Eduardo Suárez | Londres www.elmundo.es 16/04/2008

Estreno mundial en Covent Garden.

El Minotauro cobró vida ayer frente a la platea indómita del Covent Garden, convertido en el centro de una ópera desasosegante y llena de recovecos. La obra -un encargo del teatro al compositor británico Harrison Birtwistle- vivió su estreno mundial en Londres y estará en cartel hasta el próximo 3 de mayo.

La ópera gira en torno a la leyenda del monstruo del laberinto, un mito en el que se suele atisbar un precedente difuso de la tauromaquia. El montaje escarba sin pudor en esta relación y lo hace inspirado sin disimulo en las obras de Picasso.

Porque lo cierto es que en la ópera no hay laberinto. Lo que hay es una plaza de toros. En ella el minotauro viola, tortura y mata primero a un puñado de atenienses y muere luego por la mano del valeroso Teseo. Se trata de un coso casi de verdad, con tablones sanguinolentos, público y burladero. Y con la mismísima Ariadna presidiendo la lidia.

La referencia es tan evidente que por momentos uno cree que van a empezar a sonar los acordes de la oda del toreador de ‘Carmen’. Pero no. ‘El Minotauro’ está lejos de la grandilocuencia gitana de la cigarrera. Aquí todo es sufrimiento y rigor y una partitura inquietante y preñada de disonancias.

Triángulo entre el monstruo, Teseo y Ariadna
La historia es la ya conocida aunque hay algunos matices. Gira en torno al triángulo que forman el monstruo, Teseo y Ariadna. Un triángulo que no es equilátero ni en lo interpretativo ni en lo musical.

El barítono danés Johan Reuter hace un Teseo correcto aunque sin alharacas y la mezzo británica Christine Rice borda su Ariadna, personaje que lleva durante muchos minutos el peso de la obra. Pero la voz que queda en la memoria es la del bajo John Tomlinson, el minotauro, que proyecta sus notas con poderío desde debajo de su máscara.

Un monstruo digno de compasión
En lo interpretativo, trata de humanizar al monstruo, convirtiéndolo en un personaje marginado y digno de compasión que mata para resarcirse de su propio destino. En lo musical, hace sin embargo el camino contrario, animalizando su voz en algo que se asemeja al mugido bovino. El resultado de ambos esfuerzos simétricos es un personaje de una pieza, con cuya tragedia se identifica el espectador desde el primer momento.

No es él el personaje más antipático de la obra sino Ariadna, cuyas intervenciones las marca el autor con el subrayado de un saxo alto. Es quizá un símbolo del hilo que le ofrecerá ella precisamente al héroe para que no se pierda dentro del laberinto. Aunque quizá también de la monotonía de su propia vida, descrita en la frase con la que abre a obra: «La luna es un ojo que no parpadea ni mira para otro lado».

Una mujer encerrada en el opresivo clima cretense
Ariadna no es aquí una heroína ni una damisela enamorada. Es una mujer encerrada en el clima opresivo de Creta, presa de su pasado y de los pecados de su madre, a la que Poseidón penetró en forma de toro creando la bestia del laberinto. Al final de la obra traiciona al minotauro pero hasta entonces es ella quien oficia sus orgías de sadismo, regadas por cierto por buenas dosis de tomatina.

No es una casquería gratuita. Al contrario: se acepta con naturalidad en el contexto convulso de la obra. Sin embargo, había anoche gente en la platea que no sabía para dónde mirar. Sobre todo cuando los pájaros de mal agüero devoran lo que se antoja el ensangrentado corazón de los inocentes o cuando el minotauro simula una aparatosa violación con una de sus víctimas.

Son atrocidades coreadas por un público enmascarado que actúa como el coro de las tragedias griegas, amplificando, estirando o matizando las emociones del personaje. Se trata quizá del mayor acierto de Birtwistle, un autor cuyo interés por la épica y por los mitos le han llevado a crear obras como ‘La máscara de Orfeo’ (1973-1984) o ‘Gawayn’ (1991). Esta vez ha unido al aliento grecorromano de sus obras el influjo de la tauromaquia. Por si quedaban dudas, basta asistir a la muerte del minotauro, que Teseo certifica dándole la puntilla. Como si fuera un morlaco en Las Ventas y no un hijo híbrido del Olimpo.