De un
tiempo
a esta
parte
se ha
puesto
de
moda
que un
mismo
personaje
en un
montaje
sea
interpretado
por
dos o
tres
actores
o
actrices.
Viendo
las
actuaciones
no
parece
plausible
que
tal
desdoblamiento
se
deba a
la
poca
capacidad
de los
intérpretes
para
los
matices
o los
cambios
sino
más
bien a
ideas
de
adaptadores
o
directores.
El tal
desdoblamiento
está
muy
bien
para
una
charla
informal
de
café
donde
se
puede
explicar
lo que
se ha
hecho
o se
pretendía
hacer.
Sobre
el
escenario
cuanto
menos
resulta
curioso
y
desconcertante
que se
recurra
a
distintas
actrices
para
expresar
distintos
matices.
Ya
vimos
una
Orestiada
con
dos
Clitemnestras.
Nos
pareció
una
duplicación
innecesaria.
Anoche
se nos
presentó
una
Medea
por
cuatruplicado.
A este
paso
dentro
de
poco
veremos
en
escena
a
veinte
Romeos,
por
ejemplo
y a
diez o
doce
Julietas,
dependiendo
del
elenco
de la
compañía,
de
quien
subvencione
el
montaje,
o de
la
genialidad
del
adaptador.
Ricardo
Iniesta,
en la
charla
previa
al
estreno
en
Sagunto,
explicó
que
cada
una de
las
cuatro
Medeas
corresponde
a cada
uno de
los
elementos:
aire,
agua,
fuego
y
tierra.
Y que
su
Medea
estaba
vista
no
desde
Corinto
sino
desde
la
Cólquida.
Es
decir,
no
desde
el
punto
de
vista
de la
civilización,
sino
desde
el
suyo
propio,
que
parece
es el
de la
barbarie.
La
idea
no es
nueva:
se
trata
de
pedir
ser
juzgado
por
gente
de la
edad
del
reo,
de
aquellos
que
tienen
los
mismo
presupuestos
mentales
que el
acusado.
Cada
generación
y país
tiene
sus
propios
presupuestos,
y para
juzgarlas
Dios
se
tiene
que
meter
en
todas
y cada
una de
ellas.
Todo
lo
dicho
anteriormente
queda
muy
bien
para
una
charla
de
café,
o para
un
ensayo.
Pero
un
escenario
es
cosa
distinta.
Y
sobre
él, lo
mismo
que en
un
ensayo
y en
toda
obra
que se
precie,
todo
aquello
que no
contribuya
a
potenciar
la
idea
principal,
estorba,
es
adorno,
floritura
cuando
no
engaño
y
fraude.
El
mismo
director
en la
charla
previa
dijo
que no
le
gusta
vestir
a los
héroes
clásicos
con
tejanos.
Es una
antigua
discusión
en la
que no
vamos
a
entrar.
Aunque
no
está
de más
decir
que no
pasaría
nada
si
vistiéramos
así a
Medea
y le
diéramos
la
suficiente
fuerza
como
para
no
rendirse
a la
traición
de
Jasón,
a la
razón
de
estado
o al
choque
de
civilizaciones
en las
que el
extranjero
siempre
lleva
las de
perder.
Al fin
y al
cabo
en el
montaje
de
Atalaya
se
utilizan
músicas,
imaginamos
que
más o
menos
contemporáneas,
de
Albania,
Irán,
Nepal...
lo
cual
no
deja
de ser
tan
exótico
como
vestir
a
Medea
con
tejanos.
Nos
parece
que
esto
se
llama
falta
de
coherencia.
Reducir,
por
otra
parte,
la
Cólquide
a
gritos,
lamentos,
cánticos
que
intentan
ser
ancestrales,
y una
columnas
y
redes
que se
mueven
de
aquí
para
allá,
no es
sino
marear
la
perdiz.
Por
desgracia
predomina
el
grito
y el
ejercicio
gimnástico
sobre
la
fuerza
de las
motivaciones
de
Medea
al
tiempo
que
hace
de
Jasón
el
gran
ausente
de la
escena.
Todos
los
problemas
cruciales
se
dicen
de
pasada
para
dar
paso,
enseguida,
a la
música,
al
movimiento,
al
lamento
y al
juego
de
luces,
que de
no
conocer
uno la
historia
no
sabría
de
dónde
proviene,
dado
que en
la
escena
hay
una
falta
total
de
coordinación
entre
la
palabra
y el
movimiento.
O
mejor
dicho,
se ha
ido la
palabra
para
dar
pie al
movimiento,
al
grito
convulso
y a la
exótica
música.
Con
esto
calores
no
conviene
hacer
pensar
mucho
al
público.
En
ningún
momento
se ha
visto,
en
escena,
a la
Medea
tierra,
y a la
Medea
con el
resto
de los
elementos.
Ni
siquiera
a la
Meda
aire,
que
debería
ser la
Medea
del
furor,
del
torbellino
que
todo
lo
arrasa.
Gritando
desde
el
principio
de la
obra
era
lógico
que la
última
parte
no
tuviera
la
intensidad
que se
requería.
Se
podía
haber
conseguido
llegando
al
silencio.
Pero
por el
contrario,
con un
Jasón
anulado,
con un
casco
por
cierto
que
parecía
un
aviador
de los
años
veinte
del
siglo
XX, se
echa
mano
del
paroxismo
del
jueguecito
de los
actores
con
redes
y
mueblaje.
De los
efectos
especiales
en
fin.
Se lo
podían
haber
ahorrado
todo.
Hubiera
bastado
con
dejar
a
Medea
sola
con
sus
razones.
Aunque
hubiera
sido
vestida
con
tejanos.
Por
cierto
tampoco
sabemos
qué
hace
con
los
pechos
al
aire,
si no
era
por el
calor
de la
noche,
que
fue
mucho.
Medea
fue
también
la
gran
ausente
del
montaje
de
anoche.
Sacrificada,
como
tantas
otras
y
otros,
a
ideas
geniales
para
charlas
de
café.
Entre
unas
cosas
y
otras
en
Sagunto
vamos
de
capa
caída.
Que
los
dioses
inmortales
tengan
piedad
de
nosotros.