas enemigas, fueron asaeteados por tres flancos al tiempo que los jinetes atacaban su retaguardia: en el campo quedaron cerca de 8.000 muertos sasánidas y los supervivientes huyeron a Nísibe bajo las flechas hunas.

PALADÍN DEL EMPERADOR

Esta victoria bizantina fue también la primera del general Belisario, a quien puede considerarse como el último gran general de la Antigüedad. Belisario nació en la ciudad tracia de Germania hacia el año 500 o el 505, sin que se sepa mucho más de su infancia y juventud. En 525 lo hallamos en la guardia personal del emperador Justino I y, dos años más tarde, en la de su sobrino y sucesor Justiniano, quien lo promocionó a magister militum, uno de los puestos más elevados en el ejército romano.

Es probable que el reciente matrimonio de Belisario con Antonina, íntima amiga de la emperatriz Teodora, desempeñara un papel crucial en su promoción; en todo caso, su ascenso pronto se reveló un acierto. Después de participar en varias escaramuzas en Armenia contra los sasánidas, fue nombrado dux de Mesopotamia (527) y luego magister militum de Oriente(529); mientras ejercía este último cargo, logró la victoria en la defensa de Dara.

Al año siguiente, los persas entraron en Siria y saquearon sus ciudades. Belisario, al frente de las tropas imperiales, los persiguió con el objetivo de expulsarlos del territorio romano. Consciente de la superioridad de la caballería sasánida, Belisario intentó evitar el enfrentamiento directo, pero los soldados, crecidos por su anterior victoria, le obligaron a presentar batalla cerca de Calínico. El resultado fue una derrota inapelable de los romanos, y Belisario tuvo que presentarse en Constantinopla para informar sobre lo sucedido.

LA REVUELTA DE NIKA

Sin embargo, esta derrota no perjudicó su carrera. Justiniano acordó una paz con el nuevo rey persa, Cosroes I, para así concentrar sus fuerzas en otra ambiciosa empresa: la reconquista de los territorios del Mediterráneo occidental, que desde hacía un siglo estaban gobernados por pueblos germánicos como los ostrogodos en Italia, los visigodos y suevos en la península Ibérica y los vándalos en el norte de África. El sueño de Justiniano era la renouatio Imperii, la restauración del antiguo esplendor del Imperio romano. Y en este ambicioso proyecto, el emperador tuvo como brazo armado y principal instrumento a su general Belisario.

Pero antes, Justiniano tuvo que enfrentarse a un serio problema en la capital. Los nuevos impuestos que debían financiar la campaña habían alterado los ánimos de la voluble población de Constantinopla, y durante una carrera de carros en el hipódromo se produjo un grave altercado entre los seguidores de los equipos que contendían: los Azules y los Verdes, llamados así por el color de su indumentaria. Cuando el monarca intentó apaciguar los ánimos, ambas facciones hicieron causa común y estalló una revuelta civil al grito de nika, «victoria». La sedición se extendió por toda la ciudad y se quemaron edificios públicos e iglesias; los sublevados llegaron a proclamar un nuevo emperador: Hipacio.

En este punto, Justiniano ya se preparaba para huir cuando Teodora le espetó la célebre frase que le atribuye el historiador Procopio: «La púrpura [la tela roja reservada al soberano] es la mejor de las mortajas», lo que equivalía a una exhortación a defender el trono hasta la muerte. El emperador decidió sobornar a los Azules y enviar a sus generales Belisario y Mundo contra los Verdes, reunidos en el circo. Allí murieron treinta mil personas, y el usurpador Hipacio fue ejecutado.

BELISARIO, VENCEDOR DE LOS VÁNDALOS

Gracias a esta reacción rápida y brutal, Justiniano salvó la corona y pudo emprender la reconquista del perdido Imperio de Occidente. En 533, Belisario marchó a África con un ejército de 15.000 hombres para combatir a los vándalos. Desembarcó cerca de Tapso (en la actual Tunicia), donde se encontró con las tropas del rey Gelimero en un lugar llamado Ad decimum.

Los vándalos habían preparado una emboscada a las tropas imperiales, pero la coordinación brilló por su ausencia y los bizantinos lograron romper la barrera germánica y matar al hermano de Gelimero. Este enloqueció, lo que propició la huida de sus tropas; quince días después, Belisario entraba triunfante en Cartago. Ambos ejércitos se encontraron una vez más en Tricamerón, donde el general romano infligió otra derrota aplastante a sus enemigos y obtuvo la rendición de su rey.

En apenas unos meses, Belisario había acabado con el reino vándalo de África, que quedaba bajo la soberanía de Bizancio. Por ello, a su regreso a Constantinopla, con Gelimero cargado de cadenas y un ingente botín, pudo desfilar por las calles de la capital en el último «triunfo» oficial de la historia romana; pero lo hizo a pie, y no en un carro como los antiguos comandantes. Al llegar al palacio imperial, Belisario y Gelimero se postraron ante Justiniano, reconociendo que toda la gloria correspondía al emperador.

EL HÉROE DE ITALIA

Dos años después, Belisario emprendió una campaña contra el reino ostrogodo de Italia, regido por Teodato. Primero conquistó Sicilia, que lo recibió como libertador y estandarte de la romanidad, una acogida que se repitió en el sur de la península Itálica. Nápoles, sin embargo, opuso una tenaz resistencia al general, quien entró en la ciudad a través de un acueducto fuera de servicio. Después avanzó sobre Roma, cuya plebe le abrió las puertas ante una impotente guarnición goda.

La resistencia ostrogoda se reanimó bajo el mando de Vitiges, el sucesor de Teodato, que entre 537 y 538 asedió Roma. Aunque la defensa de la ciudad por Belisario le obligó a levantar el sitio, Vitiges no se rindió y siguió frenando como pudo el avance de las tropas bizantinas. En este empeño se benefició de las constantes disputas que el general romano mantenía con el eunuco Narsés, enviado también por Justiniano a Italia. Finalmente, Vitiges se vio cercado en Rávena y, en su desesperación, ofreció a Belisario la corona a cambio de su vida. El general simuló aceptar el trato sólo para entrar en la ciudad y entregarla a sus soldados. Y, del mismo modo que había hecho con Gelimero, envió al rey ostrogodo y su tesoro a Justiniano.

Pero cuando Belisario regresó a la capital del Imperio no encontró la misma recepción entusiasta que en la ocasión anterior. Justiniano empezaba a sentir celos de su victorioso general, e incluso a sospechar de que conspiraba contra él. El emperador decidió alejarlo de la corte y destinarlo de nuevo a Oriente, donde los persas habían vuelto a asolar Siria. Justo entonces, la epidemia de peste que afectaba al Imperio golpeó al soberano y lo puso al borde de la muerte; cuando se recuperó, se acusó a Belisario de conspirar para usurpar la púrpura.

LA CAÍDA EN DESGRACIA DE BELISARIO

La reacción de Justiniano supuso la confiscación de todos los bienes del general e incluso el sorteo de su preciada guardia personal, los bucelarios. A pesar de todo, Belisario fue enviado a Italia en 544, donde hizo frente durante cuatro años a un nuevo rey ostrogodo, Totila, que había recuperado buena parte de las conquistas bizantinas. Pero las intrigas de su antiguo rival en Constantinopla, el octogenario Narsés, le hicieron perder definitivamente el favor de Justiniano. Éste no proporcionó a Belisario tropas suficientes para la empresa y, al final, lo sustituyó por Narsés.

A su regreso, Belisario desempeñó varios cargos cortesanos, retirado de la vida militar. Pero cuando en 559 una horda de búlgaros se presentó ante Constantinopla, la presión popular forzó a Justiniano a reclamar de nuevo a Belisario. Viejo zorro, el general, con la guardia imperial y apenas trescientos veteranos, simuló que disponía de un gran ejército y tendió una emboscada a la vanguardia bárbara, que, en su huida, arrastró al resto del contingente búlgaro. Belisario había librado su última batalla.

Pero el emperador todavía le asestó una nueva humillación y lo hizo arrestar en su casa, acusado otra vez de deslealtad. Fue perdonado y vivió apartado de la política y del campo de batalla hasta que murió el 13 de marzo de 565, sólo seis meses antes que el más ingrato de los emperadores bizantinos.

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