‘De senectute politica’
Desde el epicúreo jardín del hotel Alma paseamos por la Atenas clásica y la Roma republicana: nos guía De senectute politica (Acantilado), opúsculo en que Olalla remite carta a Cicerón. Es una brillante, lúcida y esclarecedora misiva en la que reflexiona sobre la senectud… para alejarla de la decrepitud y acercarla a la plenitud. Pero esa plenitud de la vejez pide –advierte Olalla– un decidido compromiso de la comunidad, un empeño colectivo. Y entre mirtos y jilgueros, entiendo: todo indicio de decadencia de nuestros ancianos ¡es una alarma ululante de la descomposición de esta sociedad que pretendimos democrática! Pongamos impetus animi (ánimo transformador) para evitarlo.
¿Cómo llega un asturiano a ser griego?
Me interesaron la cultura y la humanidad: eso te lleva a la antigua Grecia. Y quise estudiarla en su solar originario.
Y se instaló.
Sí, vivo en mi patria espiritual y soy parte de su devenir cotidiano. Como un meteko.
¿Qué es un meteko?
Así denominaban los antiguos griegos al extranjero libre sin derecho de ciudadanía.
¿De verdad empezó allí la democracia?
Con las leyes de Solón, en el siglo V a.C., destinadas a contrarrestar nuestra natural tendencia a la injusticia.
¿Natural tendencia a la injusticia?
Sí: si tú naces en una familia, clase o casta con ventajas, ¡lo natural es que quieras acrecentarlas! En detrimento de otros.
¿Y cómo lo evitan los antiguos griegos?
Separando el poder político de las prerrogativas que daban el linaje y el dinero. Así acuñan el concepto de eunomia: gobierno de buenas leyes. Y, enseguida, el de isonomía: igualdad ante la ley.
¿Con qué consecuencias?
Todos pueden implicarse en tareas de gobierno y administración de justicia…mediante la isegoría: igualdad en el uso de la palabra. Y con la virtud de la parresía: atreverse a decir la verdad. ¡Nunca una sociedad humana estuvo más cerca del ideal democrático que la Atenas de Pericles!
¿No? Pues han pasado 25 siglos…
Una embajada de Roma viajó por entonces a Atenas. Y fue así como aquella democracia ateniense inspiró la ley romana…, pero Roma no llegó a tener una democracia.
¿Y hoy?
“Por nuestros vicios hemos perdido la república, aunque de nombre sigamos manteniéndola”: lo dijo Cicerón en el siglo I a.C., y es hoy aplicable a nuestra “democracia”.
¿Cicerón veía claro?
Poco antes de ser decapitado escribió De senectute (Sobre la vejez), una reflexión que, dos mil años después, ¡sigue vigente!
¿Y qué nos dice Cicerón de la vejez?
Cicerón medía la vida humana por climaterios, que son escalones de siete años. Y entrabas en la vejez en el noveno climaterio…
En tal caso, nueve por siete…
¡Son 63 años! Su edad al escribir De senectute: son reflexiones sobre cómo envejecer bien, que yo traslado de lo ético a lo político.
¿Es viable esta transferencia?
Sí, porque entiendo que envejecer bien no es sólo un empeño ético, individual, es también un empeño político, social: precisa de un compromiso colectivo que incluya a todos.
¿Ancianos… y sus pensiones?
Eso es, porque disponer de recursos propios es algo determinante para envejecer bien.
¿En qué consiste “envejecer bien”?
En senescere addiscentem (envejecer aprendiendo): es decir, vivir bien, vivir virtuosamente, consiste en llegar a una vejez en la que puedas seguir aprendiendo.
¿Esta democracia ha envejecido mal?
La mitad de nuestros votantes tienen más de 50 años…, pero lo aberrante es ver crecer la desigualdad: ¡ocho personas suman la misma riqueza que la mitad de la humanidad!
Ya, pero si no han hecho trampas…
El desafío de la política consiste en corregir desigualdades y favorecer el eu zen (bien vivir): consiste en que todos los miembros de una colectividad puedan desplegar con iguales oportunidades sus respectivos talentos y potencias para conquistar su felicidad.
Y en eso… ¿no vamos bien?
Dijo Galeno que un cuerpo no es viejo “por los muchos años, sino por la merma de facultades”, y exactamente lo mismo puede predicarse de una sociedad.
¿Y cuándo una sociedad está sana?
Cuándo todos sus miembros pueden vivir como adultos en plenitud de facultades, cada vez más y más longevos y siempre vitales, manteniendo viva su capacidad de asombrarse y de actuar.
Y de aprender, ¿no?
Eso, consciencia: esta palabra latina ¡la acuñó Cicerón! La calcó del griego syneidesis (con conocimiento), así: cum scientia. Es decir, “conocimiento compartido de algo”.
Aprendo mucho con usted.
¡No tanto como yo con Cicerón! Me ha enseñado que una vida bien vivida convierte la vejez en ganancia: en tu vejez serás más sensible, justo, compasivo, culto, humilde, juicioso, sabio y difícil de engañar.
¡Ay! A ver si alcanzamos todos eso…
No olvidemos que la razón de ser de un Estado… ¡es el bienestar de sus ciudadanos! Debemos organizarnos, pues, para que así sea. Porque esto que hoy tenemos… no es lo mejor que podemos tener.
¿Qué virtudes políticas nos anima a fomentar?
Las mismas virtudes que Cicerón pedía a la República: auctoritas (poder de convicción avalado por obras), nobilitas (nobleza de espíritu), dignitas (dignidad), veritas (veracidad), libertas (libertad), aequitas (igualdad), iustitia (justicia), firmitas (tesón), laetitia (optimismo), fides (fe), pietas (piedad) y humanitas.
Tradúzcame humanitas.
Amor por el prójimo, por todos los demás.