Tonio Hölscher dedica al enigmático Tuffatore, representado en una tumba de la antigua Posidonia, un libro erudito, hermoso y esclarecedor
Jacinto Antón www.elpais.com 18/10/2022
“Hochherziger Jüngling, fahre wohl!”, joven de gran corazón, que te vaya bien. Uno piensa en las palabras del célebre poema de Friedrich Schiller, Der Taucher, el buceador, sobre el joven que se lanza audazmente desde un acantilado a recuperar la copa del rey arrojada al mar, al contemplar la imagen no menos famosa y conmovedora del Tuffatore, el saltador o el clavadista, la pintura de un muchacho suspendido eternamente en el cielo en medio de un salto al agua en el techo de una tumba en Paestum, la antigua Posidonia griega, en la Campania italiana. La tumba del Tuffatore o del nadador está decorada con frescos en sus cuatro paredes que representan un simposio, un banquete, con parejas compuestas por un hombre maduro y otro joven. Pero es el que se pintó en el techo de travertino, en la losa que cierra como la tapa de una caja preciosa el sepulcro, el que se ha convertido en una de las obras artísticas más estudiadas y mencionadas de la antigüedad, y quizá la más perturbadora.
Es una escena enigmática, fulgurante, hermosísima, protagonizada por el chico que se lanza con gran estilo, desnudo, desde lo que parece ser una torre con plataforma. No se sabe a ciencia cierta qué representa esa pintura, tan plástica y conmovedora, llena de vitalidad, sensualidad y hasta erotismo, pero a la vez de insondable misterio y de una indescifrable tristeza; ni por qué se escogió un motivo —el salto al mar— que diríase tan poco apropiado para un contexto funerario. Se ignora asimismo quién era la persona enterrada en la tumba, más allá de que era de sexo masculino y probablemente joven, pues no había inscripciones, los objetos funerarios eran muy escasos (entre ellos un caparazón de tortuga y trozos de una lira), y los pocos huesos se perdieron antes de analizarlos.
El Tuffatore, ese Louganis de ultratumba de cerca del 480 antes de Cristo, con toda su carga poética, estética e histórica, no ha dejado de emocionar e intrigar desde el hallazgo de la sepultura en 1968 (por el arqueólogo italiano Marco Napoli), despertando en todo observador profundas sensaciones y un inexplicable estremecimiento, artístico y espiritual, como si contuviera un secreto a la vez del pasado y de la existencia. Su contemplación provoca efectos similares a las de las pinturas rupestres de la Cueva de los Nadadores en el Gilf Kebir que descubrió el conde explorador Laszlo Almásy (el de El paciente inglés), los saltos de trampolín inmortalizados por Leni Riefensthal o John Gutmann, o la gran zambullida de Hockney.
Aparte del debate sobre a qué tradición cultural pertenecen la tumba y sus pinturas (griega, de los pueblos itálicos de la zona, incluso se ha especulado con que fuera la sepultura de un etrusco), la figura del saltador se ha vinculado a tradiciones pitagóricas u órficas sobre el Más Allá, a ideas salvacionistas, a la metempsicosis…; se la ha visto como representación metafórica de la vida como intervalo entre dos nadas (el nacimiento, el inicio del salto, y la muerte, el agua), y se la ha convertido en un poderoso símbolo existencial. Hay que recordar que el katapontismos, lanzarse al agua desde las alturas, está también vinculado en la Antigua Grecia a la ordalía, el castigo y el suicidio (como en el caso de Safo).
Alguien ha dicho que es la pintura antigua que ha provocado el mayor impacto sobre la cultura visual moderna, y el cineasta Claude Lanzmann le dedicó un arrebatado ensayo (publicado por Confluencias, 2014). El autor de Shoah ya había estado en Paestum en los años cincuenta antes del descubrimiento, con Sartre y Simone de Beauvoir, y se había conmovido con sus majestuosos templos dóricos (que pintó Turner, por cierto); pero cuando años después vio el Tuffatore, al que calificó de “divine plongeur”, sublime nadador, la conmoción fue extraordinaria: “Nunca hubiera imaginado ser tocado en medio del corazón, trastornado en lo más profundo de mí mismo, como lo fui el día que se me apareció, arco perfecto, como si se zambullera sin fin en el espacio entre la vida y la muerte”. Por su parte, Eugenio Montale le dedicó un poema: “El Tuffatore captado al ralentí/ dibuja un arabesco arácnido/ y en esa figura tal vez se identifica/ su vida”.
A aportar claves para dilucidar la pintura y su sentido ha dedicado ahora un libro breve (poco más de 150 páginas) pero intensísimo, lleno de erudición y a la vez de sentido de la maravilla, Tonio Hölscher, profesor emérito de Arqueología Clásica en la Universidad Ruprecht Karl de Heidelberg. Hölscher, de 82 años, es un especialista de los monumentos estatales de Grecia y Roma, las imágenes mitológicas griegas y el urbanismo de la antigüedad, y ha trabajado en la sede del Instituto Arqueológico Alemán en Roma. En El nadador de Paestum, juventud, eros y mar en la Antigua Grecia (Crítica, 2022), el estudioso presenta un giro radical en la interpretación del Tuffatore desvinculándolo de la explicaciones escatológicas y simbólicas —tan sugestivas— para proponer que la figura representa una escena real: exactamente lo que vemos, un joven lanzándose al agua.
“Es un libro que se mueve en los límites de la disciplina, en parte académico pero pensado para un público amplio, con atención a la emotividad que despierta la pintura y su hálito poético”, explica Hölscher en conversación telefónica. Al comentarle que la lectura del libro ha coincidido en el caso de su interlocutor con la pérdida de un familiar más joven y vinculado de una manera casual al nadador de Paestum (cuando falleció dos hermanos estaban visitando la ciudad y contemplando la pintura en su museo arqueológico), el estudioso lamenta la triste coincidencia. “A mí también, en un sentido muy diferente, es una imagen que me toca de manera especial”.
“Su iconografía es única”, prosigue Hölscher. “Hay algunas cosas parecidas, pero en ciertos aspectos no hay nada igual, interesa no ya como arte sino como elemento de la vida social, política y afectiva, y nos permite explorar aspectos fundamentales de la cultura griega”. Al investigador, que tiene muy claro que hay que ubicar al nadador de Paestum en un contexto griego, le ha interesado mucho lo que revela la tumba sobre la relación de los jóvenes, “la esperanza de la sociedad”, con los adultos en el mundo clásico, “una relación muy distinta a la nuestra”. Y “la importancia de la belleza, que no es en ese mundo solo algo relacionado con el aspecto exterior, sino una calidad social”. Hölscher recalca que en el universo griego, “la belleza no constituye únicamente un rasgo físico sino espiritual y ético; el cuerpo sano y fuerte es bello y un instrumento de excelencia humana”. En ese contexto, ha de entenderse su aseveración de que el nadador de Paestum, el Tuffatore, es una representación realista, “lo que no quiere decir trivial; se trata de una realidad que no es banal sino significativa”. Ese, subraya, es el núcleo teórico de su libro.
“La opinión común hasta ahora era que se trataba de una imagen de simbolismo escatológico”, explica. “El joven no saltaba al mar, sino que realizaba un tránsito de la vida a la muerte, el mar era la eternidad, etcétera, etcétera. Había consenso sobre esa interpretación. Considerar que no, que se trata realmente de un salto, es una idea que ha tardado en cuajar, pero que cada vez convence a más estudiosos”. Se ha tenido que vencer también un tópico que era el de la mala relación de los griegos con el mar. “Era una relación muy intensa y, como en otras culturas marinas, ambivalente, de miedo y fascinación, pero desde luego, pese a que algún erudito lo niegue aún, los griegos nadaban y les gustaba hacerlo. De hecho, hay un proverbio griego que iguala no saber nadar a no saber leer. Y tenemos ejemplos elocuentes de la pericia de los griegos como nadadores, como el del famoso buceador Escilis [sale en la secuela de 300] y su hija Hidna, que sabotearon los amarres de la flota de Jerjes en el cabo Artemisio”. Sabemos de un pugilista olímpico que entrenaba nadando, y en el santuario de Dionisio Melanaigis en Hermíone, en la Argólida, se realizaban concursos de natación y salto al agua.
Hölscher deplora, pues, los muchos prejuicios con los que se ha abordado la imagen del nadador de Paestum, “el mayor, ese simbolismo escatológico que a veces tiene una proveniencia cristiana”. El estudioso insiste en la realidad del salto del Tuffatore, “un efebo que en su tránsito hacia la edad adulta demostraba su capacidad atlética y su valor lanzándose ante los ojos de hombres adultos que sentían atracción erótica por los muchachos, a los que introducían en el mundo de ciudadanos de la polis”. El salto tiene pues parte de rito de tránsito, pero no es una metáfora, sino una imagen real, de algo que sucedía y que no era solo un pasatiempo, sino una actividad social”. El profesor ha observado la continuidad de la práctica de arrojarse los jóvenes al mar desde las alturas en Polignano a Mare, en el litoral de la región de Apulia (vecina a la Campania). “Se lanzan al agua, se tuffano, desde alturas increíbles, y se les admira por ello”. En el lugar se celebran las finales del Red Bull Clift Diving, una competición internacional de saltos de acantilado.
Destaca Hölscher que el salto del bronceado nadador de Paestum revela una gran técnica y es el resultado de mucha práctica. “El único aspecto no realista es la cabeza, que lleva en alto y no entre los brazos, pero mostrarla es importante en el arte griego, es una convención”. El Tuffatore exhibe el sexo. “Sí, eso era importante también, porque la escena tiene un componente homoerótico corriente en el contexto”. Es un miembro pequeño, si se permite la comparación. “Es la convención, no es una infantilización, es que los griegos preferían el sexo no muy grande; representarlo grande les parecía de mal gusto”.
La escena es muy bella. “Hay una maravillosa armonía en la pintura, con esos árboles que parecen tender sus ramas desnudas hacia el saltador. El mar está representado de una manera delicadísima, muy hermosa”. La plataforma desde la que salta “es un misterio”: “No tengo una opinión definitiva sobre qué es esa estructura. Parece una especie de torre de piedra, pero no hemos encontrado nada similar en la arqueología. Quizá fuera una construcción de madera, es posible que existieran torres así. Buscando un lugar para imaginar una escena similar lo encontré en la isla de Tasos, en el Egeo, donde hay algunos de los mejores acantilados de Grecia. No hay torres para lanzarse, pero sí puntos en los que está acreditado que se lanzaban los jóvenes, por inscripciones en la roca. Son grafitis de admiración por esos muchachos bellos y muchos de ellos solo se pueden leer desde el mar”. Posidonia, rebautizada Paestum por los romanos, estaba en la orilla y de hecho tomaba su nombre griego del dios del mar. No se ha probado que hubiera acantilados desde los que se lanzaran los jóvenes al agua, pero Hölscher considera lógico pensar que existieran y que algún día se localicen.
Sobre la identidad del nadador de Paestum, reflexiona Tonio Hölscher, “hay especulaciones, pero es difícil decir algo con seguridad. Debía ser un miembro de la élite de la ciudad, culturalmente griego. Podría ser alguien muerto en la juventud. Los griegos hacían las tumbas y monumentos funerarios más bellos para los que morían jóvenes, era algo que los conmovía mucho”. ¿Es la tumba el encargo de un amante? “No, siempre era la familia; posiblemente la hicieron construir en recuerdo de esa juventud que se expresa con tanta vitalidad en el salto eterno del Tuffatore”.
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