Joaquín Rábago | Londres | EFE 10/11/2008
En la Royal Ópera House hasta el 24 de noviembre.
Una escena como de infierno del Bosco con una ciudad en llamas, cadáveres por el suelo, y la heroína fulminada por la máscara del padre muerto, es el espectacular final de la ‘Elektra’ de Richard Strauss que se representa en la Royal Opera House hasta el 24 de noviembre.
Strauss y su libretista favorito, el poeta Hugo von Hofmannsthal, concibieron su ‘Elektra’ en la Viena atormentada e histérica de Sigmund Freud, y el psicoanálisis deja una profunda huella en su particular versión del drama griego.
El director de escena y creador de los decorados, Charles Edwards, sitúa la acción en un espacio casi surrealista, de tonos grises, que combina elementos de la época antigua -la pared de un templo con un friso griego- con otros modernos: una caótica oficina con una puerta giratoria, un escritorio y una lámpara con la que Electra intentará a aterrorizar a su madre, Clitemnestra.
En la primera escena el coro de la tragedia original de Sófocles es sustituido por un grupo de sirvientas que, inclinadas sobre el suelo, intentan eliminar manchas de sangre mientas describen el extraño carácter de la heroína. Ésta, que aparece como un gato en la escena, recuerda obsesivamente el asesinato de su padre, Agamenón, y sólo piensa en vengarse matando con un hacha a la madre adúltera y al padrastro.
La música de Strauss, de un fuerte lirismo expresionista, deudor directo de Wagner, refleja maravillosamente las distintas personalidades de Electra y de su hermana, Chrysothemis, tan obsesionada por su propia virginidad como Electra lo está por el recuerdo de su padre. Ambas son interpretadas por sopranos, que polarizan los instintos opuestos de la vida y la muerte, para seguir con el análisis freudiano.
En la atmósfera opresiva de ese extraño palacio vemos cómo la trágica heroína se transforma poco a poco hasta desatarse como un auténtica ménade, una de esas mujeres en estado salvaje dedicadas al culto de Dionisio.
Uno de los momentos culminantes de la obra es el del mutuo reconocimiento ‘el famoso ‘anagnoresis’ como lo llaman los griegos’ de los dos hermanos: Orestes, al que todos daban por muerto, y Electra, que verá en él el instrumento de su venganza. La orgiástica danza final de Electra, una vez cumplido por su hermano el doble asesinato que ella tanto anhelaba, es de una fuerza musical y dramática extraordinaria.
Sopranos de una gran intensidad
Dotada de una voz a la vez clara y potente, la soprano británica Susan Bullock es una Electra de una gran intensidad, y lo mismo cabe decir de la segunda soprano, la alemana Anne Schwanewilms, que interpreta a Chrysothemis.
La mezzosoprano estadounidense Jane Henschel da a su personaje de Clitemnestra la profundidad psicológica que requiere mientras que el barítono danés Johan Reuter es uno de los mejores Orestes que uno recuerda.
En el foso, Mark Elder, titular de la orquesta Hallé, de Manchester, que dirige su primera ‘Elektra’, consigue combinar los efectos musicales más salvajes de la partitura de Strauss con pasajes del más acendrado lirismo.