Félix Iglesias | Valladolid www.abc.es 28/03/2008

‘El jardín dorado’ es la nueva novela del escritor Gustavo Martín Garzo.

Dice que es el libro en el que más libre se ha sentido mientras escribía. Hasta tal extremo que también es el que más ha tenido que cortar porque su gozo en la escritura le llevaba a extender las historias como las bungavillas y las madreselvas que se ramifican sin fin. «El jardín dorado» (Lumen) es la nueva novela del escritor Gustavo Martín Garzo, donde, como confiesa, ha vuelto en cierto modo a «El lenguaje de las fuentes», aunque esta vez es un mito griego, y no unas figuras bíblicas, el que sostiene sobre su espalda el cuerpo de la obra.

Para la ocasión, la tragedia del minotauro, el hilo infinito de Ariadna o el laberinto son algunos de los protagonistas de esta novela. «De algún modo nuestra vida se enfrenta a un laberinto y nuestro corazón es tan intrincado como éste, pues el hombre no acaba de saber a dónde va», indica el premio Nacional de Literatura 1994, quien ha trasladado a la narración los requiebros del laberinto. Y lo hace desde la figura del mito, «ese espacio de libertad, donde todo es posible, donde todo está abierto, en el que el hombre estaba en contacto con todo, con la naturaleza, con sus deseos», apunta el escritor vallisoletano.

Y, precisamente, en «El jardín dorado» Martín Garzo ha hecho «un trabajo meticuloso», cual orfebre, para embriagar a los lectores con los aromas, sonidos y tactos del paraíso perdido.

Hasta los límites
Bruno, que así se llama el minotauro, porta la inocencia en un cuerpo distorsionado, brutal en su fuerza, pero tan huérfano de amor como los humanos que le rehúyen. Y es que esa búsqueda del amor, impulsado por el deseo, «es hablar de la vida, pues vivimos en la medida que deseamos». Aunque, claro, ese impulso irrefrenable «nos lleva a los límites, al conflicto», el mismo que sacude a los personajes de «El jardín dorado», donde el lado trágico los devasta cuando intentan acceder ciegamente al cumplimiento de los sueños y los deseos, enfrentándose sin aviso a las lindes de sus anhelos.

Sin embargo, esta novela es un canto a ese momento mítico en el que el ser humano formaba parte de su entorno, tan inocente como para no ser consciente de sus límites, donde el amor parece infinito y la brutalidad no es fruto de la maldad. Y el minotauro es ese ser de fábula, «ese monstruo que es el reflejo de nosotros, donde lo inconfesable también existe, arrebatado por la pasión».

El mito
Lejos de pretender vindicar la función del mito, Gustavo Martín Garzo subraya que «siempre he escrito, de algún modo, en torno a los mitos, que son esas historias que siempre han acompañado al hombre por contar cosas esenciales de nuestra condición».

Una vez más la mujer, en este caso su voz, vuelve a enhebrar las páginas de una novela de Martín Garzo. Ariadna cose con su palabra las historias que riegan las páginas de «El jardín dorado». En su opinión, «el lenguaje es un don de la madre. Desde antes de nacer ya nos habla. De algún modo, sus palabras son como lo latidos del corazón. Nos da la palabra, el gran don que nos hace hombres», advierte el escritor.