Héctor G. Barnés www.elconfidencial.com 17/11/2014
Si preguntásemos a los padres de cualquier joven que haya ingresado este año en la universidad por sus preferencias a la hora de que su retoño seleccionase una carrera u otra, la respuesta más frecuente que recibiríamos es, probablemente, que les gustaría que esta fuese capaz de proporcionar trabajo a su hijo. Ello, probablemente, implicaría una carrera de las llamadas de ciencias. Una ingeniería, algo relacionado con la informática o con la tecnología. En definitiva, algo que tenga que ver con el futuro y lo tangible, y no con lo abstracto y lo anticuado, como la filosofía o una filología o, aún peor, cosas de artistas como Historia del Arte o Comunicación Audiovisual.
No hay más que echar un vistazo a lo que está ocurriendo en la universidad americana para comprobar que es así. Como han publicado los medios estadounidenses, es la primera vez en sus casi 400 años de historia que la Universidad de Harvard cuenta entre sus alumnos con más estudiantes de ciencias –concretamente, de ingeniería y ciencia aplicada– que de humanidades. En concreto, la facultad de artes y humanidades cuenta con 746 matriculados, mientras que SEAS (Harvard’s School of Engineering and Applied Sciences) ha admitido a 775 estudiantes. Además, más de 800 jóvenes de las distintas ramas se han matriculado en el curso CS50 sobre Introducción a la Ciencia Computacional, que ha sido considerado ya como el curso de moda en las facultades americanas. Como explicaba el profesor de Harvard Harry Lewis, “la tendencia ha ido definitivamente en alza en todos los cursos de informática de los últimos cinco años”.
En dicho contexto, el biólogo ganador por dos veces del Premio Pulitzer Edward O. Wilson ha publicado su nuevo libro, The Meaning of Human Existence, en el que examina lo que hace al ser humano tan diferente al resto de especies animales. Nominado para el National Book Award de no ficción, el libro defiende, en el extracto que ha publicado The Huffington Post, la tesis de que son las humanidades, y no las ciencias, lo que distingue al ser humano. Y lo explica muy bien.
¿Qué pensaría un extraterrestre?
Pongámonos en la piel de un habitante de otro planeta que, en su exploración de otras galaxias, llegase a la Tierra, propone Wilson. Sin ninguna duda, se quedaría prendado de un gran número de nuestras obras y expresiones, pero estas probablemente no serían la ciencia ni la tecnología, sino lo que llamamos humanidades, es decir, la cultura, el arte, el pensamiento, la lengua… ¿Por qué debería mostrar interés en nuestra tecnología un ser que ha llegado hasta el punto de poder viajar a otros planetas? ¿Le interesaría el último modelo de iPhone? ¿Acaso la última aplicación para compartir coche? No, es la respuesta obvia. “No tenemos nada que enseñarles”, recuerda el biólogo. “Tened en cuenta que casi todo lo que puede llamarse ciencia tiene menos de cinco siglos”. Probablemente, todos nuestros adelantos les parecerían obsoletos.
Puede parecer un ejemplo improcedente, pero el también novelista recuerda que dichas hipótesis son una buena manera de poner en perspectiva nuestras consideraciones sobre el mundo que nos rodea. Otro buen ejemplo es el de Einstein, que por muy inteligente que fuese, y por mucho que cambiase la historia de la ciencia en su madurez, no habría podido enseñar nada a sus profesores de física cuando era un bebé. Esa es nuestra posición frente a un hipotético visitante del espacio. Tampoco estos se mostrarían especialmente interesados por nuestra fauna y flora, puesto que su tecnología les permitiría comprenderla al segundo. Y, sin embargo, sí hay cosas que podrían estudiar y aprender de nosotros, y es la cultura.
Como explica Wilson, a lo largo de los últimos miles de años unas culturas aparecieron, y estas dieron lugar a otras, y estas a muchas otras. Hoy en día, hablamos más de 7.000 lenguas –aunque muchas de ellas se encuentren en peligro de extinción– y en cada esquina del mundo y a pesar del avance de la globalización existen distintos dialectos, prácticas económicas y sociales o creencias religiosas, a las que hay que añadir las que ya no existen pero se conservan en los libros de historia. “La evolución cultural es diferente porque es completamente el producto del cerebro humano”, explica el biólogo, que recuerda que para su conocimiento “hace falta un contacto íntimo con la gente y el conocimiento de incontables historias personales”. Siglos y siglos de investigación para entender milenios de historia. En definitiva, un pozo inagotable.
Por qué la tecnología no es tan importante
El autor aduce un puñado de razones por las que, aunque la tecnología deslumbre al urbanita del siglo XXI, en realidad no se trata más que de una situación temporal. “Los descubrimientos científicos y los avances tecnológicos tienen su ciclo vital”, recuerda. Es probable que pronto este empiece a ralentizarse cuando alcance un determinado nivel de desarrollo. Es más, el biólogo recuerda cómo ya ha comprobado que la tecnología necesaria para realizar un descubrimiento científico verdaderamente significativo se ha encarecido y ralentizado durante los últimos años.
Además, frente a la diversidad de la cultura, la tecnología y la ciencia son, por naturaleza, homogéneas y homogeneizadoras. “La ciencia y la tecnología serán las mismas en todas partes, para cada cultura civilizada, subcultura y persona”, recuerda. “Lo que seguirá desarrollándose y diversificándose hasta el infinito son las humanidades”. En el mundo globalizado, marcado por los grandes movimientos migratorios y los matrimonios interraciales, la variación genética entre poblaciones ha declinado, pero ha aumentado dentro de cada población y, por lo tanto, también en la raza humana.
En último pero no menos importante lugar se encuentra todo aquello a lo que el hombre tendrá que enfrentarse en las próximas décadas gracias al desarrollo de la ciencia. Pronto, gracias a la biotecnología, la nanotecnología y la robótica, podremos modificar el genoma de nuestros hijos o crear implantes cerebrales para mejorar nuestra inteligencia. Ahí es donde irrumpen, de nuevo, las humanidades, que son las encargadas de resolver los problemas morales, filosóficos y sociales que tales avances producen. “Promocionemos las humanidades, que son lo que nos hacen humanos, y no usemos la ciencia para hacer el tonto con esa fuente inagotable, el absoluto e inigualable potencial del futuro humano”, concluye el autor de la Nueva Síntesis.