Iris Cepero www.elnuevoherald.com 05/10/2009

Cártago, la ciudad que se niega a morir

Los modernos carros pasan, veloces, unos metros arriba; los tranvías se desplazan constantemente a lo largo de los barrios costeros, a escasos kilómetros del centro de Túnez; pocos botes están anudados junto a los arrecifes o los viejos muelles, porque el puerto más importante del país queda atrás y la lujosa marina de Sidi Bou Said está un poco más al norte.

El largo paseo por esta costa es como de películas. A un lado el mar y del otro ruinas, restos de pueblos muertos, guardados hace tiempo en libros de historia. ¿Quién puede negar que en un día claro de verano y con ojos agudos sea posible divisar el norte? ¿Quién puede negar que así sucedió, que cuando hace más de dos mil años las naves enemigas fueran avistadas, los hombres ubicados en posición defensiva, los sacrificios a los dioses hechos, se estaba trazando para siempre, el destino de Cartago?

Fue junto a esta línea de costa donde los romanos hicieron una enorme pira con más de doscientos barcos cartagineses derrotados, iluminando toda la noche mediterránea. Bajo la tierra y a la luz de las llamas, trataban de enterrar a la ciudad rival. Habían sido necesarias tres guerras púnicas para que Roma pudiera vencer a Cartago y sobre sus restos empezara a construir una nueva ciudad para el imperio.

En la arenosa orilla de decenas de kilómetros nacieron los enormes baños, las bibliotecas, los teatros, las plazas. La acrópolis fue construida sobre piedras cartagineses en el monte Byrsa, un poco más lejos del mar, el sitio donde gracias a recientes excavaciones son más visibles los restos de casas púnicas.

Desde la nueva Cartago el imperio romano dominó Africa a partir del año 146 antes de nuestra era; desde esta tierra también perdió para siempre su control. Pasaron ocho siglos desde la primera destrucción de Cartago hasta que los árabes, luego de varias batallas contra los bizantinos, echaran abajo la vastísima ciudad. Una vez más Cartago fue brutalmente demolida, pero esta vez los árabes no usaron la tierra de la disputa sino sólo las piedras, para fundar, unos kilómetros hacia el sur, la nueva ciudad de Túnez y para erigir la majestuosa mezquita de Kairouán, el cuarto sitio de peregrinaje más importante del Islam.

Pero el destino de Cartago, había sido echado al inicio de los tiempos cuando Dido, la reina fenicia fundadora del imperio cartaginés, maldice al amado Eneas, y vaticina la permanente resurrección de una ciudad que desde entonces siempre emergió sobre sus ruinas, renació sobre sus sepulturas, se rehizo sobre su pasado. »Levántate sobre mis cenizas, espíritu vengador», reclama Dido a punto de morir en La Eneida de Virgilio.

Hoy el pasado romano es claramente visible en los Baños de Antonino o las cisternas romanas y las ruinas de casas púnicas han aparecido en los alrededores de la Catedral de San Luis, mientras el presente de Cartago son modernas mansiones rodeadas de vegetación y con vistas al mar. El paseo que los primeros cartagineses y luego los romanos hacían a pie, hoy se esparce a lo largo de numerosas estaciones del tranvía que, en su recorrido hacia el noreste, pasa por la villa de Sidi Bou Said.

Ese pequeño pueblo, de casas blancas con puertas azules, naranjos en los patios, un faro en lo alto del antiguo fuerte y una marina con lujosos yates parece irreal en su perfección. Construido por los árabes, rescatado por los franceses y preservado con esmero por los tunecinos de hoy, el pueblo debe también su fama a los escritores y pintores que han vivido aquí. Cervantes, Simone de Beauvoir, Andre Gide, Michel Foucault han sido vecinos ilustres de Sidi Bou Daid. Paul Klee pintó sus abstracciones en esta tierra y Gustave-Henri Jossot, convertido en musulmán y orientalista, vivió y murió en esta villa.

A lo largo de la costa entre la ciudad de Túnez y la villa de Sidi Bou Said vive Cartago, la ciudad que se niega a ser enterrada y renace siempre sobre sus piedras y su suerte. Es, repito, un paseo de películas, con mar a un lado y ruinas romanas al otro. Desde aquí en un día claro y con ojos agudos, quizás sea posible divisar el norte, desde donde llegó la primera destrucción. Pero ya no hay que temer al poder romano, porque en 1985, luego de 1200 años sin guerras, los alcaldes de Roma y Túnez firmaron el simbólico decreto que puso oficialmente fin a la rivalidad entre los dos antiguos imperios.

MÁS INFO:
http://es.wikipedia.org/wiki/Cartago