Menologio de Basilio IIJulia Luzán / El País semanal www.elpais.es 13/11/2005

Ésta es la historia de una gran reproducción. El Vaticano quiere regalar a la iglesia ortodoxa griega el ‘Menologio de Basilio II’, una joya de valor incalculable pintada en el siglo X por miniaturistas bizantinos. Pero en vez del original, entregarán una copia perfecta.

Es una maravilla encuadernada. Uno de los más grandes tesoros que encierra el Vaticano. Se le conoce como códice Vaticano Griego 1613, y la sola mención de su nombre hace vibrar el alma de cualquier estudioso de documentos antiguos. Es una obra tan misteriosa como la que inspiró a Umberto Eco El nombre de la rosa, su intrigante historia de monjes, bibliotecarios y libros. El Menologio de Basilio II, un libro de vidas de santos para la oración y el culto, alberga también algunos misterios, pero ante todo es una joya exquisita que los mejores miniaturistas escribieron y dibujaron hace 11 siglos. Ahora, este libro milenario sellará la concordia entre la Iglesia ortodoxa griega y la de Roma, cuando el próximo día 16 el papa Benedicto XVI, cumpliendo el deseo de su antecesor Juan Pablo II, haga entrega al arzobispo de Grecia de una copia del facsímil celosamente guardado en los archivos de la Biblioteca Vaticana.

Para hacer posible semejante operación diplomática ha sido necesaria la intervención de un maestro en el arte de copiar, o de “falsificar”, que es como le gusta denominar ese trabajo a César Olmos, un hombre menudo y nervioso de 69 años, largamente especializado en la reproducción de libros antiguos desde su empresa de artes gráficas, Testimonio Compañía Editorial. Por sus manos han pasado algunas de las grandes maravillas históricas: los mejores beatos, el Códice Áureo, el Corán de Muley Zaidán o el testamento de Colón, que se guarda en la catedral de Sevilla.

Como fue cocinero antes que fraile, este pintor, grabador e impresor ha inventado una sofisticada técnica (que guarda en absoluto secreto) para la impresión de libros antiguos con tal perfección que en más de una ocasión resulta imposible distinguir el original de la copia.

Las nuevas técnicas de reproducción empleadas en este códice bizantino han dado un resultado increíble. El libro, de 400 páginas que miden 36,4 por 28,4 centímetros, jamás ha salido de la Biblioteca Vaticana. Desencuadernado con mimo, un equipo de técnicos lo pudo fotografiar y digitalizar en Roma. El códice viajó a Madrid escaneado y grabado en unos pocos discos, para recuperar de nuevo su forma impresa en el taller de artes gráficas que Olmos tiene en Torrejón de Ardoz (Madrid).

La comparación entre el documento original y el impreso no revela diferencia alguna en densidad de color, contraste y dimensiones. “La prueba fotográfica se revisa con un espectrofotómetro, que va leyendo los tonos y midiéndolos para contrastarlos con el original. De esta forma da el color exacto. La prueba fotográfica tiene además otra ventaja añadida para la reproducción, y es que no muestra ninguna trama. No es una copia, es una falsificación en toda regla”, asegura Olmos. El tacto del pergamino falso en el que está impreso el Menologio es tan exacto que no sólo engaña al ojo, también al oído. El chasquido que producen sus páginas al pasarlas es el característico de la piel auténtica. “El pergamino se fabrica con piel de cordero, pero no se puede imprimir sobre él. Se dilata en milésimas de segundo, de tal forma que de un color a otro existen variaciones de tono. Nosotros lo que hacemos es estucarlos. Sacamos la fotografía del pergamino y hacemos la impresión sobre unos soportes que tienen como base una pasta de papel de extrema pureza. Celulosa pura, sin aire. Es carísima”, dice Olmos para intentar explicar lo inexplicable de esta fantasía que tiene mucho de ilusión óptica.

El documento original del códice lo encargó a sus artesanos, en el año 986, el emperador de Bizancio Basilio II (976-1025), el último de la dinastía macedonia. Quería un manuscrito que recogiera la vida de los santos día a día. Para decorar el santoral, el emperador seleccionó a ocho de los mejores artistas convocados al palacio de Constantinopla: Pantaleón, Miguel el Menor, Miguel de las Blaquernas, Jorge, Simeón el Menor, Menas, Néstor y Simeón de las Blaquernas. Aparte de sus nombres, poco más se conoce de ellos, pero siglos más tarde, el pintor florentino Cimabue –el padre de la nueva historia del arte– y su discípulo Giotto se inspiraron posiblemente en la técnica de sus antecesores bizantinos para la decoración de capillas e iglesias italianas. La “nueva manera” de pintar logró, a juicio de Vasari, mejores resultados que los de los maestros griegos en la expresión del rostro y los pliegues de los ropajes.

Los desconocidos miniaturistas se repartieron el santoral, y probablemente Pantaleón, un reconocido pintor de iconos, se hizo con el mando del grupo para la distribución del trabajo. Los nombres de estos artesanos han llegado a ser conocidos porque por primera vez les permitieron firmar en el margen de las páginas del libro con sus nombres. De “excepcional” califica este hecho Inmaculada Pérez, científica del Instituto de Filología de Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), “ya que”, afirma, “lo normal en Bizancio es que el artista permaneciera anónimo”.

Cada página del Menologio está pintada sobre un fondo de pan de oro. Algunas de las escenas que los miniaturistas representaron están inspiradas en el Antiguo Testamento, como la aparición del ángel a Josué, o la historia de Moisés en el cesto recubierto de pez en el que fue arrojado al Nilo para salvarlo de los egipcios. En otras páginas se narra la vida de la Virgen María y el nacimiento de Jesús. Muchas de las ilustraciones describen catástrofes (terremotos, inundaciones) y detalles arquitectónicos. Cuentan también milagros o describen las visiones de algún beato.

Es una pintura primitiva, ingenua, pero contiene todos los detalles que aportan el matiz diferenciador a cada ilustración. Muchos santos aparecen en pleno martirio, con una representación tan naturalista que sobrecoge. El fuego de las torturas representadas es tan real que puede sentirse el calor de las llamas en la yema de los dedos. Por el contrario, los milagros se enmarcan en decorados verdes, plácidos. Gracias a todos estos datos, el libro, aparte de su significado religioso, aporta un fresco real de la vida cotidiana de la época.

La regla a la que se someten los copistas de cuadros, que saben que han de utilizar medidas diferentes a las del original para que no se les persiga como falsificadores, en el caso de la reproducción de libros como este códice jamás se cumple. Tanto es así que César Olmos cuenta con orgullo cómo un antiguo director de Patrimonio, al observar uno de los ejemplares producidos por su editorial, exclamó: “Voy a tener que prohibirte hacerlos del mismo tamaño porque ya no sé cuál es el documento original”.

Nobles, príncipes de la Iglesia, comerciantes

El códice de Basilio II tiene tras de sí una larga historia. Sobrevivió a la toma de Constantinopla por la Cuarta Cruzada en 1204 y a la conquista otomana del sultán Mehmet II. Los cruzados enviaron a Ludovico Sforza, duque de Milán y protector de Leonardo da Vinci, el bello libro guardado en las habitaciones palaciegas. A su muerte, Ludovico legó el códice a Giovanni Battista Sfondrati, un noble de la ciudad italiana de Cremona, y el preciado libro entró a formar parte de la tradición familiar. Sfondrati se lo dejó en herencia a su hijo Francesco, quien llegaría a cardenal de la Iglesia en 1544, y posteriormente a su nieto Niccolo, el futuro papa Gregorio XIV (1590). La preciada joya familiar pasó posteriormente a otro Sfondrati, quien en 1615 lo donó al papa Pablo V, quien a su vez lo legó a la Biblioteca Vaticana en 1615, donde se guarda desde entonces.

Como en una trama digna del Código Da Vinci, Leandro Ventura, uno de los estudiosos que han investigado la historia del manuscrito, cuenta el misterio de dos letras medio borradas en una de las páginas del libro: B y J, y de cómo llamaron su atención. Siguió la pista de un comerciante genovés de la segunda mitad del siglo XIV, Bartolomeo di Jacopo, B. J., un humanista amigo del poeta Petrarca que formó parte del grupo de sabios que rodearon a una de las figuras clave del Renacimiento, Gian Galeazzo Visconti, duque de Milán. Las crónicas de la época detallan cómo, tras la muerte de Visconti y hecho el inventario de libros que reunió en su magnífica biblioteca de Pavía, se encontró el Menologio, el códice bizantino que Jacopo posiblemente compró durante una de sus estancias en Estambul y que llevó a la biblioteca de los Visconti, donde permaneció hasta que el santoral de Basilio II pasó en 1454 a ser propiedad de Ludovico Sforza.

César Olmos ha asumido una cierta herencia de todos aquellos personajes del Renacimiento hasta convertirse en el verdadero patrocinador de la ofrenda del Menologio a la Iglesia ortodoxa griega a partir de sus excelentes relaciones personales en el Vaticano. “El Vaticano no tiene dinero, los otros tienen menos, y por eso yo me brindo a financiarlo”. Olmos ha hecho una edición de 980 ejemplares del códice de Basilio II. Regalará a la Iglesia griega 120 y el resto los pondrá a la venta a un precio aproximado de 6.000 euros cada uno. Coleccionistas de libros antiguos y de alto valor histórico son los destinatarios de estas ediciones.

La edición de Olmos sale casi un siglo después de que se publicara el único facsímil íntegro del Menologio. Una edición de 1907, en blanco y negro, editada por la casa Bocca en Turín. En la actual, la reproducción es de tal calidad que incluso las páginas más perjudicadas por el paso del tiempo aparecen con idénticas heridas que las originales: rotas, con manchas de humedad y zurcidas a mano.

El códice bizantino se ha podido reproducir tras un año de trabajo. Las dos Iglesias han logrado compartir esta vez el milagro.