Reseña de Asier Mendoza del libro de Gonzalo Jerez  «Agamenón de Esquilo. Tragedia, escolios y paráfrasis»

 

Nunca deja de sorprenderme la renovación que en el ámbito de las enseñanzas medias está teniendo lugar estos últimos años en la didáctica de las lenguas clásicas. Cada vez disponemos de más y mejores métodos de iniciación al latín y al griego clásico, todos ellos -hay que decirlo- iniciativas particulares realizadas al margen de las grandes editoriales y más con entusiasmo de perpetuar estas disciplinas que con intereses económicos o de otro tipo, que por fuerza serán -de haberlos- escasos. Con esta renovación se están consiguiendo poco a poco (donde las circunstancias del sistema de enseñanza lo permite) el milagro de invertir el perfil de lo se podría llamar lector forzado (aquél sometido a textos muy por encima de sus conocimientos y que se ve forzado a recurrir a gramáticas, diccionarios y traducciones para salir del embrollo) al de un lector natural, que se enfrenta a un material siempre regulado a sus crecientes aptitudes lingüísticas.

Pero dado el ámbito y objetivos de estas iniciativas, el alcance de estos métodos -como es lógico- solo cubre las fases iniciales de la lengua en cuestión. Esto produce un efecto de desequilibrio notable en el material didáctico, que es abundante para principiantes pero inexistente (sobre todo de griego clásico, que es la lengua de la que ocupa el libro en cuestión) para estudiantes con fuerzas para iniciarse en la lectura de textos originales.

Para esta triste sequía se me ocurren dos motivos. Algunos podrán pensar que la formación de aquellos alumnos interesados en la adquisición de niveles superiores de lengua queda a la competencia de las formaciones regladas superiores, es decir, al ámbito universitario. El hecho de que muchas personas, aυn habiendo pasado ellos mismos por la universidad, sigan manteniendo esta opinión siempre me ha resultado un fenómeno psicológico tan incompresible como apasionante. Además, si hay un motivo para congratularse hoy en día ese es el aumento de estudiantes de lenguas clásicas fuera de los ámbitos universitarios gracias a academias físicas y online, congresos, círculos, etc. también interesados en el estudio avanzado de griego clásico.

El otro motivo podría ser la idea de que el estudio pormenorizado de métodos del tipo Ἀθηνάζε, Reading Greek y demás preparan para la lectura “a pelo” de Platón, Tucídides, Homero, Sófocles o Esquilo. Esto, por desgracia, dista muchísimo de ser así y es evidente que ningún método de iniciación puede cubrir toda la variedad y riqueza de léxico (poético, filosófico, forense, técnico, etc) que presentan los textos originales… sin tener en cuenta las variedades dialectales, claro.

Consecuencia de todo esto es que el perfil de estudiante anteriormente comentado tiene que acabar recurriendo a antologías anotadas, ediciones críticas o bilingües o bien a traducciones, métodos que acaban llevando al abandono a la mayoría de las personas sin una capacidad hercúlea de sufrimiento. En nuestra opinión, todos estos métodos no solo son inadecuados e ineficaces, sino que también suponen un retroceso inaceptable a la dinámica del lector forzado. Pues las antologías (siempre poniéndonos en el caso de que sean usadas por personas con el nivel adecuado, lo que no es siempre el caso) centran sus anotaciones precisamente en los dos aspectos que este tipo de estudiante encuentra menos problemáticos: las explicaciones sintácticas (son personas perfectamente conscientes de que no se deben leer textos originales sin dominar antes perfectamente la gramática) y la traducción, un elemento posterior y externo al proceso de comprensión de un texto en otra lengua.

En efecto, la traducción no es más que el fait accompli de un proceso previo de compresión, proceso que no aparece especificado en esa traducción; es un objeto al que le falta el Cómo se hizo. Es absurdo pues pensar que se está comprendiendo un texto original de la Odisea (o que se va a llegar a dominar el proceso de comprenderlo, aunque tengamos el texto delante) leyendo una traducción. Como mucho, se estará comprendiendo lo que otra persona ha comprendido. Comprensión ajena, subjetiva e intermediada por una traducción que, a causa de las mismas limitaciones forzosas implicadas en el trasvase de una lengua a otra, conlleva siempre una selección, mutilación y exclusión de significados, suponiendo por ello un empobrecimiento de las diversas lecturas y connotaciones del texto original, que el estudiante, al haber comprendido la traducción, da por sentado haber comprendido al completo. Por lo demás, preferimos no entrar en detalle en el otro defecto nefasto de la generalización de la traducción (que con razón es evitada en cualquier enseñanza de idiomas que aspire a ser efectiva y seria), a saber, el hecho de habituar al estudiante a servirse sistemáticamente de referencias externas a la lengua misma que consiste el objeto de estudio. Todo estudio de una lengua debe contenerse en la lengua misma, si aspira a ser debida y naturalmente interiorizado.

Vista pues la inexistencia de material interesante y la falta de interés del existente, ha supuesto para nosotros una verdadera sorpresa y motivo de esperanza la publicación del libro Agamenón de Esquilo, tragedia, escolios y paráfrasis de Gonzalo Jerez Sánchez, donde el autor no solo nos propone un acercamiento directo a una de las obras maestras de la literatura universal, sino que lo hace con un propuesta didáctica que remeda los errores de los materiales anteriormente mencionados.

Tal vez a primera vista el interesado pueda confundir esta propuesta con una de aquellas ediciones anotadas o incluso con un texto editado modo Oerbergiano tan difundidos, sobre todo en el material didáctico para textos latinos. Nada más lejos de la realidad: el autor evita por sistema cualquier aclaración relativa a la morfología o sintaxis del griego ático o a recursos de traducción, como algo ya dominado por el alumno lo primero, como algo externo al proceso de compresión textual lo segundo; toda explicación y reflexión textual se mantiene dentro de los límites de la propia lengua griega.

También marca distancia el autor con las ediciones modo Oerbergiano, aunque de entrada pueda parecer lo contrario, lo que se ve claramente si nos fijamos en uno de los aspectos más llamativos de estas ediciones, las glosas. En efecto, mientras que las glosas en estas ediciones modo Oerbergiano son externas tanto físicamente (aparecen al margen) como gramaticalmente (son más bien paradigmáticas, es decir, indican la forma en que aparecen en el diccionario), las glosas en esta edición son orgánicas (están incluidas en en texto entre líneas) y funcionales (aparecen morfológicamente con la misma función sintáctica de aquellas palabras que glosan).

El libro es pues una propuesta hermenéutica del texto original de Esquilo por medio de dos textos alternativos, uno en verso y otro en prosa, ambos en griego ático clásico. El texto en verso está injertado en el original por medio de glosas, el texto en prosa es externo y aparece al final de la sección correspondiente.

El texto en verso no está completo, sino que se trata de una mezcla de aquellos términos originales que no suponen ningún dificultad para el estudiante más las glosas, que son sinónimos más sencillos de aquellos términos que pueden ser confusos, bien por ser dialectales, arcaísmos, términos poéticos inusitados o simplemente hapax legomena producto de la inspiración poética. Al estar estas notas integradas morfológicamente en el texto, como hemos dicho, más que a ser usadas como aclaración (lo que también es un uso posible), invitan a hacer una lectura alternativa del verso completo intercambiando las palabras originales por sus glosas para facilitar el primer acercamiento al texto, que es ciertamente muy complejo. Además, estas glosas están – en la medida de lo posible- conectadas etimológicamente con el término glosado para facilitar así la compresión y asimilación del vocabulario.

El texto en prosa puede usarse como lectura previa si el alumno no se siente con la seguridad suficiente para enfrentarse directamente al texto original o incluso al texto glosado. e le puede dar también un uso a posteriori para confirmar la comprensión del texto original. Este texto también se esfuerza en reordenar la sintaxis de la obra haciendo uso del vocabulario original.

Es evidente que este material exige unos conocimientos previos de griego clásico, pero ¿exactamente cuáles y a qué tipo de estudiantes va dirigido? El libro mismo nos ofrece una herramienta muy eficaz para saberlo, gracias al mismo texto en prosa: si el estudiante es incapaz de entender a primera vista y con absoluta fluidez estos textos prosados (que cubren toda la morfología y sintaxis del griego ático), simplemente no posee todavía las competencias lingüísticas necesarias para poder aprovechar el resto del material.

Este libro demuestra que la lectura de los clásicos griegos, incluso de aquellas obras de enorme dificultad consideradas como disfrute exclusivo para prácticamente cuatro hiperbóreos privilegiados, pueden ser editadas para ser leídas y -más importante todavía- disfrutadas por estudiantes con conocimientos de griego clásico relativamente básicos, aunque tampoco hay que llevarse a engaño: no se trata de un Agamenón de Esquilo de aquellos métodos sans peine. Estamos quizá ante uno de los textos clásicos más complejos de toda la literatura griega, no sólo a nivel de lengua, sino también de interpretación. El autor nos guía por el bosque (verdaderamente inabarcable y desesperante en caso de enfrentarlo sin ayuda) del léxico y del lenguaje poético. A partir de aquí el trabajo será largo para el lector, sí, pero con la seguridad de llegar a ser provechoso (lo que podemos garantizar, al haberlo experimentado personalmente), así como placentero y enriquecedor.

Esta es en definitiva la gran novedad que ofrece esta propuesta que, como muchas novedades, está más lejos de ser una intuición genial que una reflexión sobre otros métodos de enseñanza anteriores con otros planteamientos, objetivos e inquietudes diferentes a los buscados por algunas programaciones oficiales siempre -aunque nunca lo bastante- denostadas… métodos relacionados en este caso concreto con la didáctica del griego clásico en la época bizantina, del cual el autor es un profundo conocedor.

Solo nos queda agradecer al autor el esfuerzo en la creación de este material, en el que ha invertido varios años y una enorme erudición, para ofrecernos la posibilidad, verdaderamente única, de introducirnos en el tenebroso palacio de los Atridas, con su ominosa atmósfera y sus paredes llenas de sangre, con las mismas (o casi las mismas) palabras con que lo imaginó el poeta hace ya casi 2.500 años en esta la primera parte de la única trilogía conservada en la dramaturgia griega clásica.