Precisamente es el cuidado de nuestra alma lo que persigue este libro. Haciendo suya la concepción epicúrea de que la filosofía es la medicina del espíritu, la autora recurre a las enseñanzas de los sabios grecolatinos para ayudarnos a vivir mejor. Séneca, Sófocles o Galeno nos dejaron obras de una calidad literaria y humana tales que los hombres, generación tras generación, leen con fervor y lealtad. En los clásicos se encarnan los problemas y anhelos de los seres humanos desde la historia más remota. Ante ellos nos parece cierto aquello que decía Schopenhauer de que cualquier hombre es todos los hombres. Como afirmó en su día el escritor francés Charles Péguy: «Homero es joven cada mañana y no hay nada más viejo que el periódico de hoy». A las muchas preguntas y respuestas que sugieren estas obras se debe dedicar siempre una atención especial, una lectura meditada. A esto nos invita Un spa para el alma, una colección de fragmentos literarios grecolatinos que nos descubre una sabiduría –humanista y esencial– que urge aprender. No para aprobar un examen, sino para vivir mejor.
Un ejemplo: a partir del análisis del mito de Alcestis, que los mismos helenos juzgaron paradigmática, la autora intenta apresar la idea helénica de la pasión amorosa. Una ardua tarea filológica y filosófica que tiene un fin práctico: que aprendamos los distintos rostros del amor. La autora afirma que «es saludable la lectura que desata los vértigos de nuestro interior y luego no nos deja a merced de nuestras emociones; al contrario, nos ofrece el paracaídas de un pensamiento que nos señala un camino, tan hermoso como inopinado.»
Los estudiantes pasan largos años en las aulas sin leer nunca íntegros los grandes textos fundacionales de la cultura universal. Se nutren sobre todo de sinopsis, resúmenes, manuales, guías e instrumentos exegéticos y didácticos de todo tipo. Para propiciar un primer acercamiento a la cultura clásica es habitual que los autores recurran a florilegios de fragmentos como el que propone Cristina dell´Aqua, sin jibarizarlos. Ella, profesora de lenguas clásicas, aporta al lector profano el esfuerzo hermenéutico y lingüístico que se necesita para sumirse directamente en la lectura de Platón o Quintiliano. Y lo hace con erudición, precisión y, sobre todo, manifestando un gran amor por la enseñanza. Los profesores disfrutarán sus reflexiones acerca de la pedagogía, las disfunciones de la institución escolar, la sed de aprendizaje o la relación entre alumno y profesor; aunque quizás el mayor placer lo encuentren en las abundantísimas digresiones etimológicas que jalonan la obra. ¿Acaso no es maravilloso descubrir que «meditación» y «medicina» comparten la misma raíz? ¿Que los cosméticos tuvieron un origen religioso?
El ensayo no sólo trae y comenta los fragmentos de los autores como si fueran ensalmos, sino que los acompaña con pautas y ejercicios prácticas para incrementar nuestro bienestar. Como dice ella misma, la obra persigue recobrar la belleza de las lecturas saludables, así como «el instinto vital para cuidar de nuestros espacios íntimos, vigorizarlos y protegerlos. […] ya es hora de recobrar nuestro corazón antiguo, que todos tenemos en nuestras raíces, y usarlo como antídoto contra los veloces ritmos de este tiempo». Que así sea.