Han
tenido
que
pasar
más de
cuatro
años
para que
pudiéramos
ver la
polémica
cinta de
Julie
Taymor
(«Frida»),
basada
en «Titus
Andronicus»,
de
William
Shakespeare;
obra
considerada
muy
menor en
la
producción
del
dramaturgo
inglés y
especialmente
violenta.
Taymor,
con una
larga
trayectoria
en el
montaje
teatral
de
dramas
shakespearianos,
hace una
apuesta
arriesgada.
Respeta
el texto
(salvo
la
reorganización
en
algunas
escenas)
pero
pretende
convertir
la
historia
en una
metáfora
moralizante
sobre la
violencia,
convertida
en común
vecino
en
nuestra
época.
Para
eso,
utiliza
un niño
y sus
juguetes
bélicos
como
sujeto
que se
ve
sumergido
en la
historia
de Titus
e
incluso
se
convierte
en parte
actora.
Taymor
quiere
hacer un
alarde
estético;
por ello
la
caballería
romana
va en
moto y
los
hijos
del
fallecido
César
(Saturnino
y
Bassiano)
piden
apoyo en
la calle
subidos
a
coches,
dando
mítines
como
políticos
al uso,
y
utilizando
como
emblemas
colores
futbolísticos.
Y
utiliza
sin
reparos
excesos
visuales
oníricos,
con el
intento
de
reforzar
la idea
de que
su
película
es una
metáfora.
La
historia
es la
siguiente:
Titus,
fiero
guerrero
romano y
que
vuelve
de la
guerra
contra
los
godos
con la
reina de
éstos
como
rehén,
apoya a
uno de
los
hijos
del
recién
fallecido
César
como
sucesor.
Pero
éste
quiere
casarse
con su
hija,
comprometida
con el
otro
candidato.
La hija
de Titus
huye, lo
que trae
el
deshonor
al
general
que, si
bien
acaba
aceptando
la
decisión
de su
hija, se
verá
sometido
a un
ensañamiento
de
venganzas
orquestado
por la
goda
Tamora,
que se
ha
convertido
en
emperatriz.
Titus
acabará
rozando
la
locura,
pero
preparando
su
terrible
venganza.
Resulta
curioso
que sean
las
escenas
en las
que
Taymor
se aleja
de los
abusos
de la
puesta
en
escena y
deja
trabajar
a los
actores
para
permitirse
jugar
con la
cámara
donde
consigue
los
mejores
resultados.
Pese a
que a
más de
uno el
exceso
visual
pueda
repelerle,
el
disfrute
de
Anthony
Hopkins
en la
destacada
interpretación
de Titus
y el de
Jessica
Lange
como
Tamora
merecen
mucho la
pena. Y
los
cinéfilos
gozarán
con la
venganza
de Titus,
en la
que
Hopkins
parece
recrear
el cruel
anfitrión
que era
Lecter
en «Hannibal».
Lo que
encierra
este
drama es
una
lección
sobre la
impiedad
y la
venganza,
más que
la
violencia;
y ése
debería
haber
sido el
principal
soporte
de
metáfora.
Aunque
algo
irregular,
el filme
impacta
en
algunas
escenas
y se
hace
exquisito
en
otras.
Sólo la
recreación
intelectual-estética
del
filme le
impide
ser más
digerible.
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