Sevilla | EFE 15/09/2010

La editorial andaluza Almuzara acaba de publicar la autobiografía de Heinrich Schliemann, el descubridor de Troya, «una personalidad controvertida en la que se conjuga una mezcla perfecta entre carácter y destino», según los editores, que consideran este libro «el relato de una vida homérica».

Tras una infancia que parecía «abocada a realizar grandes hallazgos de tesoros ocultos, todo pareció borrarse en su azarosa vida de juventud, llena de vaivenes, desgracias, incluido un naufragio en las costas de Holanda, que sólo podían hacer adivinar un futuro de mediocridad».

De ese periodo salva el propio Schliemann su afición y método tenaces para ir adquiriendo idiomas, de los que llegó a dominar quince y fueron la base de su facilidad para los negocios internacionales con los que amasaría su fortuna.

Sólo su pertinaz empeño, ya en la madurez y como millonario hombre de negocios, le permitió virar el rumbo de su vida para realizar aquellos hallazgos soñados a la búsqueda de los lugares homéricos como los restos de Troya, el tesoro de Priamo, la máscara de Agamenon…

La historia de sus excavaciones, de sus publicaciones y sus resultados tampoco están exentas de incidencias con las autoridades turcas o la comunidad académico-científica, «en definitiva, con esa pátina entre azar y decisión que marcó su propia vida y el relato que hizo de ella», según los editores.

Heinrich Schliemann (Neu-Bukow, Mecklemburgo, 1822-Nápoles, 1890) fue un millonario prusiano que, tras amasar una enorme fortuna como agente comercial y exportador de materias primas y metales, en la que fue de suma importancia su enorme facilidad para las lenguas, se dedicó al sueño que le marcaría desde su infancia, la arqueología homérica.

Con un empeño por muchos calificado de «titánico», y con una metodología de trabajo y resultados desigual, comenzó a realizar excavaciones, entre 1870 y 1890, en los lugares que identificaba con las gestas de los poemas homéricos hasta realizar su gran hallazgo, los restos de la ciudad de Troya.

También realizó descubrimientos en Micenas, Tirinto y Orcómeno, siempre en el empeño de demostrar que la Ilíada describía escenarios históricos. Desarrolló una amplia obra literario-científica sobre sus trabajos de la que destacamos: Ítaca, Peloponeso y Troya (1868), Antigüedad de Troya (1874) y Troya (1883).

Tras su muerte, su viuda, Sophia Schleimann, y su amigo, Adolf Brückner, ambos compañeros de sus andanzas, hallaron unos textos con los que pudieron componer y dar a imprenta en 1892 esta autobiografía.