Isabel Espiño | Madrid www.elmundo.es 22/04/2010

‘La Emperatriz amarga’ repasa la vida de Sabina, esposa del Emperador Adriano. Fue un matrimonio infeliz y lleno de malos tratos. Nunca tuvieron hijos. Según la tesis el autor, se vengó conspirando para matar al amante de Adriano.

Los primeros golpes y violaciones llegaron la noche de bodas. Lucia Vibia Sabina tenía 11 años y su primo, 23. Fue dos décadas antes de que se convirtiesen en la Emperatriz Sabina y el Emperador Adriano. ‘La Emperatriz amarga’, escrita por Manuel Francisco Reina, recorre la vida de una de las primeras mujeres maltratadas de la Historia.

Sin embargo, la vida de Sabina no sólo es una historia de malos tratos. La suya es una historia de venganza, conspiraciones imperiales, pero también la de una emperatriz querida y culta. «Siempre se ha hablado de la predilección de Adriano por las artes, cuando lo hizo a rebufo de su esposa y de Trajano», explica Reina, que ha trabajado cinco años en esta novela situada en el Imperio Romano, en el siglo II.

«Toda su vida se rodeó de músicos y bailarines de Gades [Cádiz, donde pasó sus primeros años antes de ir a Roma] y la Bética [la provincia romana del sur de la Península]», añade.

En su novela, la Emperatriz se confiesa a uno de esos poetas del séquito, Julia Balbila, poco antes de morir. El enfermo Emperador le ha dado un ultimátum. Se sabe en sus últimos momentos y quiere que su esposa muera también: o lo hace ella misma o él mandará matarla. Sabina tiene casi 50 años y ha pasado cuatro décadas casada con el hombre que detesta.

La mujer en el Imperio Romano
La Emperatriz se comprometió con su primo a los 11 años, una edad excesiva incluso para el Imperio -las jóvenes romanas se desposaban a partir de los 12-. «El deber familiar le ha puesto unas cadenas que le van a impedir vivir como le hubiera gustado», explica Reina.

Entonces, las mujeres tenían cuatro destinos posibles: el del sacerdocio, el matrimonio, las artes o la prostitución.»Las féminas habíamos retrocedido en derechos con el glorioso Augusto, en comparación con los tiempos del César Julio, o de la República», relata la emperatriz.

Sabina odia a su marido, un hombre misógino -posiblemente por el odio que profesaba a su madre- que sólo respeta a las mujeres que tienen más poder que él: la abuela de Sabina (Marciana, una mujer que tuvo gran poder sobre su hermano Trajano y, de hecho, fue la primera a quien se concedió el título de ‘Augusta’ sin ser la esposa del emperador) y la Emperatriz Plotina, esposa de Trajano.

¿Desmitificación?
Adriano es el gran emperador que retrató Marguerite Yourcenar en sus ‘Memorias de Adriano’, pero también un hombre cruel. Es capaz de construir el Panteón de Agripa, pero también de mandar edificar una cárcel frente a él para encerrar de por vida al arquitecto imperial que le ha cuestionado. «Se sabe hermoso e inteligente» y «necesita someter lo que no se puede comprar», explica Reina.

Eso sucede con Sabina. La Emperatriz no le dio hijos, pero Adriano no la repudió, ni la asesinó, ni se divorció, como ella misma expone. «Ella le ha legitimado en la dinastía. Los dos saben que inevitablemente sus destinos están unidos», dice Reina.

También su venganza la unirá aún más a su esposo. Sabina golpea ahí donde más duele. Según la tesis de Reina -que recuerda que «el 95% de lo narrado está documentado»-, la Emperatriz fue una de las conspiradoras en la muerte del amado de Adriano, su amante Antínoo. Aunque durante mucho tiempo se pensó que la muerte de Antínoo en las aguas del Nilo había sido un sacrificio, «los datos que se tienen apuntan a que fue posible» una conjura política en la que estaba presente la Emperatriz, dice el autor.

«La venganza de Sabina es amarga, porque ella es consciente de que este es un efecto de esa corrupción del poder. La venganza la encadena a quien más odia: su marido», dice Reina. Sabina murió en el año 137 y, seis meses después, lo hizo el Emperador.