«El hilo de oro» señala al mundo antiguo como fuente de inspiración para sobrellevar el día a día, pero también para superar los momentos más críticos de la actualidad

 

En las elecciones cotidianas, no solo en las más recientes o las próximas en clave política nacional o regional, sino en las que hacemos todos los días, en la vida y en nuestra conciencia, hay que volverse a la mejor parte de nosotros mismos. Elegimos continuamente en nuestras vidas, en la sociedad, en la comunidad política, en nuestro entorno familiar y personal, y en las amistades: siempre en pos, como quería Goethe, de esas «afinidades electivas». En toda opción hay dudas: anhelamos pisar terreno firme y seguro, sobre todo al llegar a las bifurcaciones más turbias del camino heroico que es la vida humana, buscando mentores de prestigio en los momentos difíciles. Mi propuesta sería muy sencilla: votar a los clásicos para ese papel. Pero ¿qué son los clásicos? ¿Quiénes son los autores y obras emblemáticas que poseen una autoridad indubitada y que han asentado una serie de valores, ideas y temas profundamente vinculados a la historia de nuestra cultura y conciencia? Son ante todo aquellos que nos han procurado un sentido de pertenencia, según la célebre expresión de la sociología clásica, un sentimiento de valores y emociones compartidas por un grupo con continuidad histórica, llámese cultura o civilización: en nuestro caso, la que llamamos occidental, se basa en un cúmulo de ideas seguras en las que refugiarnos en momentos de crisis como los presentes. Están entre nosotros desde hace más de veinte siglos, desde que en el mundo antiguo –en Grecia y Roma– se sentaron las bases de la ciudadanía y la sensibilidad que define a nuestras sociedades occidentales.

Hay muchas definiciones de clásicos, parafraseando a algunos célebres escritores: aquellos libros que «no dejan de decir lo que tienen que decir», según Italo Calvino, aquellos que leemos sin cesar con veneración, para Borges, o los que fundamentan toda una civilización, como quería T.S. Eliot. Pero hay clásicos que poseen una humanidad tan profunda que trasciende lo nacional –nuestros Quevedo, Góngora o La Celestina– o lo cultural –Cervantes, Dante, Shakespeare o Goethe– y se encuentra en quintaesencia en los clásicos griegos y latinos. Estos tienen un modélico carácter universal, y se leen y versionan con atención también en África y Asia. Y por supuesto, en primer lugar, en nuestro Occidente que ellos fundaron, los griegos y latinos: Homero y Virgilio, Platón o Cicerón. Tal es el póquer de ases que deberíamos escribir en nuestras papeletas cada vez que hubiéramos de votar con sentido.

Y es que los clásicos son algo más: son una guía para el presente y para el futuro, como he defendido en «El hilo de oro: los clásicos en el laberinto de hoy». Redefinimos nuestros clásicos cada vez que nos repensamos a nosotros mismos y a nuestro tiempo: no son solo los libros que uno se llevaría a una isla desierta –o aquellos con los que pasaría un confinamiento pandémico–, sino los que siempre hemos de elegir para estar seguros de no errar el tiro.

En primer lugar, si hay que apostar por cualquier elección literaria, votemos a los clásicos. Lo recordaba el gran Pedro Salinas ante una estudiante estadounidense que le reprochaba no haber leído el último «best-seller» de moda que «había salido hace ya meses», el clásico –Salinas mencionaba a Dante–, ha marcado a generaciones de individuos muy diferentes a lo largo de todas las edades y «ha salido» hace un milenio.

Pero es que, en segundo lugar, nos convienen, en lo práctico, por su eterna actualidad. Más allá del producto literario de consumo, los clásicos pueden ser una guía válida para nuestro tiempo, el «hilo de oro» para salir del laberinto de hoy. No solo para la ética cotidiana o para la vida interior –está muy de moda, por ejemplo, la filosofía helenística–, sino también, y especialmente, en momentos complicados de crisis socioeconómica, política, sanitaria, de valores y de ideas como la que vivimos en los últimos tiempos.

Pandemia y hambruna

Todo esto ya lo vivieron los clásicos en épocas muy complejas: si piensan que el año 2020 fue complicado, deberíamos echar la vista atrás al 427 a.C., en plena peste de Atenas y Guerra con Esparta, o quizá al 540, con una crisis global en el Imperio de Oriente, entre la pandemia, la hambruna, la violencia urbana y uno de los cambios climáticos más brutales de la historia. Todo esto ya lo han vivido los clásicos y nos lo han contado: y aun más, nos lo han hecho sentir con emoción y nos han dado consejos imperecederos para seguir una senda segura y vivir mejor en tiempos oscuros. En tiempos de votaciones, cuando elegimos a nuestros representantes, debemos volver la vista a lo que harían los clásicos, siempre comprometidos a buscar el bien común y a resolver los problemas de la comunidad desde el consenso, la tranquilidad y las opciones constructivas. Así se desprende, por ejemplo, de los ejemplos de Solón, Clístenes o Sócrates en la antigua Grecia Y atención que hablamos del «bien común» que invocarían los clásicos, no del muy diferente «interés general» del que hablan nuestros políticos. Se parece mucho al abismo que media entre la retórica política de los clásicos y el triste panorama actual de debates polarizados y «tuits» de pensamiento empobrecedor.

Por eso me gustaría reflexionar, tras la jornada de votaciones, acerca de lo que conviene buscar en la comunidad política, al hilo de los clásicos. Es cierto que los candidatos no suelen tener muy en cuenta los postulados clásicos, sino que se rigen más bien por lo que les dictan sus oráculos demoscópicos, sus «spin-doctors» y consejeros áulicos, buscando siempre, a golpe de encuesta, el «slogan» que les pueda favorecer o el «globo sonda» más oportuno para capturar el voto indeciso. Pero estas son, como se puede comprender, recetas cortoplacistas si no se tiene un ideal más profundo en el horizonte. Y desembocan en la polarización global y la crispación local que tristemente conocemos.

Quizá se explique en parte por el evidente empobrecimiento de la educación en los últimos 30 años. Llama la atención el poco peso que tienen los clásicos en la escuela de hoy y su debacle en la secundaria española. Siempre pienso, aunque las comparaciones son odiosas, en los sistemas educativos de los países más cultos y poderosos que nos rodean y en los que, por alguna razón nada difícil de comprender, el latín, el griego y la cultura clásica, así como la filosofía antigua, tienen un peso específico muy importante: Francia y el griego en la «École Normale Superieure», Italia y sus cinco años de latín en bachillerato, las escuelas de élite inglesa o estadounidense, con el prestigio de las clásicas para los cuadros directivos de las grandes empresas y para el propio primer ministro británico, el «Latinum» y el «Graecum» en Alemania…

Entre nosotros, de alguna manera, los diversos legisladores, nacionales o autonómicos, de uno u otro signo, cada vez que toman el poder se empeñan en demoler a los clásicos en cada enésima reforma de la educación. Estas, lástima decirlo, responden siempre a intereses partidistas no al mencionado bien común: si no, pensarían en los clásicos. Aquí ya se duda incluso si dejar el latín y el griego como oferta obligatoria en itinerario de humanidades. Para fomentar la concordia y la inteligencia les propongo este voto a una escuela con clásicos: al menos una materia obligatoria en ESO, Cultura Clásica, o, a ser posible, Latín. En Bachillerato de Humanidades, por supuesto, han de ser obligatorias Latín y Griego. ¿Por qué no sentar las bases para elegir nuestra mejor parte? En fin, no podemos dejar de reivindicar, como Salinas, Borges o Calvino, lo que permanece. Para las elecciones de ayer, de hoy y de siempre, por favor voten a los clásicos.

¿Los clásicos como guía para hoy?

Hay un viejo motivo del mito y del cuento maravilloso que es el llamado «hilo de oro» que nos une a los guías o mentores providenciales, a la mejor parte de nosotros mismos. El hilo rojo en Oriente, el hilo de Ariadna o el dorado de Platón, el ovillo encantado de los cuentos: se puede usar como una metáfora para aquellos autores y obras claves, dotados de un carácter modélico, primordial y casi profético, que pueden guiarnos en momentos difíciles. Estos son, por supuesto, los clásicos grecolatinos, desde Homero a Virgilio, de las obras de la democracia ateniense a las de la república romana y el tiempo de Augusto, donde se puede hallar una inagotable fuente de inspiración, intuición y consejo. Sobre estos temas reflexiona el libro «El hilo de oro. Los clásicos en el laberinto de hoy», de David Hernández de la Fuente.

FUENTE: www.larazon.es